
- Autor: Carl R. Rogers. Tomado de Harvard Educational Review; vol 32(4), 416 329, otoño de 1962.
En este artículo, me gustaría compartir con el lector una conclusión, una convicción que ha surgido de años de experiencia del trato con individuos, una conclusión que encuentra cierta confirmación en un cuerpo de evidencia empírica en constante crecimiento.
Simplemente, en gran variedad de trabajos profesionales que impliquen relaciones con la gente —ya sea como psicoterapeuta, maestro, religioso, orientador, trabajador social o psicólogo clínico—, la cualidad del encuentro personal con el paciente es el elemento más significativo para determinar su efectividad.
Permítaseme desglosar un poco más completamente la base de esta afirmación en mi experiencia personal. Primero, he sido orientador y psicoterapeuta. En el curso de mi vida profesional, he trabajado con estudiantes universitarios con problemas, con adultos en dificultades, con individuos “normales” (como ejecutivos de negocios) y más recientemente con personas psicóticas hospitalizadas.
He intentado hacer uso de los conocimientos obtenidos de mi experiencia terapéutica en mis interacciones en clases y seminarios, en el entrenamiento de maestros, en la administración de grupos de personal, en la supervisión clínica de psicólogos y psiquiatras, y con los orientadores cuando trabajan con sus pacientes. Algunas de estas relaciones son de larga duración e intensivas, como en la psicoterapia individual; y otras son breves, como en las experiencias con participantes en talleres de trabajo o en contactos con estudiantes que acuden por consejos prácticos.
Ellos abarcan un amplio rango de profundidad. Gradualmente he llegado a la conclusión de que un aprendizaje que se aplica a todas estas experiencias es que la cualidad de la relación personal es lo más importante. A algunos de estos individuos los he tratado sólo en forma breve, con otros he tenido la oportunidad de conocerlos íntimamente; pero, en cualquier caso, la cualidad del encuentro personal es, probablemente a largo plazo, el elemento que determina hasta qué punto ésta es una experiencia que libera o promueve el desarrollo y crecimiento.
Creo que la cualidad de mi encuentro es más importante a largo plazo, que mis conocimientos académicos, mi entrenamiento profesional, mi orientación terapéutica, y las técnicas que empleo en la entrevista. Siguiendo en esta línea de pensamiento, me imagino que para un orientador también, la relación que él forma con cada estudiante —breve o continua— es más importante que su conocimiento de pruebas y medidas, que la adecuación de sus registros, las teorías que sostiene, la exactitud con que es capaz de predecir el éxito académico o la escuela donde recibió su entrenamiento.
En años recientes, he pensado bastante respecto a este tema. He tratado de observar a orientadores y terapeutas cuyas orientaciones son muy diferentes de la mía, con el propósito de entender la base de su efectividad al mismo tiempo que la mía. He escuchado entrevistas grabadas, provenientes de muy diversas fuentes. En forma gradual, he desarrollado algunas formulaciones teóricas, algunas hipótesis acerca de las bases de la efectividad en las relaciones.
Cuando me pregunto cómo individuos que son marcadamente distintos en personalidad, orientación y procedimiento pueden ser efectivos en una relación de ayuda, cómo cada uno puede tener éxito en facilitar un cambio o desarrollo constructivo, he concluido que esto se debe a que llevan a la relación de ayuda ciertos ingredientes que se asocian con su actitud. Esto es lo que, según mi hipótesis, explica la efectividad, ya sea que se hable de un orientador, un psicólogo clínico o un psiquiatra.
¿Cuáles son esos elementos experienciales o actitudinales del orientador que hacen de una relación un clima promotor de crecimiento? Me gustaría describirlos con el mayor cuidado y exactitud posibles, aunque sé muy bien que las palabras rara vez captan o comunican las cualidades de un encuentro personal.
Congruencia
En primer lugar, supongo que el crecimiento personal se facilita cuando el orientador es lo que es, cuando en la relación con su paciente es honesto y sin “máscara” o dobleces, siendo abiertamente los sentimientos y las actitudes los que en ese momento están fluyendo en él.
Hemos empleado el término congruencia para tratar de describir esa condición. Con esto queremos decir que los sentimientos que el orientador está experimentando son accesibles a él ,a su conciencia; queremos decir que es capaz de vivir estos sentimientos, ser ellos en la relación, y ser capaz de comunicarlos si resulta apropiado.
Esto significa que el terapeuta llega a un encuentro personal directo con su paciente, conociéndolo sobre una base de persona a persona. Significa que él está siendo él mismo, y no negándose a sí mismo. Nadie logra llegar a esta condición completamente, pero mientras el terapeuta sea mis capaz de escuchar en forma aceptable lo que está sucediendo dentro de él mismo, y mientras sea más capaz de ser la complejidad de sus sentimientos sin temor, más alto será el grado de su congruencia.
