Decía yo el domingo, al compartir mi entrada en el “feiz”, que el duende me hizo ver mi suerte y entonces me puse a pensar en el temple. Yo supongo que todo comenzó con la travesura de compartirle té de hierbabuena con leche condensada después de la siesta…
De entrada creí que era una imprudencia, que ya era tarde, pero después de todo ¿qué podría pasar?
Ella se convirtió en una especie de huracán contenido en un diminuto frasco, anduvo por aquí y por allá tirando todo lo que encontraba a su paso, irreconocible, pero la dejé hacer… el “problema” fue que llegó la hora del baño, y pretendí seguir con la rutina del día: “vámonos a bañar, Killari, pero primero recoge tus juguetes”… ella suele regresarse del tercer escalón y de muy buena gana comienza a echar todo a la caja que está sobre el sillón, pero esta vez se quedó mirándome y dijo: ¡Nu!, con ese tonito de “no habrá poder humano que me haga cambiar de opinión”.
Después de mucho, logré convencerla de ordenar la sala y me conformé con eso, así que nos fuimos derecho al baño, sin hacer escala en el caos de su cuarto… Luego de por fin dormirla, tras el llanto y la resistencia, bajé al estudio, con unos enooormes deseos de haber encendido hacía dos horas el primer cigarro de la noche.
Jaime, mi esposo, dijo que admiraba mi paciencia, que mientras me veía tratando de convencer al duende de levantar sus juguetes, pensaba que él ya le habría levantado la voz un par de veces, y me abrazó.
Debo confesar que claro que sentí ganas de levantarle la voz, de ponerme ruda y obligarla a hacer lo que yo había dicho que hiciera, pero en el momento mismo del pensamiento, me pregunté un montón de cosas y llegué (les digo que en un segundo) a la conclusión de que en realidad no tenía nada que urgente por hacer, en cambio lo que estaba sucediendo con ella era importante. Entonces decidí que no había por qué enojarme; sí era cierto que ella no hacía lo que yo quería, pero no era una batalla que deseara iniciar en ese momento.
Con la calma en la que parece transcurrir la semana, con todo y el lío que traigo en la cabeza tratando de entender la continuidad, la discontinuidad y El erotismo, de Bataille, me he detenido a pensar ¿Por qué nos enojamos? Y como de costumbre, recurro al diccionario para esclarecer la idea:
El enojo es un “sentimiento que una persona experimenta cuando se siente contrariada o perjudicada por otra o por una cosa, como ante una falta de respeto, una desobediencia o un error”; la ira es una emoción que se expresa como enojo.
Las reacciones del cuerpo iracundo son: aumento en el ritmo cardíaco, presión sanguínea y niveles de adrenalina y noradrenalina; al parecer, la ira es una aberración del instinto de supervivencia, ese que nos hace sentir la necesidad de alejarnos de alguna posible amenaza, pero en vez de ello, decidimos quedarnos a afrontar el “peligro” y detener ese comportamiento amenazante.
Enojo y convivencia familiar
Entonces vuelvo sobre uno de mis tópicos más socorridos, la crianza… qué personas estamos preparando para el mundo, qué personas somos las que participamos hoy en él. A qué se deben tantas carencias, tanta tristeza, tanta frustración, tanta apatía, tanta violencia, tantos muertos…
Tal vez es muy ambicioso de mi parte creer que en la medida en que logremos criar a nuestros hijos con amor, el mundo será más amable. Por supuesto que en este momento entrarían los partidarios del explicar la vida a través de los ciclos, quienes hablan de la era de Kali iugá, y me dirían que no hay mucho que hacer, que estamos en la era del enojo y la hipocresía, en el cerca del fin de los tiempos.
Según el Bhágavat Purana, Kali es un demonio, hijo de la ira y la violencia (Krodha y Jimsa); en el Mahabarata, se dice que esta era comenzó en la Batalla de Kurukshetra, cuando los ejércitos se negaron a detener la guerra para orar, como estaba prescrito, y siguieron luchando hasta el amanecer, por allá del 3102 a.C.
Kali es el tiempo de la oscuridad, entendida como ignorancia; en donde se pierde el espíritu de comunidad, y entonces el hombre tiende al sufrimiento y la soledad. La complacencia de los sentidos es la meta a cumplir, no importa nada más que la satisfacción y el placer.
Kali es el símbolo de la destrucción, y en las profundidades del símbolo, lo que habrá de destruir es el ego que le impide al ser contemplar su verdadera esencia divina.
Por supuesto que todo esto sólo una arista en la interpretación del mundo. Pero, ¿a poco no coincide con lo que sucede en el mundo actualmente? Por si creían que me desvié muchísimo, retomo el título de la entrada “¿Por qué nos enojamos?”, pues, desde este enfoque, porque vivimos en un momento en lo donde lo importante es el ego, y éste se ve seriamente lastimado cuando lo contradicen; porque la tolerancia, el amor y la paciencia, son virtudes que relegamos un poco, ante la prisa cotidiana por alcanzar lo que sea (aunque nunca tenemos bien clarito qué deseamos alcanzar).
Aún si hiciéramos de lado la perspectiva vaisnava, ¿a poco no nos sentimos desde ofendidos hasta traicionados cuando no nos hacen caso, o no nos obedecen, o simplemente nos ignoran? Ahora hago una pregunta insidiosa (que en realidad son varias): ¿qué esperamos de nuestros hijos, la pareja, la familia, los amigos, el trabajo, la maternidad, la vida?
¿Tanto rollo para proponer un profundo trabajo de conciencia? ¿Todo esto para venir a decir que debemos aprender a controlar emociones como el enojo? Sí, para eso y para dejar aquí una invitación a aclarar nuestra mente y nuestros corazones; para sugerir que antes de dar una nalgada (o el golpe que sea) a nuestros niños, pensemos que los que tenemos la vida recorrida somos nosotros, los adultos; que antes de contestarle feo o lastimar a la pareja, apechuguemos un poco, para no comenzar (o continuar) una guerra de poderes que no tiene cabida. Las heridas abiertas hoy, serán cicatrices mañana.
Foto de Spinster Cardigan vía Flickr
Datos para citar este artículo:
Torres, Ketzalli. (2014). Kali Yuga: la era del enojo. Boletín de Consultorio Psicológico Condesa, 7(1). https://psicologos.mx/kali-yuga-enojo/.
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