Encarar al hombre como un compuesto de características, y no meramente como un ser que resiste, induce a pensar que el sujeto perturbado está dividido dentro de sí mismo, no ya contra-sí mismo. El conflicto interno, frecuentemente viejo o estancado, es una lucha por la vida que libran los diferentes aspectos de la personalidad, cada uno de los cuales tiene su propia energía, sus propios aliados y sus propios antagonistas.
Cada nueva síntesis que se efectúa en el universo de diferencias que es un individuo representa una alianza nueva y refleja momentáneamente la fuerza actual de cada componente. Así, en el retraimiento de Hal se unían su desconfianza básica hacia las mujeres en general, sus aprensiones particulares contra la mujer en papel de jefe, su vigor muscular contenido y su rechazo del espíritu de juego.
Dar rienda suelta a su vigor muscular, experimentar la conducción femenina en una nueva perspectiva y usar su espíritu de juego fueron algunos de los cambios específicos que reordenaron su conducta. Cuando se han desarrollado los antiguos elementos y se han añadido otros nuevos (romo el hecho de que alguien se le trepara a la espalda), la composición se altera, tal como ocurre en la pintura o en un proceso químico.
El desarrollo de los viejos derroteros truncos y el avance hacia los nuevos es el proceso central de la psicoterapia. Reanudando el contacto entre las fuerzas pertinentes, se descubre el poder de las partes alienadas del sí-mismo.
Examinaremos la exploración de un sueño, presentada por Perls, para ilustrar esta visión del hombre como una composición de fuerzas. Absteniéndose de interpretar, y sin atender específicamente a la resistencia, Perls traza el curso de las diversas características y expresiones del soñador, de modo que cada elemento de su personalidad tiene algo que decir en el desarrollo total de la elaboración onírica.
El sujeto de la experiencia, llamado Dick. relató el sueño como sigue: Dick (rápidamente): Tengo una pesadilla que se repite. Estoy dormido y oigo gritar a alguien; me despierto y los agentes le están pegando a un chico. Y yo quiero levantarme y socorrerlo, pero hay alguien parado a la cabecera y alguien a los pies de mi cama, y se están tirando almohadas. Y las almohadas van y vienen, más y más ligero y no me dejan mover la cabeza. No puedo levantarme. Y me despierto bañado en sudor.
Después de intercambiar con Dick unas pocas palabras preliminares, Perls le pide que encarne a uno de los policías que zurra al chico, y Dick lo hace, aunque es evidente que no le gusta ese papel. Perls le pide entonces que hable con el policía. Dick asume la defensa del chico, alegando que su conducta está sociológicamente determinada; el policía adopta una posición moralista, y además arguye que si el chico le va a hacer daño a alguien, saldrá dañado a su vez.
Perls invita a Dick a tomar el papel del chico en la conversación. El chico explica la importancia de ser miembro de una pandilla y convertirse en un personaje famoso por su violencia. El quiere ser alguien. En este punto Dick empieza a simpatizar con la posición realista del policía y con su defensa de los intereses de la sociedad, y el chico se perfila como un ser que necesita cuidados y también tener un lugar significativo en el mundo. Después Dick siente su impotencia, al expresar aquel su necesidad de escapar de su barrio miserable y de que lo ayuden a lograrlo. El policía lo pone en aprietos y el chico estalla en furiosas recriminaciones.
Dick lo apoya y empieza a experimentar su propia violencia, en vez de limitarse a proyectarla sobre el policía o el chico.
Perls lo hace avanzar en esta dirección, y lo alienta a desarrollar su sentido de sí mismo. Dick toma contacto con su deseo de destruir el pasado y desplegar una actividad significativa. La elaboración del sueño acaba en el diálogo culminante que sigue, y que refleja la unión de la autoimagen de Dick, el policía que hay en él, el chico que es una parte de sí mismo, su sensación de impotencia, su necesidad de ser un personaje famoso y su racionalidad.