Pienso que nosotros fácilmente percibimos esta cualidad en nuestra vida diaria. Cada uno de nosotros podríamos nombrar personas conocidas que parece que siempre están desenvolviéndose bajo una máscara, que están actuando un papel, que tienden a decir cosas que no sienten. Están mostrando incongruencia.
No nos revelamos muy profundamente ante tales personas. Por otro lado, cada uno de nosotros conoce individuos en quienes de alguna manera confiamos, porque percibimos que ellos mismos están siendo lo que son, que estamos tratando con la persona misma y no con una máscara de cortesía y de profesionalismo.
Esta es la cualidad de la que hablamos, y se supone que mientras más genuino y congruente sea el terapeuta en la relación, habrá mayores probabilidades de que ocurra un cambio en la personalidad del pariente.
He recibido mucha confirmación clínica de esta hipótesis en años recientes, en mi trabajo con pacientes esquizofrénicos hospitalizados, seleccionados al azar. Los terapeutas individuales de nuestro programa de investigación, que parecen ser los más efectivos para tratar a estos individuos inmotivados, educados en forma deficiente, resistentes, crónicamente hospitalizados, son aquellos que primero que nada son reales, que actúan de una manera genuina y humana como personas, y que muestran su autenticidad en la relación.
Pero, ¿es siempre provechoso ser auténtico?, ¿qué hay acerca de los sentimientos negativos?, ¿qué pasa, con las veces en que el verdadero sentimiento que tiene el orientador hacia el paciente es de fastidio, de aburrimiento o de disgusto? Mi respuesta tentativa es que, aun con sentimientos como estos, que todos experimentamos de cuando en cuando, es preferible que el orientador sea sincero, en vez de que ponga una fachada de interés, preocupación y gusto que no siente.
Pero no es fácil lograr tal realismo. No estoy diciendo que sea provechoso soltar impulsivamente y sin consideración todo sentimiento y acusación que se nos ocurre, bajo la cómoda impresión de que estamos siendo auténticos.
Ser real implica la difícil tarea de conocer la corriente de experiencias que ocurren dentro de uno mismo, corriente marcada especialmente por la complejidad y el cambio continuo. O sea, si percibo que me estoy sintiendo aburrido en mi trato con este estudiante, y tales sentimientos persisten, pienso que es algo que le debo a él y a nuestra relación el compartir este sentimiento con él. Pero aquí, de nuevo desearé estar en contacto continuo con lo que ocurre en mí.
Si soy yo, reconoceré que es mi sentimiento de encontrarme aburrido el que estoy expresando, y no el supuesto de que él sea una persona aburrida. Si esto lo digo como una reacción mía, tiene la potencialidad de conducimos hacia una relación más profunda. Pero este sentimiento existe en el contexto de una corriente compleja y cambiante, y es necesario comunicarlo.
Me gustaría compartir con él mi incomodidad de sentirme aburrido y la incomodidad que siento al expresar este aspecto de mí. Al compartir estas actitudes, encuentro que mi sentimiento de aburrición surge de una sensación de alejamiento y que me gustaría estar más en contacto con el. Y hasta cuando trato de expresar estos sentimientos, están cambiando.
Ciertamente, no estoy aburrido mientras trato de comunicarme con él de esta manera, y estoy lejos de aburrirme mientras espero su respuesta con anhelo y tal vez un poco de aprensión. También siento una nueva sensibilidad hacia él, ahora que he compartido este sentimiento que ha sido una barrera entre nosotros.
Así, soy mucho más capaz de escuchar la sorpresa o quizá el dolor en su voz ahora que se encuentra él mismo hablando más genuinamente porque me he atrevido a ser real con él. Me he permitido a mí mismo ser una persona —real, imperfecta— en mi relación con él.
He tratado de describir este primer elemento con cierta extensión, porque lo considero de suma importancia (tal vez es la más crucial de las condiciones que describiré) y porque no es fácil aceptarlo ni lograrlo. Gendlin ha hecho un excelente trabajo al explicar el significado del concepto de experienciación y su relación con la orientación y la psicoterapia y su artículo puede complementar lo que he tratado de decir.
Espero quede claro que estoy hablando de un realismo del orientador, que no es superficial, sino profundo y verdadero. A veces he pensado que la palabra transparencia ayuda a describir este elemento de congruencia personal. Si todo lo que sucede en mí que pueda ser aportante para la relación puede ser visto por mi paciente, si éste puede ver “con claridad a través de mí” y si estoy deseando que esta realidad se muestre durante la relación, entonces puedo estar casi seguro de que éste será un encuentro significativo en el que ambos aprendemos y nos desarrollamos.
