
Nos vamos a preguntar ahora sobre cuál es la concepción de la salud y de la terapia, que nos lleva un recorrido por la filosofía y la antropología de Buber y Goodman.
I. Salud y crecimiento
1. Del individuo a la sociedad
Desde un punto de vista biológico, la salud puede ser considerada como la ausencia de síntomas (“la salud es el silencio de los órganos”), y esa concepción subyace en la práctica cotidiana de la mayoría de nuestros médicos (no hablo de las medicinas que se llaman “diferentes”, que se basan en una concepción del hombre llamada “holística”).
Aquí todo es sencillo, el bienestar físico es la norma, totalmente subjetiva por otra parte, y la demanda al médico se hace únicamente desde el terreno corporal, sin ser conscientes ninguno de los dos de que se trata de algo bastante diferente.
En la perspectiva unitaria de Goodman, la salud atañe tanto a lo biológico como a lo psicológico y toca también lo cultural.
Puesto que el hombre está en constante interacción con su entorno y vive su realidad en la frontera contacto, no se puede concebir la salud en sí misma, en relación al individuo en sí mismo.
“Naturalmente, la tarea sería infinitamente más cómoda si dispusiéramos de buenas instituciones sociales, de convenciones que nos dieran satisfacción y nutrieran nuestro crecimiento, ya que entonces se las podría tomar como norma bruta de lo que significaría ser un hombre por entero en una cultura específica.”
(PHG; VI, 3; p. 361).
Goodman considera por otra parte que la teoría freudiana lleva al paciente a una sumisión ciega a la sociedad en nombre del principio de realidad. Efectivamente, la realidad en este sentido está representada como orden inmutable, abocada a perpetuarse como tal, y la salud para la persona será por lo tanto adaptarse a ella. El que no se adapte será considerado como neurótico, ya que se plantea la realidad como tope para las pulsiones.
Lo que vive nuestra época con las alteraciones y el caos que conocemos va en contra de la tesis de una permanencia de las instituciones, de la relación de fuerzas presente, de los valores.
Lo imprevisible es un componente acrecentado de la realidad, y así la tesis de Goodman aparece en toda su validez, en el plano biológico y humano, en el proceso de ajuste creador, no es únicamente el organismo el que cambia, sino también el entorno.
El hombre sano está llamado a ajustarse para la conservación de sus propias funciones, pero también a tener influencia sobre el medio en que vive y a transformarlo para poder actualizar en él sus potencialidades, su “naturaleza humana”.
Pero este término permanece abierto:
“Nos podemos preguntar bajo qué ángulo hay que considerar esta naturaleza humana; ¿hay que buscarla en la espontaneidad del niño, en las acciones de los héroes, en la cultura de los grandes períodos clásicos, en la vida de la gente corriente, en el amor de los amantes, en las reacciones milagrosas de algunas personas frente al peligro?”.
(PHG, 6, 12; p. 373).
Lo que propone Goodman no es en ultimo término una psicoterapia que, siendo una herramienta de transformación, bastaría para cambiar el mundo cambiando a los individuos, sino una psicoterapia que se conjugara con la política, pues los cambios que esta última crease complementarían el cambio psicológico.
Buber pone el acento en el establecimiento de relaciones humanas que reposaran en otras bases distintas a las que existen actualmente. Menos Yo-Ello y más Yo-Tú . Lo que da menos utilización y posesión en el terreno de lo económico, menos dominación en el terreno de lo político, menos alienación ante las instituciones.
Esto vendría también a complementar no a la psicoterapia, sino a la educación (pero Goodman decía que la educación era tan terapéutica como la terapia era educativa), una educación que, como hemos visto, consiste en liberar las fuerzas de amor y las fuerzas creativas en el individuo, así como su capacidad de relación auténtica.
2. Del organismo al ser
Puesto que el organismo se define por su capacidad para crecer a través de los ajustes creadores a la vez que se conserva a sí mismo, permaneceremos alrededor de estos dos polos: crecimiento y conservación.
