La pandemia ha traído consigo una ola de sentimientos y emociones que algunas veces no podemos ni nombrar, me atrevo a decir que todos hemos experimentado en menor o mayor medida los estragos del encierro, las malas noticias y la zozobra originada por este evento sin precedentes.
En lo personal, dormir durante los primeros meses se convirtió casi en una hazaña, regresaron las pesadillas que se habían ido hace tiempo, volvió la ansiedad, la irritabilidad y la tristeza.
Hace varios años que descubrí la importancia del acompañamiento terapéutico, me ha servido para sortear algunos de los momentos más críticos de mi vida, pero más que eso el acompañamiento terapéutico me ha ayudado a poder ponerle nombre a lo que siento y eso ha sido una gran herramienta en estos tiempos en los que navegamos en pura incertidumbre.
Al principio de la pandemia, por ahí de marzo, cuando anunciaron pero a la vez no anunciaron el inicio de la cuarentena (porque ya saben… #MéxicoMágico) tomé la noticia con mucho optimismo.
Llevaba ya más de 6 meses de incapacidad, así que la idea de permanecer encerrada otros días más (DÍAS, en mi mente serían algunos días… según yo y mi infinito optimismo) no me parecía tan dramática, pero pasaron los meses.
Terminó mi incapacidad y tuve que reincorporarme a mis actividades laborales en un contexto completamente diferente: la reincorporación aún en tiempos normales hubiera sido complicada, pero hacerlo en la llamada “nueva normalidad”, fue una labor maratónica.
Casi la mitad de mi equipo de trabajo era nuevo, no los conocía personalmente, nunca había visto sus caras antes y ahora tenía que conectarme a una junta diaria y escucharlos por 2 horas seguidas sin perder la atención y sin poder conocerlos más que a través de una pantalla.
Nuevo puesto, nuevo jefe, reportes que no tenían sentido y la responsabilidad de trabajar en una organización médica en medio de una pandemia, súmenle a eso convivir con mi pareja 24/7, sin trabajadora del hogar, con platos que se reproducían como gremlins en el fregadero, ropa que lavar, comida que preparar, sin haber podido concluir mi tratamiento médico porque en el Sector Salud todo se detuvo.
Cuando tenía un respiro, me encontraba sentada viendo perdidamente el techo y de repente sentía como las paredes de mi casa se hacían más y más estrechas y me aplastaban, si es horrible tener pesadillas dormido, es aún peor tenerlas despierto.
Llegó la primera crisis de ansiedad, fue por allá de Julio… la opresión en el pecho, esa sensación de no poder respirar, llevaba ya varios días con noches de insomnio, una peor que la otra.
Terminé una junta importante y después… los sentimientos negativos se adueñaron de mí, cuando alguien está en medio de una crisis de ansiedad y dice que siente que se va a morir, no lo dice por decirlo, en verdad ¡sientes que te vas a morir!
Intenté con todas mis fuerzas controlar mi respiración, cada exhalación me parecía más y más compleja, la meditación en mi cabeza, interrumpida por la voz de mi conciencia: tranquilízate o te va a dar un infarto, mi pareja en el otro cuarto en una junta con los audífonos puestos.
Me senté en el piso, se me acercaron mis perros, sabían que algo iba mal, los acaricié, logré tranquilizarme después de casi 40 minutos; no lo pensé dos veces, agarré el teléfono y le llamé a mi terapeuta: me urge verte.
La mejor decisión que he tomado durante este año fue retomar mi proceso terapéutico porque me ha permitido sobrellevar lo que ha traído consigo la pandemia, también me ha permitido sentirme mucho más libre y ligera, sin el sentimiento de culpa que a veces me estaba generando no querer hacer nada más que tirarme en mi cama y ver una película boba para desconectarme al menos por dos horas de lo que estaba pasando a mi alrededor.
Oficialmente ya llevamos más de un año viviendo en un mundo completamente diferente al que conocíamos, no me gusta el distanciamiento social, debo reconocer que las salidas con mis amigos, las comidas con mi familia, las escapadas a desayunar con mamá un sábado significaban para mí un respiro y una inyección de motivación y energía para sortear las dificultades del día a día.
El no poder realizar esas actividades liberadoras, ha hecho merma en mi estado de ánimo y en mi salud mental; mi terapia me ha ayudado entre otras muchas cosas a abrirme a otras posibilidades y buscar alternativas para no extrañar tanto el contacto con los que amo y también a no perder de vista el hecho de que aunque poco a poco, la vida como la conocíamos regresará y podremos volver a abrazarnos.
Datos para citar este artículo:
Silva de la Torre, Denisse. (2021). A un año de la llegada del virus a nuestras vidas. Boletín de Consultorio Psicológico Condesa, 14(2). https://psicologos.mx/a-un-ano-de-la-llegada-del-virus-a-nuestras-vidas/.
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