Los días pasan en el año, poco a poco la publicidad lo vaticina. De pronto hay dulces por todos lados, comienzan los globos a inundar el mercado, la gente comienza a hacer planes y todo de pronto se envuelve en un rojo carmesí que envuelve las calles.
Llega el ineludible día del amor y la amistad.
Para muchos es un pretexto que las grandes marcas usan para vendernos de todo, para otros es una oportunidad de expresar gratitud y cariño para nuestra pareja, para otro sector es la manera de recordar lo increíble que es tener amigos llegando a la inconsciencia inducida por el alcohol en una fiesta de celebración y para muchas otras personas es un fatigoso e insoportable recordatorio que ha pasado un año más sin tener a alguien especial en nuestras vidas.
Podría decir que los hombres lo sufren menos que las mujeres porque la normalidad dicta que los hombres tienden a obedecer más a sus impulsos básicos que a sus necesidades emocionales, o que las mujeres tienden a sentirlo más pesado porque se les ha hecho pensar que llegada cierta edad es una necesidad tener a un hombre al lado, pero la realidad es que los dos sexos la sufrimos igual, sólo que los hombres somos educados para no mostrar esta sensibilidad.
Y nos lacera… nos lastima… nos invade la tristeza. Más con el recordatorio a cada esquina de que casi todos a los que conocemos ya tienen a alguien. Y nos llega la terrible pregunta que tratamos de no pensar durante todo el año pero cerca de esta fecha nos hacemos inconscientemente, un martes por la noche con las luces apagadas y el insomnio en pleno esplendor:
¿Qué está mal conmigo?
Y déjame decirte algo muy bueno: No hay absolutamente nada mal contigo. Bueno, debe haber alguna que otra cosa quizás ande un poco mal pero no es la razón por la cual este año no hay San Valentín a la vista.
La razón principal por la que Cupido no se asoma por tu ventana no tiene que ver con tu gallardía física, o con tu esbeltez de modelo, o con tu opulencia económica. No. Andas como perrito sin correa porque no definimos lo que queremos.
Ahora, pensamos que lo sabemos. Déjenme ver si le atino:
- Mujeres: un hombre soltero, alto, que huela rico, de buen cuerpo, sincero, fiel, trabajador, cariñoso, comprensivo, aventurero, deportista, estudiado, emprendedor, respetuoso y buen bailador.
- Hombres (diciéndole a otros hombres): Una mujer que me aguante, tenga amplio busto y caderas generosas.
Y para sí mismos, alguien que le guste el fútbol pero que no sepa mucho para enseñarle todo lo que sé, que no le moleste que tome chela y que no me la haga tanto de tos. (Aunque el busto amplio y las caderas generosas no sobran.)
¡Suena muy bien! Bien elegido. Pero lo más probable es que ese hombre ideal y esa mujer ideal ya andan y son muy felices con sus hijos que le van al Manchester United.
Entonces ¿qué nos queda al resto de los seres humanos? ¿Qué destino le depara a uno que es Godínez de empresa mediana con salario modesto y pocas probabilidades de ganar (terminar) un triatlón?
¿Acaso el amor está destinado a caer en las manos de los guapos y talentosos y los que no sabemos ni abrir una lata de atún estamos destinados a comernos esa lata de atún solos para toda la vida? No. No estamos condenados, sólo que estamos pidiendo las cosas incorrectas.
Fiona, la princesa de la película Shrek, es el mejor ejemplo de este fenómeno de las expectativas mal encaminadas. Fiona es el perfecto ejemplo de lo que es una personalidad oculta bajo la fachada de perfección que le requerían ser y por ende pide este tipo de perfección falsa en su “rescatador”.
Durante los hechos de la primera película, Fiona está esperando a un Príncipe Encantador con ciertas características que pensaba podía hacerla feliz. Dentro de ellas estaba la galantería y la belleza igualmente importantes que la fidelidad y la valentía pero probablemente no con el mismo valor intrínseco.
Al final los valores que Shrek comparte con la princesa, la verdadera princesa, no la imagen esculpida que sus padres le obligaban a ser, son las cosas que logran que permanezcan juntos.
¿Que quiero Ilustrar con este ejemplo?
Que las expectativas que tenemos de nuestra pareja ideal son casi enteramente externas y están siendo fabricadas por una serie de elementos externos a uno mismo y muy probablemente no nos harán felices.
Pero entonces surge la pregunta: ¿Dónde encontrar esos valores intrínsecos si los externos que son fáciles de encontrar no aparecen? Y la respuesta entonces es ¿Sabes qué valores son esos? Ya de por sí es difícil encontrar a una pareja en el mundo superfluo y visual.
- La búsqueda de una pareja que comparta lo que verdaderamente eres va a ser mucho más difícil si no tienes idea de cuáles son tus valores personales.
Antes de buscar el amor de película de Hollywood, necesitamos entender verdaderamente qué es lo que nos motiva, qué es lo que somos más allá de la sombra de la duda y decirnos a nosotros mismos que somos.
Antes de buscar a la media naranja hay que saber qué tipo de fruta somos nosotros primero.
Suena fácil pero se requiere de un gran esfuerzo, ustedes podrían decir y tienen razón. Pero la aventura de compartir el mundo con alguien es una de las cosas, si no es que la cosa más gratificante, edificante y satisfactoria que uno puede hacer en su vida. Preparar el camino para que esa persona llegue es un trabajo que valdrá mucho la pena hacer.
Entonces…. ¡Manos a la obra!
¿O seguimos esperando a San Valentín cada año?
Datos para citar este artículo:
Bracho Herrera, Alberto. (2019). ¿Cómo encontrar a tu San Valentín?. Boletín de Consultorio Psicológico Condesa, 12(1). https://psicologos.mx/como-encontrar-a-tu-san-valentin/.
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