El hombre sano será aquel que es capaz de crear, de ir siempre hacia una mayor novedad, en aquello que contacta y en aquello que produce, que va a ser capaz de ampliar su campo de experiencia y de continuar constituyéndose a sí mismo como individuo cada vez más apto para generar creación, para modificar su entorno.
Va a ser capaz de crear su vida, capaz de ir cada vez más hacia los otros, convirtiéndose cada vez más en sí mismo. Pero también va a saber dialectizar estas polaridades: demasiado ajuste lleva a la neurosis, demasiada creación lleva a la psicosis.
Esta descripción de la salud asociada al crecimiento nos lleva a plantearnos el tema de los límites que puede encontrar el crecimiento: el crecimiento biológico está limitado, y se invierte en un proceso de degradación para llegar hasta la muerte.
Se puede uno preguntar sobre qué es el crecimiento psicológico y el crecimiento espiritual, aunque esta manera de considerar al hombre, separando sus diferentes aspectos, no sea del todo coherente con la visión unitaria que hemos expuesto.
No obstante, se puede pensar, por lo que respecta al crecimiento psicológico, que podría consistir en formar gestalts cada vez más claras, más fuertes, más energetizadas, cada vez con más gracia.
Pero cuando se. considera la fuerza de la pulsión, por retomar el concepto psicoanalítico que hace referencia a una ola que viene del fondo, de la función Ello, para proporcionar la excitación necesaria para la formación de la figura, se sabe que ésta disminuye durante la vejez. Se sabe también que la tendencia natural se dirige hacia la rigidez de la función personalidad y no hacia su flexibilidad.
- Consideremos el crecimiento espiritual: lo espiritual concierne al cuestionamiento existencial del hombre, su búsqueda de sentido, su apertura a la trascendencia.
Tomando más específicamente la noción de Buber, se podría representar este crecimiento como el desarrollo de la capacidad de ponerse en relación Yo-Tú con el Tú eterno, en la vida cotidiana, en las relaciones interpersonales, y no al margen y más allá.
Establecer una mutualidad entre Dios y el hombre a través de una religiosidad que religa y no de una religión que separa.
“Queremos tener un cuidado religioso de nuestra realidad, por sagrado que sea lo que nos ha sido dado para esta vida y quizás para ninguna otra, que contemple la verdad desde más cerca” (Yo y Tú, p. 132).
Buber denuncia el misticismo como “disfrute de Dios en una vida que la dualidad desgarra” y por lo tanto la vida espiritual como un fin en sí mismo o una panacea que nos serviría para acariciar una vez más nuestros sueños de crecimiento ilimitado. Existir en la presencia, nada más.
El punto de vista monista de Goodman no está muy alejado de éste. Todo su enfoque, inspirado en la Gestalt o en el Tao, consiste en sacar al hombre de la dualidad, en ‘re-ligar’ lo que parece estar en oposición, el hombre en sí mismo, y el hombre y la Naturaleza.
En saber morir y saber renacer, en borrar su Yo para dejar flotar al Self. Actuar con desapego para dedicarse al presente, abandonar la esperanza y el pesar.
En este enfoque, como en el de Buber, no se trata de abordar la vida negando u olvidando la muerte, soñando un “cada vez más”, como sucede con la corriente de la psicología humanista entre otras, y con lo que caracteriza nuestra época de una manera general.
Otra aclaración que tendríamos la tentación de hacer, en relación con lo que dice Buber (“un individuo verdadero es más auténticamente él mismo cuando está en relación con el otro”), es la que nos ha dado Edgar Morin como paradigma de la complejidad: en la epistemología contemporánea, una nueva concepción de la realidad sujeto-objeto emerge de su relación compleja:
“El sujeto debe permanecer abierto, desprovisto de un principio de “decidibilidad” en sí mismo; el mismo objeto debe permanecer abierto, por una parte sobre el sujeto, por otra parte sobre el entorno, el cual se abre necesariamente a su vez, y continúa abriéndose más allá de los límites de nuestro entendimiento”
(Introducción al Pensamiento complejo, p. 60).