Perls: Entonces cierre los ojos. Ahora entre en contacto con su violencia. ¿Cómo experimenta la violencia? Dick (sin aliento): Quiero des… truir cosas. Quiero… quiero romper con el pasado. Quiero librarme de todas esas cosas que me impiden hacer cosas. Quiero ser libre. Quiero arrancármelas de encima.
Perls: Entonces háblele al pasado. "Pasado, quiero librarme de ti".
Dick: Pasado, tú no puedes retenerme. Montones de chicos han sufrido la misma cosa. Hay toda clase de barrios bajos en el mundo. Mucha gente ha ido al reformatorio, ha estado en la cárcel. Eso no significa que no puedan realizar algo grande. Yo voy a obtener mi título de doctor en filosofía.
He terminado contigo. Ya estoy fuera de todo eso. No tengo por qué aguantar que me sigas rondando. No tienes por qué jorobarme más. No tengo ninguna necesidad de volver atrás, y ver de nuevo el infierno que es vivir allí. No tengo que sentir nunca esa tentación. Puedo vivir donde vivo ahora. Voy a entrar en el mundo académico, ¡el verdadero mundo!
Perls: ¿Qué contesta el pasado?
Dick: Sí, pero tú… tú sabes que somos amigos, y que nosotros comprendemos lo que te hace falta. Nuestra vida es más rica, tiene más emoción, tiene más sentido; hay más cosas que hacer, más que ver. No es estéril. Tú sabes lo que has hecho. De eso no puedes salir, no lo puedes dejar.
Perls: En otras palabras, el pasado siente que el doctorado en filosofía es algo estéril. ¿Y usted… ?
Dick: El doctorado en filosofía es… es… ¿Qué demonios es el doctorado en filosofía? Perls: Dígaselo usted.
Dick: Mira, ¿sabes lo que ganas cuando tienes el título de doctor en filosofía? Bueno, te has capacitado para tratar de ayudar un poquito a analizar ciertos problemas, y cuando le des esa ayuda a la gente, maldito si le va a servir de mucho. En realidad, maldita la diferencia que puede representar en un sentido o en otro lo que uno haga.
Perls: ¿Ve?, ya entramos en el problema existencial. Ahí tiene su punto muerto. Su impase.
Dick: A mí no me basta hacer algo más emocionante. Quiero hacer algo más significativo… algo real. Quiero palparlo, sentirlo. Quiero verlo crecer y desarrollarse. Quiero sentirme útil. Hasta en un sentido cálido y cariñoso, quiero sentirme útil. No pretendo mover el mundo… Pero esta sensación de impotencia… Todo ese trabajo…
Perls: La observación es muy interesante, porque toda destrucción se basa en la impotencia… Así que el doctorado en filosofía…
Dick: Hay tres mil millones de personas en el mundo, y las que toman las decisiones tal vez sean unas diez mil. Mi trabajo contribuirá a que tomen decisiones más prudentes. No voy a conmover al mundo, pero al menos haré algo más que los otros dos mil novecientos millones y pico de personas restantes. Va a ser un valioso aporte.
Perls: ¿Ve cómo se está haciendo más y más racional? Ya está conciliando los contrarios. ¿Cómo se siente ahora? Dick: Siento que quiero ser racional.
Perls: Bien, bien. Pienso que ha hecho un trabajo excelente.
A lo largo de esta elaboración de un sueño no se hace esfuerzo alguno por descubrir lo que hay detrás. En cambio, se procura reiteradamente extender los testimonios contenidos en el sueño, de modo que cada uno se eslabone con el anterior hasta completar la cadena.
Se permite que cada parte del sueño hable desde su perspectiva propia, afectada siempre, pero nunca determinada, por su interacción con las otras partes. No se hace cuestión en ningún momento sobre cuál es el yo real; así como en una tela de Mondrian el cuadradito rojo no es ni más ni menos verdadero que el pequeño rectángulo azul en el conjunto del cuadro. Sin presuponer una identidad determinada, se atiende a cualquier resultante de la composición de fuerzas (en este caso, la necesidad de recibir y usar el título de doctor en filosofía).