A veces me he preguntado si ésta es la única cualidad que importa en una relación psicoterapéutica. La evidencia parece mostrar que otras cualidades también hacen una profunda diferencia y son tal vez más fáciles de alcanzar. Así que también las descubriré, pero subrayaré que si, en un momento dado de la relación, éstas no son realmente parte de la experiencia del orientador, entonces creo que es mejor ser realmente lo que uno es, que pretender estar sintiendo estas otras cualidades.
Empatía
La segunda condición esencial en la relación, como lo veo, es que el orientador experimenta una exacta comprensión empática del mundo privado de su paciente, y es capaz de comunicar algunos de los fragmentos significativos de esa comprensión.
Percibir el mundo interno de significados privados y personales del paciente como si fueran los propios, pero sin nunca perder la cualidad del “como si”, esto es la empatía, que parece esencial para una relación promotora de crecimiento. Sentir su confusión o su timidez o su enojo o su sentimiento de haber sido tratado injustamente como si fueran propios, pero sin que la propia incertidumbre, o miedo o coraje o recelo se vean implicados. Esta es la condición que trato de describir.
Cuando el mundo del paciente está claro para el orientador y puede moverse con libertad dentro de él, entonces puede también comunicar su comprensión de lo que es vagamente conocido por el paciente, o verbalizar significados de la experiencia del paciente, que para él es poco conocida. Esta clase de empatía elevadamente sensitiva parece importante para hacer posible que una persona se acerque a sí misma y aprenda a cambiar y a desarrollarse.
Me imagino que cada uno de nosotros ha descubierto que esta clase de comprensión es extremadamente rara. No la recibimos ni la damos con mucha frecuencia, al contrario, ofrecemos otro tipo de comprensión que es muy diferente, por ejemplo: “entiendo lo que está mal contigo” o “entiendo lo que te hace actuar de esa manera”.
Estas son las clases de comprensión que generalmente ofrecemos y recibimos —una comprensión evaluativa que proviene del exterior. No es sorprendente que nos apartemos de la verdadera comprensión. Si me
muestro realmente abierto a la manera en que la vida es experimentada por otra persona —si puedo llevar su mundo dentro del mío—, entonces correré el riesgo de ver la vida a su modo, de ser cambiado yo mismo; y todos nos resistimos al cambio.
Así, tendemos a ver el mundo de esta otra persona solamente en nuestros términos, no en los suyos. Si analizamos y lo evaluamos, no lo comprenderemos; pero cuando alguien comprende cómo se siente y parece ser yo, sin querer analizarme o juzgarme, entonces puedo crecer en ese clima. Estoy seguro de que no me encuentro solo en ese sentimiento.
Creo que cuando el orientador puede entender la experiencia que está ocurriendo momento a momento en el mundo interior del paciente, como él la ve y la siente, sin perder la individualidad de su propia identidad en ese proceso empático, es probable que el cambio tenga lugar.
Si bien la exactitud de dicha comprensión es sumamente importante, la comunicación del intento de entender también ayuda. Aun al tratar con el individuo confundido, inarticulado o extraño, si él percibe que estoy tratando de entender sus significados, esto será de provecho, pues le comunica el valor que le estoy dando como individuo. Puede captar el hecho de que percibo sus sentimientos y significados como algo que vale la pena comprender.
Ninguno de nosotros adquiere establemente y en forma completa la empatía como la he tratado de describir; lo mismo sucede en cuanto a la adquisición de una congruencia completa, pero no hay duda de que los individuos pueden desarrollarse en esta línea.Se han utilizado adecuadas experiencias de entrenamiento en la preparación de orientadores y también en el “entrenamiento en sensibilización” del personal ejecutivo en la industria.
Tales experiencias capacitan a la persona para escuchar más sensitivamente, para recibir más de los significados sutiles que la otra persona está expresando en palabras, gestos y posturas, y para experimentar dentro de sí mismo una resonancia más profunda y libre hacia el significado de esas expresiones.2
Interés positivo
Ahora la tercera condición. Formulo la hipótesis de que es más probable que el desarrollo y el cambio ocurran, mientras más tome el orientador una actitud afectuosa, positiva y aceptante hacia lo que hay en el paciente. Esto significa que él aprecia a su paciente como una persona, con una cualidad de sentimiento que en alguna forma es igual a la que un padre tiene por su hijo, apreciándolo como una persona sin hacer caso del comportamiento particular que en ese momento tenga.
Significa que se preocupa por su paciente de una manera no posesiva, como una persona con potencialidades. Incluye una buena voluntad abierta para que el paciente sea cualquier sentimiento real en él, en ese momento —hostilidad o ternura, rebeldía o sumisión, seguridad o menosprecio hacia sí mismo. Significa una especie de amor por el paciente tal como es, teniendo en cuenta que la palabra amor la tomamos del término teológico ágape, y no de sus significados comunes románticos y posesivos.