Así, el fenómeno de auto-eco-organización, del que depende toda materia viva:
“Al mismo tiempo que el sistema auto-organizador se destaca del entorno y se distingue de él, por su autonomía y su individualidad, también se liga cada vez más a él cuanto más crecen la apertura y el intercambio que acompañan a todo progreso de la complejidad: es auto-eco-organizador (Ibid. p. 46).
El desarrollo se concibe aquí como una apertura cada vez más acrecentada al entorno, lo opuesto al cierre y a la autosuficiencia”.
Podríamos decir que estamos en crecimiento cuando dejamos cada vez más sitio a lo que no es nosotros, mientras continuamos organizándonos, complejificándonos, densificándonos.
Lo que podría ir acompañado de una capacidad acrecentada para renunciar, desposeerse, desembarazarse de lo que hayamos podido poseer, (juventud, atributos diversos, poder, dinero, reconocimiento, autonomía material, relaciones, proyectos, …), es decir, perder nuestros “tener” para “ser” más, más apertura a lo que no está aún aquí, para convertirse en presencia acogedora.
Esto se hace por medio de una sucesión de duelos que empiezan en la infancia y que acaban en la aceptación de la muerte.Entramos aquí en una paradoja que nos enfrentaría con la necesidad de tener menos, de perder, para ir hacia más. De dejarse fluir.
Esto recuerda la cita bíblica: “Si el grano de trigo enterrado en la tierra no muere, es inútil; pero si muere, da mucho fruto”.
Esto recuerda también la paradoja del desapego del Tao: es “a la vez lo contrario del apego y del desapego; del apego porque este es una fijación neurótica a una realidad considerada como inmutable; del desapego porque es, a la inversa, la manifestación de una ausencia de contacto real con el mundo”. (B. Vincent, p. 172).
Es también lo que se encuentra a lo largo del proceso terapéutico, que es de alguna manera un proceso de duelo, hasta el duelo final de la imagen idealizada del terapeuta-objeto, y la emergencia progresiva de un Self que permite al organismo contactar con la novedad.
Pero más allá del tema del crecimiento, quizás se podría hablar de sentido; quizás también de trascendencia. Trascender las antinomias tales como la vida y la muerte, pero también todas aquellas que hemos encontrado durante la lectura de Buber y de Goodman.
3. Crecimiento o vida paradójica: un enfoque de la salud
Una paradoja que hemos subrayado como tal y que nos parece fundamental es la de actividad/pasividad, que se enmarca en lo que hemos descrito como el modo medio. Es un estado en el que, como dice J. Latner que lo ha descrito muy bien:
“No estamos actuando. Tampoco padecemos una acción. No estamos ni activos ni pasivos, sino las dos cosas a la vez y no obstante ni una ni otra”.
(La Terapia Gestalt, teoría y práctica, p. 25).
La dificultad que nos hace entender esta realidad como una paradoja viene, según Goodman, de una “enfermedad del lenguaje”, y traduce lo que está en el centro de nuestra “neurosis”, una concepción dualista del mundo:
“Los fenómenos se pueden describir en un lenguaje que separa los acontecimientos entre sujetos y objetos, asociándolos solamente en el modo activo, pasivo e intransitivo. Lo que creamos y lo que existe debe ser descrito de tal manera que los sujetos y los objetos actúen unos sobre otros de manera lineal, unos después de otros; o si no, no deben asociarse en absoluto; simplemente, las cosas ocurrirían.
Podemos hablar de lo que queremos, de lo que vamos a hacer, del resultado de nuestros actos voluntarios y de las cosas que ocurren sin nuestra participación. El sesgo viene dado porque las herramientas de nuestro lenguaje son más apropiadas para hablar de las interacciones entre entidades separadas que entre entidades relacionadas. Parecen meter a los acontecimientos en un molde que pone el acento más en su separación que en su integración”. (Ibid, p. 26).