Lo que sale a luz es el sentido de un reflejo primario hacia la síntesis, dondequiera que las identidades elementales entran en contacto.
La naturaleza composicional del hombre revelada por la elaboración del sueño también se manifiesta claramente en el trabajo gestáltico aplicado a las polaridades personales.
La existencia de polaridades en el hombre no es ninguna novedad. Lo nuevo en la perspectiva gestáltica es la concepción de cada individuo como una secuencia interminable de polaridades. Cada aspecto de sí mismo que reconoce un individuo supone la presencia implícita de su antítesis o cualidad polar. Esta permanece difusa en el fondo que da relieve a la experiencia presente, pero conserva la potencialidad necesaria para emerger como figura cuando cobre la fuerza suficiente. Si esta fuerza recibe apoyo, pueden llegar a integrarse cuantas polaridades emerjan contrapuestas unas a otras, congeladas en una posición de alienación mutua.
La polaridad gestáltica más famosa es la dicotomía opresor-oprimido, en la que la lucha se libra entre el amo y el esclavo. El amo manda, dirige y reprende; el esclavo opone su pasividad, su estupidez, su ineptitud o la simulación de empeñarse infructuosamente por cumplir las órdenes. Pero las polaridades tienen dimensiones infinitas (p. ej., cómo vive mi hermano y cómo vivo yo; mi benevolencia y mi crueldad; mi afectividad y mi cinismo; el parlanchín que hay en mí y la esfinge que hay en mí; el Sabelotodo versus el burro de grado, etc.). Siempre tienen un dejo personal: cada uno cultiva sus propias polaridades.
Para resolver la polaridad, hay que ayudar a que cada parte viva plenamente y al mismo tiempo tenga contacto con la otra. Se reduce así la posibilidad de que una permanezca estancada en su impotencia aferrándose al statu quo. Si se la ha humanizado, dará un testimonio vital de sus necesidades y deseos, y se afirmará como una fuerza que debe tenerse en cuenta para una nueva coalición. No tiene mayor importancia que se vea a una en el papel de opresor y a la otra en el de oprimido; lo importante es la expresividad válida de cada una al articular su identidad específica.
El siguiente diálogo presenta la parte "desamparada" y la parte "iracunda" de una mujer cuyos prolongados silencios en los grupos le parecían perfectamente naturales, hasta que tomó contacto con su cólera y con el desamparo que sintió al encararse con esta.
Desamparada: Estoy verdaderamente desamparada. No puedo hacer ningún cambio efectivo en mis modos de funcionar. Sigo callándome las cosas, y dejando que los demás determinen el curso de acción a seguir, o lo que sea.; Iracunda: ¡Ya me estoy hartando de tus pretextos! Porque eso es todo, lo que son… No: te gusta como andan las cosas, pero no haces nada para que cambien.
Desamparada: Es por tu causa que no cambio. En cuanto te deje salir un poquito, me dominarás. No quedará nada de mí. No parará tu furia hasta que lo hayas destruido todo! Ahora mismo, solo de pensarlo, rompo a llorar. Siempre me haces llorar. Cuando lloro te desarmo, porque entonces no puedes hacer nada… pero yo tampoco puedo hacer nada. Y la consecuencia es que no soy nada… apenas debilidad y llanto.
Iracunda; Si confiaras en mí, te demostraría que la ira puede ser útil, no solamente destructiva. Desamparada: ¡No! Iracunda: Bueno, entonces continúa siendo la debilucha que eres. Desamparada: Tampoco quiero que sea así. Es un callejón sin salida.
Iracunda: La Culpa es tuya. Si no estuvieras ahí vigilándome, yo podría hacer muchas cosas. Si no me hubieras aplastado tanto tiempo… si no me hubieras negado… si no te hubieras empeñado en ser esa porquería de ángel para caer simpática… no estarías en este lío. Desamparada: Lo sé, pero no me sirve de nada. No puedo cambiar.