Lo que estoy describiendo es un sentimiento no paternalista, ni sentimental, ni superficialmente social y aceptable. Respeta a la otra persona como a un individuo aparte, y no se posesiona de él. Es una especie de agrado que no se exige y que tiene fuerza. Lo hemos llamado interés positivo.
Incondicionalidad del interés
Existe un aspecto de esta actitud del que en alguna forma me siento menos seguro. Propongo tentativamente la hipótesis de que la relación será más efectiva mientras más incondicional sea el interés positivo. Con esto quiero decir que el orientador aprecia al paciente en una forma total, más que condicional.
El no acepta ciertos sentimientos del paciente y desaprueba otros. Siente un interés positivo incondicional por esta persona. Éste es un sentimiento positivo que se manifiesta sin reservas ni evaluaciones; significa no hacer juicios. Creo que cuando esta apreciación no evaluativa está presente en el encuentro entre el orientador y su paciente, es más probable que ocurra un cambio y un desarrollo constructivos.
Ciertamente, no se necesita ser profesional para experimentar esta actitud. Los mejores padres nos lo muestran en abundancia, mientras que otros no. Un amigo mío, terapeuta en práctica privada de la costa este, ilustra muy bien esto en una carta en la que me dice lo que está aprendiendo acerca de los padres. Escribe:
Estoy empezando a sentir que la clave para el ser humano está en las actitudes con que sus padres se han interesado en él. Si el niño fue suficientemente afortunado de haber tenido padres que se sintieron orgullosos de él, que lo quisieron, que lo quisieron tal como era, exactamente como él era, este niño llegará a la edad adulta con autoconfianza, con autoestima; camina por la vida sintiéndose seguro de sí mismo, fuerte, capaz de vencer aquello que lo confronta. Franklin Delano Roosevelt es un ejemplo …”mis amigos…”. No podía imaginarse a nadie pensando de otra manera. El tuvo unos padres amorosos. Era como el perro mimado que corre hacia uno, moviendo la cola, deseoso de amar, porque este perro nunca ha conocido el rechazo o la severidad. Aunque lo patearas, regresaría directamente a ti, moviendo la cola más que nunca, creyendo que estás jugando con él y esperando jugar más. Este animal no puede imaginarse a alguien que lo desapruebe o a quien disguste. Así como se le dio un interés y amor incondicionales, él los tiene ahora para darlos. Si un niño es suficientemente afortunado de crecer en esta atmósfera de aceptación incondicional, llega a ser fuerte y seguro y puede abordar tanto la vida como sus vicisitudes con valor y confianza, con gusto y gozo de expectación.
Pero los padres que quieren a sus hijos si [condicional if en inglés]. Ellos los querrían si fueran cambiados, alterados, diferentes; sí fueran más inteligentes o si fueran mejores, o si, si si. Los hijos de estos padres tienen problemas porque ellos nunca tuvieron el sentimiento de aceptación. Estos padres realmente no quieren a estos hijos; los querrían si fueran como algún otro. Cuando se llega a lo fundamental, el padre siente: “No quiero a este hijo, a este hijo que tengo frente a mí”. Ellos no lo dicen. Estoy comenzando a creer que sería mejor para los interesados si los padres lo dijeran. Así, no quedarían tan horribles estragos en estos hijos no aceptados. Nunca se hace en forma tan cruda. “Si fueras un buen niño e hicieras esto, lo otro y lo de más allá, entonces todos te amaríamos.” He llegado a creer que los hijos educados por padres que los querrían “si” nunca están muy bien. Crecen suponiendo que sus padres tienen la razón y que ellos están equivocados; que de una manera u otra, ellos están mal; y todavía peor, muy frecuentemente sienten que son estúpidos, inadecuados e inferiores.
Este es un excelente contraste entre un interés positivo incondicional y un interés condicional. Creo que esto es verdadero tanto para los orientadores como para los padres.
La percepción del paciente
Hasta aquí, todas mis hipótesis referentes a la posibilidad de un crecimiento constructivo se han apoyado en que el orientador experimente estos sentimientos; sin embargo, existe una condición que debe tener el paciente. Aunque las actitudes que he descrito hayan sido en algún grado comunicadas al paciente y percibidas por él, éstas no existen en su mundo perceptual y, por tanto, no pueden ser efectivas.
En consecuencia, es necesario agregar una condición a la ecuación que he estado construyendo, relativa al desarrollo personal durante la psicoterapia. Es decir, cuando el paciente percibe en un grado mínimo de autenticidad y empatía que el orientador experimenta hacia él, entonces se pueden predecir el desarrollo de la personalidad y el cambio en la conducta.
Esto tiene implicaciones para mí como orientador. Debo ser sensitivo no sólo a lo que sucede en mí y a la corriente de sentimientos en mi paciente, sino también a la manera en que él está recibiendo mis comunicaciones.