De este modo, ese movimiento que nos abre a la posibilidad de pasar del registro de la relación sujeto/objeto a un modo de ser-con, inaugura lo que Buber ha descrito como el paso del Yo-Ello al Yo-Tú .
Es “en modo medio” como podemos franquear esta falla que nos separa del otro como Tu, que nos hace pasar de la consciousness o de la self-awareness (de uno mismo a uno mismo) al “a dúo” (de uno mismo al otro), o del Conocimiento a la Relación. Al habitar la paradoja actividad/pasividad, al trascender esta contradicción, es cuando estamos en el “modo medio”.
Estamos en él cuando el Yo va al encuentro del Tú y se deja encontrar por él, cuando cualquier medio se vuelve obstáculo, pero también cuando el Self se despliega para actualizarse en el Kairós.
Es también el que nos pone en una actitud de desapego, como hemos subrayado antes.
Es el modo que nos permite plantearnos el acto libre y voluntario de desposeernos de nuestras preconcepciones, de nuestro saber, hacer el silencio y el vacío para acoger lo que viene, en una receptividad total.
Es el que nos permite escapar a las focalizaciones y a las fijaciones para volvernos aware de los elementos del campo, que por su carácter de novedad, nos van a sacar del encierro intrapsíquico o del impasse provocado por las polaridades.
Es el modo de acceso a la Libertad cuando perdemos la ilusión de omnipotencia, cuando se reconoce la contingencia en la que estamos colocados: “Son mis elecciones las que me han elegido”, dice Goodman, citado por B. Vincent (p. 164).
Al igual que en el Tao, es “mantenerse fuera del camino”, es decir, en términos gestálticos, no poner obstáculo a las fuerzas de autorregulación, ni a las nuestras ni a las que no vienen de nosotros, dejando de lado el carácter deliberado de las funciones del Yo para dejar actuar libremente al Self.
fPoniéndose “en modo medio”, el terapeuta tiene una cualidad de awareness tal que puede percibir el buen momento para llevar a cabo la acción mínima que catalizará la formación de la figura del paciente, y en consecuencia creará una nueva configuración del campo; cualidad de presencia activa y de receptividad que le hará diluirse en el centro mismo de su acto terapéutico.
Generalmente se podría decir que el modo medio es el del libre funcionamiento organísmico: también, con Goodman:
“pensamos que dejando a las facultades actuar libremente, mientras se concentra por entero en el problema actual, no se llega al caos ni a una fantasía loca, sino a una gestalt capaz de resolver el problema real”.
(PHG, II, p. 290).
Joél Latner (La Terapia Gestalt, teoría y práctica, p. 61), por otra parte, ha hablado del modo medio como de una función del Self igual a las funciones Ello y Yo. Esta función sería una combinación de estas dos funciones consideradas como polares pero que existen siempre simultáneamente.
Por una parte, tenemos una individualidad irreductible, dotada de consciousness, que permite al hombre una subjetividad que le hace saber quién es y saber que lo sabe, (en relación con la función personalidad en Gestalt), y por otra parte una brecha, una apertura hacia el otro y hacia el mundo también absolutamente irreductible, que nos pone de manera ineludible — en un funcionamiento sano — en relación con lo que no somos, ya sea conocido o desconocido (aware o no aware)
No se trata de proponer la prioridad de un modo (individualidad o relación, awareness o Self-awareness y conciousness, Yo-Ello o Yo-Tu), sino de explorar sus antagonismos y reconocer su complementariedad.
Asimismo, en los procesos que se nos han hecho patentes en los capítulos anteriores, un funcionamiento sano atestigua el paso continuo de una función a otra mientras estamos vivos: formación-destrucción de Gestalts, creación-conservación, agresión-asimilación, funcionamiento Ello-funcionamiento Yo, son ejemplos de ello, pero aún hay muchos más.
En el plano de la práctica psicoterapéutica en general, algunos se han dedicado a describirlos: paradoja en la relación terapeuta-paciente (Jay Haley); paradoja de modalidades opuestas y presentes en el proceso terapéutico: sentido/experiencia, metáfora/metonimia (Edgar Levenson).