Iracunda: Hablas como si tuvieras que hacer algo… En realidad todo lo que tienes que hacer es dejarme vivir. Llegar a conocerme, relajarte y dejar que pase lo que tenga que pasar. A lo mejor, si no estuvieras siempre tan en guardia podrías quitarte el bozal y seguir un camino directo del pensamiento a la palabra… Desamparada; Entiendo lo que dices… Es lo que quiero.
Sin embargo, pienso en los horrores de la ira, y ya estoy llorando otra vez. Veo a mi padre parado al pie de la escalera, empuñando una cuchilla de carnicero con la que amenaza matar a mi tía. Veo la mirada fija de sus ojos celestes que parecen saltárseles de las órbitas mientras grita, grita, grita… ¡No puedo soportarlo! Iracunda: ¡Basta ya!…. Eso era él… no todo el mundo es igual.
Desamparada; La cólera le arruinó la vida. Es un hombre amargado y solitario. Iracunda: A ti la cólera te está arruinando la vida porque la niegas. ¿Acaso es mejor? Desamparada: No. Lo entiendo muy bien… Pero como dije, las lágrimas se interponen siempre.
Iracunda: ¡A la mierda las lágrimas! Puedes seguir adelante sin ellas, o con ellas, o a pesar de ellas. No es ninguna excusa. Desamparada: ¿Como puedo usar tu… no, no es eso… cómo tenerte conmigo? Porque ahí está el problema, probablemente. Hablo como si fueras una especie de arma… No debería ser así. No quiero combatirte… ni usarte… solo que seas una parte mía.
El diálogo muestra la incompatibilidad originaria entre las dos partes; luego, un aflojamiento de las barreras que anuncia un deseo incipiente de reconciliación. La declaración final refleja un movimiento natural y básico hacia la síntesis, un reflejo tendiente a la integración. La mujer tuvo más adelante una participación más activa, no solo en el grupo sino en su vida profesional, aceptando poco a poco ocupar una posición más central en el círculo de sus asociados.
Todo organismo complejo ordenará sus fuerzas de un modo que le permita funcionar con economía, organizando sus diversos recursos en la combinación más natural, armoniosa y eficiente que sea posible en un momento determinado.
Ternura, compulsión, audacia, inexorabilidad y afabilidad son una combinación de características difícilmente compatibles en la experiencia, a menos que una persona, al redescubrir la amplitud de su campo, las reorganice en una composición nueva. Alcanzar la compatibilidad donde la sociedad niega que exista y la experiencia anterior no acertó a encontrarla requiere considerable maestría, como requiere persistencia y creatividad mantener la integración y el contacto entre características penosamente antagónicas.
En el nivel físico de la integración reflexiva, Reich describió tiempo atrás lo que llamó el reflejo de orgasmo. Bajo el efecto de una potente vigorización para el orgasmo, los movimientos del individuo se sincronizan regularmente. Nosotros creemos que la armonía que Reich describe en cuanto al orgasmo puede observarse en todas las grandes funciones que ponen notoriamente en primer plano al organismo total.
Explosiones culminantes análogas comprometen toda la musculatura en el acto de estornudar, toser, llorar, reír, vomitar y defecar. Supongamos que en su temprano adiestramiento higiénico, un niño aprende que puede controlar la defecación apretando los esfínteres y que, en un pacto a lo Fausto, acaba por hacerlo habitualmente. Con esto evita accidentes temidos, pero a costa de una grave pérdida de riqueza funcional, que en realidad no podía prever.
Cierto que no habrá más deslices evacuatorios, pero tiene que pagar un alto precio —restricciones en el movimiento de su pelvis o constricciones en su respiración—. A título de ejemplo, contraiga usted fuertemente su esfínter anal y observe los cambios consiguientes en su respiración. Pruebe ahora hablar, siempre con el esfínter muy contraído. El efecto no es desdeñable, ¿verdad?