He aprendido, especialmente al trabajar con personas trastornadas, que la empatía puede ser percibida como falta de envolvimiento; que un aprecio incondicional de mi parte puede ser percibido como indiferencia; que la calidez puede ser percibida como cercanía amenazante; y que sentimientos verdaderos en mí pueden ser percibidos como falsos.
Me gustaría comportarme y comunicarme en formas que sean claras para esta persona específica, de manera que lo que estoy experimentando en la relación hacia él no sea percibido ambiguamente. Como en las otras condiciones que he propuesto, el principio es fácil de entender, pero su realización es difícil y compleja.
Algunas limitaciones
Me gustaría subrayar que éstas son hipótesis. En otra sección comentaré sobre la manera en que estas hipótesis se vuelven distantes cuando son puestas a prueba empírica. Pero éstas son hipótesis iniciales, no la palabra final.
Considero enteramente posible que existen otras condiciones que no he descrito, también esenciales. Recientemente tuve la ocasión de escuchar algunas entrevistas grabadas por una joven orientadora de niños de una escuela elemental. Era muy afectuosa y positiva en su actitud hacia sus pacientes y, sin embargo, fue definitivamente inefectiva.
Parecía estar respondiendo en forma cálida sólo a los aspectos superficiales de cada niño, por lo que los contactos fueron superficiales, sociales y amigables; mas, era evidente que ella no estaba llegando a la persona real del niño. A pesar de todo, ella clasificó razonablemente alto en cada una de las condiciones que he descrito; o sea, tal vez existen todavía elementos sueltos que no he captado en mi formulación.
También me doy cuenta de que es posible que diferentes clases de relaciones de ayuda sean efectivas con distintas clases de personas. Algunos de nuestros terapeutas que trabajan con esquizofrénicos son efectivos cuando parecen ser sumamente condicionales, cuando no aceptan algunas de las conductas caprichosas del psicótico.
Esto se puede interpretar de dos maneras: tal vez un marco condicional sea más provechoso con estos individuos, o quizá —y ésta me parece que concuerda mejor con los hechos— estos individuos psicóticos perciben una actitud condicional como expresión de que el terapeuta realmente se interesa, mientras que una actitud incondicional pudiera ser interpretada como desinterés y apatía.
En cualquiera de los casos, quiero aclarar que lo que aquí he expuesto son formulaciones iniciales que seguramente serán modificadas y corregidas por aprendizajes ulteriores.
La filosofía que se encuentra implícita
Evidentemente, las clases de actitudes que he descrito no pueden ser experimentadas por un orientador, a menos que tenga una filosofía relativa a la gente que concuerde con tales actitudes. Las actitudes descritas no tienen sentido, excepto en un contexto de gran respeto por la persona y sus potencialidades.
A menos que el primer elemento en la escala de valores del orientador sea el valor del individuo, éste no será capaz de encontrarse a sí mismo experimentando un interés real o un deseo de entender, y tal vez no se respetará a sí mismo lo suficiente para ser real.
Ciertamente, la persona profesional que mantenga el punto de vista de que los individuos son esencialmente objetos para ser manipulados en favor del bienestar del estado, o para el mejoramiento de la institución educacional, o “para su propio bien”, o para satisfacer su propia necesidad de poder y control, no experimentará los elementos de actitud que he descrito como relaciones constructivas y promotoras de crecimiento.
Estas condiciones son congruentes y naturales en ciertos contextos filosóficos, pero no lo son en otros.
Estudios empíricos
Esto ha hecho surgir varias preguntas que me he formulado a mí mismo y que el lector debe estar preguntándose también. ¿Son estas características que he descrito como esenciales a una relación de ayuda, simplemente mi opinión, preferencia y prejuicios personales?, ¿o simplemente representan un prejuicio que se origina en una filosofía democrática en general?, ¿o, de hecho, promueven un cambio y un desarrollo constructivos?
Hace cinco años no hubiera podido responder estas preguntas. Ahora existe por lo menos una docena de investigaciones bien diseñadas que, enfocando la cuestión en diferentes formas, aclaran estos puntos. Reportar cada uno de estos estudios crearía confusión más que ser de utilidad. Permítaseme tratar de describir sus métodos en términos generales y después reportar los descubrimientos.
Los estudios tratan con dos clases de pacientes: a) estudiantes y miembros de la comunidad que voluntariamente acuden a los orientadores buscando ayuda, y b) individuos esquizofrénicos de un hospital estatal que han estado ahí por periodos que varían de unos cuantos meses a muchos años.
El primer grupo se encuentra por encima del promedio socioeducacional, y el segundo por debajo. El primer grupo está motivado para obtener ayuda, y el segundo no sólo no está motivado, sino que además presenta resistencias.
La longitud total de la adaptación abarca desde individuos de buen funcionamiento, pasando luego por varios grados de desadaptación y disturbio, hasta aquellos que son completamente incapaces de enfrentarse a la vida y que están fuera del contacto con la realidad.