Esto nos lleva a representar la salud — como objetivo de la psicoterapia, que es lo que nos ocupa aquí, pero que va bastante más lejos —, como la facultad de habitar la paradoja, es decir, de hacer coexistir elementos contradictorios dentro de un mismo conjunto estructural y de apoyarse en esta contradicción para alzarse a otros niveles de lógica, de comprensión o de funcionamiento, de producir sentido y organización a partir de dos principios antagónicos.
Pero se trataría también de identificar las polaridades y dialectizarlas, de encontrar una unidad en la dualidad, de salir de las fragmentaciones y disolverlas, como se proponía hacer Goodman con respecto a lo que él llamaba las “dicotomías neuróticas”.
Volvemos a encontrarnos con esta hipótesis planteada por Goodman cuando habla del conflicto; lo presenta como el elemento insoslayable por medio del cual evoluciona el organismo sano hacia una solución creadora y llega a identificarse con la solución: en el acto creador individual, obra de arte o teoría, es… enfrentar elementos dispares, irreconciliables lo que lleva a menudo a la solución” (PHG, IX, 3, p. 417). En esta perspectiva, la neurosis va a ser la pacificación prematura de los conflictos.
Para volver al tema del crecimiento, ya no se trata de ir hacia algún otro lugar incierto, sino de hacer una creación original de este presente, con el sufrimiento que esto pueda comportar y que no es más queda manifestación del conflicto, reconociendo que nosotros no somos más que co-autores de esta creación, dejando lugar así para lo que es otro, que puede ser un elemento del campo del que no somos aware, y que va a dar una configuración distinta a este campo.
Reconocer los límites de nuestra voluntad y el papel de los factores contingentes que se nos escapan nos sitúa en esa capacidad para acoger lo que ocurra; es lo que Buber y Goodman dijeron al hablar de la gracia. Algo que jamás será conseguido ni poseído, siempre encontrado y recibido.
“El Tú viene a mí por la Gracia. No es buscándolo como se le encuentra… El Tú viene a mi encuentro, pero soy yo quien entra en relación con él”.
La enfermedad, en tanto que “no salud”, con lo que entraña en todos los aspectos de la realidad humana, sería lo que pone obstáculos a la gracia, lo que interrumpe el proceso de construcción/destrucción de la gestalt Yo-Tú y, como consecuencia, de toda gestalt, o más aún, que destruye el equilibrio del “give and take”(dar y tomar), que Laura Perls (Apuntes sobre la Psicología del Dar y el Recibir) describe como la libre correspondencia entre abundancia y necesidad.
De esta concepción (que es la nuestra pero que se deduce fácilmente de todo lo expuesto anteriormente) vamos a sacar un enfoque de la terapia que es, de hecho, la Terapia Gestalt de Goodman esclarecida desde el interior por la visión poética y profética de Buber.
II. La terapia
1. Qué pretende la terapia
De lo que acabamos de decir podríamos retener que la terapia consiste en restablecer la capacidad para abrirse a la gracia, para sentirse unido con quien no es uno mismo a través de Gestalts claras y fuertes.
En consecuencia, podremos tener pleno acceso a nuestras potencialidades, ya se manifiesten a través del sufrimiento o del placer, y también estar en relación, recuperar la capacidad de amar y de sentirse amado, sentir hacia qué vamos, o por qué estamos aquí; esto y las peticiones que se nos dirigen, como las que giran alrededor del síntoma y que enmascaran otras peticiones de este orden.
En otras palabras, la terapia aspiraría a llevar a la persona a desarrollar su capacidad para estar en modo medio. A no perderse cuando se abre a la alteridad, a saber que es ella quien elige hacerlo al restaurar sus funciones Yo, y también a no encerrarse en sus fronteras, a hacerle abandonar los dos polos de confluencia malsana y aislamiento a través del aprendizaje del contacto-retirada.