De aquí no hay más que un paso a reconocer que cualquier cosa que ocurra en una parte de la persona afecta a su naturaleza toda. Las experiencias cooperativas entre los componentes de un individuo son comunes: a veces estorban el funcionamiento normal, otras veces lo facilitan. Cierto músico, por ejemplo, mantiene el rostro particularmente inmóvil e impasible cuando ejecuta, y sin embargo su música surge expresiva y hasta apasionada. Es como si canalizara toda su expresividad por el medio específico de su ejecución, desviándola del resto del cuerpo y concentrándola en sus brazos, sus dedos y su violín.
Si alguien estudia para un examen mientras un martillo golpea estrepitosamente bajo su ventana, aparta el ruido de su conciencia, disminuyendo una función a la vez que se concentra en otra. Tales integraciones son forzosas, y solo acarrean conflictos cuando el bloqueo se hace crónico y la función bloqueada no está disponible en caso de necesidad. El músico del rostro impasible se perjudica si su capacidad de respuesta frente a situaciones no musicales queda crónicamente inhabilitada.
El eslabonamiento autorrestrictivo de diversas funciones se ve en este otro caso: una mujer descubre que si se pone a correr se mojará la bombacha; por lo tanto, no correrá, aunque pierda el autobús o llegue tarde a clase. Su inhibición básica está en los músculos que controlan la micción. Cuando corre no puede controlarlos; de ahí que le resulte peligroso correr y se prohiba hacerlo, aunque en sí misma esa actividad no le merece ninguna objeción. Otros bloquean los estallidos de risa porque tienen miedo de acabar llorando.
Análogamente, muchas mujeres y algunos hombres se echan a llorar en el momento culminante de la pasión sexual. Cuando quiera que una actividad inspira temor, no por sí misma, sino por lo que podría desencadenar, el sujeto sufre una doble pérdida. Ha solucionado su problema básico sólo en detrimento de una función colateral.
El individuo en sí puede considerarse, pues, como un grupo que siempre está recombinando e interrelacionando a sus miembros. Goldstein describió este proceso de integración:
"Todas las capacidades de una persona están siempre en acción en cada una de sus actividades. La capacidad particularmente importante para la tarea está en primer plano; las otras, en el fondo. Todas están organizadas en una forma que facilitar la autorrealización del organismo total en una situación particular. Para cada desempeño hay una organización definida de capacidades en la configuración de firgura-fondo".
Desde luego, no faltan contradicciones en este proceso de integración, ya que algunos de los elementos en pugna son dominados por sus antagonistas, otros son obliterados, y algunos afloran desde el fondo de la propia existencia rivalizando constantemente por llegar a ser figura. En su origen la pugna era válida, en cuanto algunos de los impulsos beligerantes pudieron, de hecho, haber sido contradictorios e interferirse mutuamente, como ocurre con el niño que tiene ganas de escupir y a la vez desea que la madre lo quiera.
Ninguna necesidad personal cede complacientemente a su antítesis en el interior del sujeto, así como ninguna nación o individuo disfruta con la existencia de sus rivales. La colisión de antítesis rompe el statu quo, porque cada agonista cambia por efecto del otro. A veces, para no exponerse a cambios ingratos, retroceden; pero si lo hacen, pierden la oportunidad de encontrar una nueva síntesis dinámica. Así, una persona que tiene cualidades fuertes, aunque antagónicas, de crueldad y benevolencia puede quedar irresoluta hasta que, mezclándolas, se transforma en un ardiente revolucionario, amado entre los suyos, tierno a su manera (desconocido para la persona meramente cruel), pero incisivo y agudo en su estilo (ajeno a las personas meramente benévolas). El crecimiento depende de que se renueven las posibilidades de contacto entre los diversos aspectos del individuo, posibilidades que han sido eliminadas por ideas erróneas acerca de la incompatibilidad.