En los diferentes estudios ha habido tres maneras de medir los elementos de actitud que he descrito. El primer método está basado en breves segmentos, generalmente de cuatro minutos de extensión, seleccionados al azar de entrevistas grabadas.
Los evaluadores, al escuchar estos segmentos, juzgan el grado en que el orientador está, por ejemplo, respondiendo con una empatía exacta, y hacen una evaluación dentro de una escala cuidadosamente definida. Los evaluadores no tienen conocimiento alguno de si el segmento es de una entrevista reciente o más lejana, o si se trata de un caso de mayor o menor éxito. En la mayoría de los estudios, varias veces han evaluado cada cualidad.
Un segundo método de medición es mediante el empleo del Inventario de Relación, respondido por el paciente en determinados momentos. El inventario contiene afirmaciones que se refieren al grado en que el orientador es aceptante, empático y congruente; el paciente responde evaluando la afirmación en una escala de seis puntos que va desde “sólidamente verdadero” hasta “definitivamente falso”.
Algunos ejemplos respecto a la empatía son: “él generalmente siente o se da cuenta de cómo estoy sintiéndome” y “él entiende mis palabras, pero no se da cuenta de cómo me siento”. Algunas frases vinculadas con la congruencia son: “En nuestra relación, él se comporta como es” y “él aparenta quererme o entenderme más de lo que en realidad es”. El inventario está clasificado para cada uno de los cuatro elementos de actitudes, y también hay un resultado total.
El tercer método también está basado en el Inventario de Relación, pero esta vez respondido por el terapeuta u orientador. Las frases son las mismas, excepto por un adecuado cambio de los pronombres.
En los diversos estudios se utilizan diferentes criterios, para determinar el grado de cambio constructivo de personalidad que se ha llevado a cabo en el curso de las entrevistas. En todos los casos, los criterios de cambio son independientes de la medida de las condiciones de actitud en la relación.
Algunas de las medidas de cambio son: cambios en varias escalas e índices del MMPI; cambios en los tests proyectivos que los clínicos analizan a ciegas, sin tener algún conocimiento de la investigación; cambios en la escala de adaptación de la clasificación Q; cambios en una medida de ansiedad; y evaluaciones del terapeuta del cambio de personalidad y en la adaptación.
Los hallazgos
Ahora permítaseme dar algunos de los hallazgos generales de estos estudios:
- El orientador es el elemento más significativo para situar el nivel de condiciones, aunque también el paciente tiene algo de influencia en la cualidad de la relación.
- Los pacientes que más tarde presentaran más cambios perciben más pronto estas condiciones de actitud en la relación con su orientador o terapeuta.
- Mientras más alterado esté el paciente, menos probable será que perciba estas actitudes en el orientador (¿o será menos capaz
para hacerlo?). - Los orientadores o terapeutas tienden a ser bastante consistentes en el nivel de condiciones de actitud que ofrecen a cada paciente.
El mayor descubrimiento en todos los estudios es el de que aquellos pacientes que estuvieron en una relación con un orientador que presentaba un alto nivel de congruencia, empatía e interés positivo incondicional, muestran un desarrollo y un cambio constructivos de personalidad.
Estos altos niveles en las condiciones están asociados con: un cambio positivo en las escalas e índices del MMPI, incluyendo la fuerza del ego; un cambio positivo de la batería del pretest y la de postest evaluado “a ciegas” por los clínicos, una disminución en las puntuaciones de ansiedad y en una escala de autoconciencia; un nivel más alto en las escalas de proceso diseñadas para medir el proceso en terapia; y un cambio positivo en las evaluaciones del orientador.
Los pacientes que participaron en relaciones caracterizadas por un bajo nivel de estas condiciones de actitud muestran un cambio positivo significativamente menor en estos mismos índices.
En estudios de pacientes clínicos, la correlación entre la percepción del paciente de las condiciones ofrecidas en el principio de la relación y el grado de cambio cuando concluyen las entrevistas es algo más alta que la que se da entre la percepción del orientador de las condiciones ofrecidas y el grado de cambio. En otras palabras, la percepción del paciente es el mejor pronóstico de cambio.
Este hallazgo no se aplica al paciente esquizofrénico, cuyo disturbio interior le hace más difícil percibir correctamente las condiciones ofrecidas por nuestros terapeutas conscientes y experimentados. Con nuestros esquizofrénicos, la evaluación de las condiciones hecha por jueces imparciales es el mejor pronóstico de cambio.
Un hallazgo inesperado en los pacientes esquizofrénicos es que la baja en las condiciones de la relación está asociada con un cambio negativo en varios aspectos. Los pacientes no sólo fracasan en mostrar un cambio positivo, sino que empeoran, según el juicio de los clínicos al evaluar las baterías del pretest y postest; muestran un incremento en la ansiedad; están más mal [sic] que los pares de control que no recibieron terapia. Aún no se ha determinado si esta investigación se aplica también a los pacientes clínicos que acuden en busca de ayuda.