También es aprender a reconocer y a reconciliar las dualidades, desde las más pequeñas a las que son esenciales, como la polaridad vida-muerte, o nacimiento-muerte, autonomía y pertenencia. Podría ser comprender, salir de sus impasses aceptando que tiene consciencia de ello para vivir una experiencia nueva.
Eso supondría llevar poco a poco al paciente a decir Yo frente a un Tú, hacerle reconocerse en tanto que persona que dice “Yo soy”, sentirse unido y unificador ante un terapeuta reconocido al fin como persona.
- En términos gestálticos digamos claramente que la terapia aspira a restaurar la capacidad de ajuste creador.
Se trata de deshacer lo que estaba fijado, que entorpecía el libre funcionamiento organísmico. Y eso pasa por la restauración de las funciones Yo del Self, que permiten la identificación-alienación de las partes del campo que sirven para la formación de gestalts.
Este restablecimiento es también la toma de consciencia de lo que pone trabas a la libre elección, es decir, las proyecciones, introyecciones, retroflexiones, la confluencia mantenida cuando no ha lugar.
Pasa por el desarrollo del awareness, Para esto, el terapeuta debe invitar continuamente al paciente a estar en la frontera contacto, en la parte del campo donde contactará con el entorno, “citarle” allí, y restar él mismo en este a dúo de la relación terapéutica donde van a crearse nuevas gestalts.
Esto se puede hacer acompañando al paciente al encuentro de los elementos del fondo, situaciones inacabadas, vivencias arcaicas por ejemplo.
Aunque hayamos mezclado íntimamente los dos enfoques para mostrar cómo se corresponden, y cómo uno (el enfoque de Buber) podía revelarse como una poética o una estética del otro (el de Goodman), vamos a tratar de mostrar lo que puede aportar el llamado “enfoque dialogal”a la práctica de la Terapia Gestalt .
En primer lugar, al poner el acento sobre la primacía de la relación interhumana, Buber nos ayuda a relocalizar el acto terapéutico en esta relación, a mantenernos constantemente ahí, para apartarnos definitivamente de nuestra tendencia a centrarnos en el contenido intrapsíquico que el otro, evidentemente por la misma tendencia, va a plantearnos.
Vamos a distinguir con más precisión dos aspectos de lo que es la aportación de Buber: El encuentro Yo-Tú y la actitud dialogal. Uno corresponde, como hemos visto, al momento del contacto final; la otra está presente durante todo el proceso contacto-retirada, podría representar en el terapeuta el fondo del que va a emerger la figura del Yo-Tú.
2. El encuentro Yo – Tu en psicoterapia
Ante todo queremos precisar que éste no puede ser un fin en sí mismo, sino que puede producirse, de manera imprevisible. Que la práctica cotidiana de la psicoterapia es más “vulgar”, y esto es un pequeño destello, como el instante de intuición bergsoniano, o el “casi nada” de Jankelevitch.
Algunos terapeutas han dado testimonio de ello, como Mario Petit:
“En cuanto al momento indecible, es algo que a veces vivo, que es una especie de maravilla completa y que sucede justamente cuando hay una ruptura inmediata de los fenómenos transferenciales y contratransferenciales, durante el cual vas a encontrar al otro en su ser estando tú en el tuyo. Es tan sobrecogedor que, para mí, no hay palabras para hablar de ello, es exclusivamente para vivirlo”.
(Actas de jornadas de estudio de la SFG, 1984).
Concretamente, el encuentro puede ser fugaz y manifestarse por una mirada, una actitud, o un guiño bajo la forma de una broma o de una sonrisa. Es una percatación global, intuitiva, de dos seres vueltos el uno hacia el otro, de manera accidental o deliberada, es un reconocimiento, una palabra dada y recibida, una actualización de la presencia.
El encuentro puede tener lugar sin que la consciencia de este encuentro sea compartida de la misma manera.
- No es algo que pertenezca en exclusiva a los terapeutas gestálticos, sino que es un componente de la relación terapéutica en general.