Por cierto que la reanudación del contacto entre las diferentes partes de uno mismo no siempre es un lecho de rosas. Si en el terreno político la estrategia de la confrontación comporta un potencial de explosividad, caos y alienación, el proceso de confrontar las cualidades en pugna dentro de uno mismo es igualmente abrasivo y peligroso, en particular cuando una cualidad solo se mantiene firmemente enclavada porque está sofocando a otra que empieza a buscar expresión.
La fuerza requerida para reconquistar un contacto fructífero lleva, a veces, a conductas desatinadas o extremas, en las que el sujeto persigue a tientas un contacto que pueda sentir palpablemente. El que tiene que gritar su furia para contrarrestar su impotente sumisión, el que se entrega al desenfreno sexual para sobreponerse a una moralidad calcificada, el que se arrincona en una pasividad catatónica antes que entregarse a una ambición insuflada por su padre: todos ellos se juegan para dominar drásticamente las fuerzas atrincheradas en su interior. Hasta que la energía recién estimulada alcance una síntesis con la primitiva fuerza preponderante, el sujeto se comportará de manera arbitraria, sin un sentido de totalidad.
En el difícil ordenamiento que logró establecer entre dos cualidades opuestas de sí mismo, una parte de su naturaleza quedó despojada de su excitamiento y actividad. El movimiento hacia la integración removiliza ese excitamiento y la parte afectada no pierde su todavía poderosa energía.
Es posible que en tal trance el individuo experimente una sobrecarga de estímulos y tema, literalmente, explotar o estallar. Como no tiene ninguna experiencia en reacciones explosivas, ignora que la sensación de estallar puede resolverse en crisis de llanto, gritos, lenguaje patético, movimientos enérgicos, rabietas, orgasmos, etc. Hasta ese momento sintió que la expansión de las sensaciones amenazaba las fronteras de su personalidad, porque ninguna salida conveniente era aceptable. Si en condiciones nuevas (como las que le ofrece la terapia), se aviene a dejar que la explosión se produzca, será como si volviera a nacer. Si por el contrario, le resulta intolerable asimilar la expansión interior que esta integración requiere, es probable que el miedo detenga, al menos en forma temporaria, su crecimiento ulterior en esa dirección. Discernir la diferencia entre estas dos posibilidades es un arte sutil que exige una sintonización sensitiva tanto del paciente como del terapeuta.
No hay ningún patrón de medida que permita fijar con precisión los límites de la capacidad de un sujeto para asimilar o expresar sentimientos cargados de posibilidades explosivas; pero hay una precaución elemental, que consiste en respetar su autorregulación, y no obligarlo o persuadirlo a que adopte comportamientos que él mismo no haya determinado en gran parte.
Sin embargo, los mayores progresos no siempre son el resultado de jugar a lo seguro. En mi propia terapia, dos de los momentos más decisivos llegaron cuando dije: "¡Al diablo con todo!", resuelto de hecho, no ya de palabra, a arriesgarlo todo. Bajo el impulso de una emoción avasalladora, es posible que una persona elija renunciar a toda elección ulterior, como en lo alto de una montaña rusa, donde, una vez tomada la decisión de subir, la opción desaparece. La primera vez que en la terapia resolví aceptar lo que viniera, me encontré sorpresivamente en plena crisis de llanto espasmódico, algo que nunca me había ocurrido desde que era adulto. En la segunda ocasión, me encontré presa de espasmos convulsivos y hondos estremecimientos. En ambos casos emergí de la experiencia más consciente de la húmeda ternura de la vida, y con un sentido nuevo de intencionalidad personal. El cambio no se operó bajo control, sino a través del movimiento, la inexorabilidad, la potencia y la presencia, esa presencia que hace del mundo una sola unidad.
Datos para citar ese artículo:
Polster, E. y M.. (2016). Trabajo de parte. Irradia Terapia México. https://psicologos.mx/trabajo-de-parte/ [Consultado el ].
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