Un descubrimiento que parece dar validez a estos estudios es que, como podría esperarse, cuando se comparan los orientadores más experimentados con los orientadores inexpertos, aquéllos ofrecen un nivel más alto de estas condiciones y tienen más éxito para comunicarlas a sus pacientes. Así, se percibe que ofrecen condiciones más altas, y sus pacientes muestran más cambio durante el curso de las entrevistas.
Implicaciones
¿Cuáles son algunas de las implicaciones de estas hipótesis y de estos hallazgos para el campo de la psicología, de la psicoterapia y la orientación centradas en la persona? Mencionaré cuatro implicaciones que se me ocurren.
En primer lugar, estos estudios indican que tal vez es posible estudiar relaciones de causa y efecto en orientación y psicoterapia. Hasta donde sé, son, de hecho, los primeros estudios que intentan aislar y medir las principales influencias productoras de cambio en psicoterapia. Ya sea que más adelante las confirmen la investigación posterior o las refuten o modifiquen estudios futuros, representan investigaciones pioneras acerca de la pregunta: “¿Qué es lo que realmente distingue al counseling y a la psicoterapia?” La respuesta que dan es la de que son las actitudes proporcionadas por el orientador, el clima psicológico creado en gran parte por él, lo que realmente hace la diferencia, lo cual realmente induce al cambio.
Existe una importancia sumamente práctica en estos estudios. Indican con mucha claridad que, evaluando una relación en el principio de su existencia, se puede predecir en cierto grado la probabilidad de que sea una relación que promueva el cambio.
Parece encontrarse muy dentro de los límites de la posibilidad, que en un futuro no distante se logre un conocimiento cada vez más exacto de los elementos que promueven un desarrollo psicológico constructivo, así como en el campo de la nutrición se ha logrado un conocimiento cada vez más exacto de los elementos que promueven el crecimiento físico.
Al acumularse este conocimiento y al ser nuestros instrumentos más exactos, se presenta la excitante posibilidad de que, con relativa anticipación, seamos capaces de predecir si una relación dada, realmente promoverá o inhibirá el crecimiento y desarrollo psicológicos individuales, así como podemos determinar la dieta de un niño y predecir el grado en que esa dieta promoverá o inhibirá el crecimiento físico.
Vinculado con esto, el inquietante descubrimiento de que una relación interpersonal inadecuada puede tener un efecto negativo en el desarrollo personal, por lo menos en el caso de individuos severamente perturbados, hace que tal evaluación temprana de una relación sea una responsabilidad mayor y una posibilidad más desafiante.
Otro significado importante para el campo del sistema centrado en la persona es que ahora se tienen los comienzos de una teoría y algunos hechos empíricos que la sustentan, en lo referente a los elementos específicos que en una relación interpersonal facilitan el cambio positivo.
Así, se puede decir ahora con cierta seguridad y apoyo en los hechos, que una relación caracterizada por un alto grado de congruencia o autenticidad del orientador, por una empatía sensitiva y precisa por parte del orientador, por un alto grado de interés, respeto y aprecio del paciente por parte del orientador, y por una ausencia de condicionaiidad en este interés, tendrá una alta probabilidad de ser una relación efectiva y promotora de crecimiento.
Esta afirmación es válida, ya sea que se trate de individuos inadaptados que acuden en busca de ayuda por propia iniciativa, o de personas esquizofrénicas crónicas que no tienen un deseo consciente de ser ayudados. Esta afirmación también se sostiene cuando estos elementos de actitud son evaluados por jueces imparciales que escuchan muestras de entrevistas grabadas, o cuando son medidos en términos de la percepción que el orientador tiene de las cualidades que ha ofrecido en la relación o cuando sean medidos por la percepción que el paciente tiene de la relación, por lo menos en el caso del paciente no hospitalizado.
A mí me parece que es un gran paso hacia adelante el poder hacer afirmaciones como éstas en un área tan compleja y sutil como es el campo de las relaciones de ayuda.
Finalmente, estos estudios podrían tener implicaciones significativas para el entrenamiento de orientadores y terapeutas si se confirmaran mediante un trabajo ulterior.
Hasta el grado en que el orientador se ve comprometido en relaciones interpersonales, y hasta el grado en que la finalidad de esas relaciones es promover un desarrollo saludable, entonces se seguirían ciertas conclusiones. Significaría que para dicho entrenamiento, se trataría de seleccionar personas que ya poseyeran, en sus relaciones ordinarias con otra gente, en alto grado las cualidades que he descrito.