Este momento del Yo-Tú sería, como afirma L. Jacobs, una forma específica del contacto, al que se podría calificar de ontológico. O bien, en el sentido fenomenológico del término, un horizonte, un encuentro que presentaría un carácter de trascendencia, ele rebasamiento del instante, de uno mismo, hacia el que tenderíamos y que, por su interés estético y ético, nos parece una referencia esencial, un momento de depuración de la relación en lo que tiene de terapéutica.
Conviene permanecer atentos con respecto a la idealización que esto puede acarrear. Si hacemos simplemente nuestro trabajo, con humildad y con los recursos y los límites que caracterizan nuestra metodología, el resto vendrá por añadidura, si debe venir, y si ocurre, será entonces útil reinsertarlo en el proceso terapéutico, ponerlo a su servicio, y no querer atraparlo en sí mismo como un tesoro que pudiera desvanecerse, o como algo de lo que después se pudiera presumir. En último término, valerse de ello supondría una falta de pudor.
El terapeuta está ahí para su paciente y no para sí mismo; y no se trata de llevarle más allá de donde él puede ir o desea ir. No obstante, el encuentro Yo-Tú puede facilitarse cuando el paciente está a punto de llegar a él en el propio marco de la terapia.
El carácter del encuentro Yo-Tú en psicoterapia es muy especial cuando se compara con otro tipo de relación. Buber le atribuye un carácter de reciprocidad: se refiere al hecho de que “Yo afecto al Tú y Tú afecta al Yo”.
Se puede ver en esto ante todo un carácter de mutualidad y de simultaneidad. Cada uno es movido por el otro, no sale de ello indemne. For nuestra parte, hacemos de esta capacidad del terapeuta para dejarse mover o transformar, una necesidad.
Esta reciprocidad no significa igualdad: el terapeuta está ahí para poner sus competencias al servicio de su paciente, y por otro lado no espera de su paciente que se interese por él. Como entorno privilegiado del paciente, simplemente está colocado en un campo de interacción, en un sistema de intercambios.
Esta posición de reciprocidad en la psicoterapia pudo, no obstante, plantear un problema al mismo Buber, que se preguntó si era compatible con el hecho de que el paciente llega en busca de ayuda, y de esta manera cada uno se interesa por el otro de distinta forma.
Y se explica más tarde en un debate con C. Rogers (1957) donde se muestra muy reservado con respecto a la asimilación que C. Rogers había hecho del Yo-Tú en su práctica.
Quizás esas reservas hubieran sido diferentes ante un terapeuta gestáltico, que no practica una terapia “centrada en el cliente”, sino una terapia centrada en la experiencia en la frontera contacto.
Este encuentro sucede a menudo como premisa del final de la terapia, cuando el paciente se percata de golpe de que hay una persona frente a él. La relación se desprende entonces de aspectos transferenciales que hasta entonces habían impedido la formación de esta Gestalt.
Por aspectos transferenciales entendemos que el paciente interrumpe el ciclo de contacto prematuramente, o que está ante una Gestalt fija o situaciones inconclusas. En un momento dado, el paciente es capaz de crear sus Gestalts fuertes, y ha adquirido una seguridad interior frente al otro suficiente como para absorberse en el proceso y dejarse ir al vértigo del encuentro.
Es entonces cuando el terapeuta debe dejar ver al paciente su propia actualidad por completo (no hay que olvidar que este encuentro está fuera del tiempo, y el terapeuta se puede desvelar, — y esto puede ser sin palabras —, sin decir necesariamente que se sitúa con respecto a su propia historia).
Cuando hace esto se pone en una posición de riesgo:
“La psicoterapia dialogal implica que el terapeuta vaya siempre por delante en un ‘camino estrecho’. Es decir, que no se apoye en las vastas alturas de un sistema hecho de certezas sobre lo absoluto, sino en un camino estrecho, pedregoso, entre los abismos donde no existe certeza alguna, ningún conocimiento enunciable, sino la seguridad de encontrar lo desconocido”
(Buber, Between Man and Man, citado por Hycner, p. 17).