Quisiéramos personas que fueran cálidas, espontáneas, auténticas, comprensivas y no enjuiciadoras. También trataríamos de planear el programa educacional para estos individuos en forma tal que pudieran llegar cada vez más a experimentar empatía y gusto por la gente, y que encontraran cada vez más fácil el ser ellos mismos, ser auténticos.
Al sentir la comprensión y aceptación en sus experiencias de entrenamiento, al estar en contacto con instructores auténticos y que no usan máscaras, se convertirían en orientadores cada vez más competentes. En dicho entrenamiento se enfocarían igualmente la experiencia interpersonal y el aprendizaje intelectual.
Se reconocería que ninguna cantidad de conocimientos de pruebas y medidas o de teorías de la psicoterapia o de procedimientos diagnósticos, podrían hacer al entrenado más efectivo en el encuentro personal con sus pacientes. Se haría un gran énfasis en la experiencia actual de trabajar con pacientes, y en la evaluación cuidadosa y autocrítica de las relaciones que se establecen.
Cuando me pregunto si los programas de entrenamiento que conozco, en orientación, en psicología clínica y en psiquiatría, se acercan a esta meta, contesto con un no definitivo. Me parece que la mayoría de nuestros programas de entrenamiento profesional hacen mas difícil que el individuo sea él mismo y hacen que sea más probable que represente un profesional.
Con frecuencia se ve tan cargado de un equipo teórico y diagnóstico, que se vuelve menos capaz de entender el mundo interno de otra persona tal como ella lo ve. También ocurre con frecuencia que al continuar con su entrenamiento profesional, el afecto cálido inicial que sentía hacia otras personas se encuentra sumergido en un mar de evaluación diagnóstica y psicodinámica.
En este caso, tomar en serio los hallazgos de estos estudios implicaría efectuar algunos cambios marcados en la naturaleza misma del entrenamiento profesional, así como en su currículo.
Conclusión
Permítaseme concluir con una serie de afirmaciones que, para mí, lógicamente se siguen una de otra.
El propósito de la mayoría de las profesiones de ayuda, incluyendo psicoterapia y orientación, es acrecentar en las personas el desarrollo personal, y el crecimiento psicológico hacia una madurez socializada.
La efectividad de cualquier miembro de la profesión se mide más adecuadamente en términos del grado en que en el trabajo con sus pacientes logra esta meta.
Nuestro conocimiento de los elementos que traen consigo un cambio constructivo en el crecimiento personal está en su etapa infantil.
Dicho conocimiento, basado en hechos que actualmente tenemos indica que una influencia primordial en la producción del cambio es el grado en que el paciente experimenta ciertas cualidades en la relación con su orientador.
En una variedad de pacientes —normales, inadaptados y psicóticos— con muchos orientadores y terapeutas diferentes, y estudiando las relaciones desde el punto de vista del paciente, el terapeuta o el observador no implicado se encuentra, con bastante uniformidad, que ciertas cualidades de la relación se asocian con el cambio y el crecimiento personal.
Estos elementos no están constituidos por conocimientos técnicos o sofisticación ideológica, sino que son cualidades humanas personales —algo que el orientador experimenta, no algo que sabe. El crecimiento personal constructivo está asociado con la realidad del orientador, con su auténtico e incondicional afecto por su paciente, con su comprensión sensitiva del mundo privado de aquél y con su habilidad de comunicarle estas cualidades que están en él mismo (el paciente).
Estos hallazgos tienen algunas implicadones trascendentales para la teoría y la práctica de la psicoterapia y de la orientación, y para el entrenamiento de los que trabajan en estos campos.
Notas:
- Autor: Carl R. Rogers. Tomado de Harvard Educational Review; vol 32(4), 416 329, otoño de 1962.
- Espero que la explicación anterior de la actitud empática haga evidente que no abogo por una rígida clínica de seudocomprensión en la que el orientador “refleja lo que el paciente acaba de decir”. Me he encontrado más que horrorizado ante esta interpretación de mi enfoque que en ocasiones se ha colado en la enseñanza y entrenamiento de los orientadores.
- Foto de ibm4381, vía Flickr
Datos para citar este artículo:
R. Rogers, Carl. (2012). La relación interpersonal: el núcleo de la orientación. Boletín de Consultorio Psicológico Condesa, 5(1). https://psicologos.mx/la-relacion-interpersonal-el-nucleo-de-la-orientacion/.
Brisa dice
Hola. Me gustó mucho el artículo. Soy de la UNAM y nuestra maestra fue muy acertada al dejarnos esta lectura. Mi único comentario es que hay varios “dedazos”, faltan acentos y hay una que otra palabra incompleta. Esto le quita un poco de seriedad al artículo y nos hace cuestionarnos qué tan profesional es este ensayo.
Gracias
Psicologos.mx dice
Hola Brisa, ya hemos corregido algunos dedazos y te agradecemos mucho que nos hayas escrito para decírnoslo. Deseamos que el texto te sea de utilidad, saludos!