El riesgo consiste en salir de su posición estatutaria de terapeuta, en dejar de ser el que puede comprender, actuar, controlar, prever, todo lo que tiene de cómodo la relación Yo-Ello, y que ha servido para construir el fondo de la relación terapéutica, para hacer posible el encuentro de un Yo y de un Tu y no sustraerse a él (eso significaría abandonar al paciente). Buber vio aquí una de las paradojas de la relación terapéutica.
Existiría otro riesgo por parte del paciente: la posición Yo – Tú puede suscitar angustias en él: angustia de pérdida de autonomía, o también angustia de abandono y de pérdida de límites, del sentido de sí mismo, de fraccionamiento o de engullimiento. Le toca al terapeuta sentir lo que el paciente es capaz de soportar, hacer bascular la relación al Yo-Ello si éste manifiesta tales angustias.
El terapeuta no está protegido de manera “constitutiva”, porque sea terapeuta, de este riesgo. Únicamente permanece, a pesar de todo, en posición de control, y es capaz de saber dónde se embarca y de estar lo suficientemente aware como para parar el proceso.
El encuentro Yo-Tú en psicoterapia supone por lo tanto una posición especial que no le hace perder su carácter único de diálogo. Es una posición en donde el terapeuta deja una parte de sí mismo disponible y accesible como fondo, para servir de “cuerda” en este ejercicio peligroso que se desencadena sin que se quiera, pero que se puede evitar o parar.
Hay otra ocasión en donde el encuentro Yo-Tú es posible entre paciente y terapeuta: es cuando la persona ignora todo sobre la psicoterapia y nos toma ante todo como persona, teniendo como “parapeto” el hecho de que te paga, de que no te volverá a ver nunca, y de que eres alguien que, a priori, puede entenderlo todo, hasta las profundidades del ser. Esto es también cierto en las terapias de larga duración y es un factor facilitador. Veremos un ejemplo de esto en la práctica clínica.
Vamos a ver ahora el carácter terapéutico de este acontecimiento.
Esto abre el debate acerca de lo que es terapéutico en la terapia, el trabajo de awareness sobre las interrupciones del contacto, o el contacto en sí mismo.
Goodman escribe:
“Al trabajar sobre la unidad y la falta de unidad de esta estructura de la experiencia, aquí y ahora, es posible reconstruir las relaciones dinámicas de la figura y del fondo hasta que se acreciente el contacto, se aclare la consciencia, y se estimule el comportamiento.
Pero sobre todo, la realización de una gestalt fuerte es en sí misma curativa, ya que la figura de contacto no es simplemente una señal, sino que es en sí misma la integración curativa de la experiencia”.
(PHG, I, 7, p. 273).
La experiencia demuestra que, al salir de este acontecimiento, las personas se sienten extrañamente afectadas, y, durante la asimilación lo que se pone en su sitio atañe al sentido (el tema del sentido de la vida ya no se plantea, dice Buber), así como a la identidad, no asociada a las características de la persona, sino a su misma esencia (“Yo” soy).
Es también la experiencia de la diferenciación, el acceso a la alteridad. Estos elementos son esencialmente no-aware, pero reorganizan el campo para crear un fondo constitutivo de la persona en su unidad y su integridad. Así puede desarrollarse una confianza existcncial con respecto al sí mismo, al otro y a la relación.
Por otra parte, se puede pensar que esta Gestalt fuerte deja una impronta en tanto que tal, y facilita la aparición de otras gestalts: el Self se ha destrabado, y esa experiencia franquea un camino para otras: como el niño cuando da sus primeros pasos toma consciencia de su capacidad para andar y se servirá de esta experiencia que integra parámetros sensitivos y motores, la persona va a ser más apta para formar otras Gestalts de este tipo. Podrá sentir también que ha salido indemne, y enriquecida, de una experiencia que presentía y temía sin conocerla, y a la que no se habría lanzado deliberadamente.
3- La actitud dialogal
Buber no limitó su reflexión sobre el diálogo al encuentro Yo-Tú, como atestiguan escritos como Diálogo y Elementos de lo interhumano, sino que la amplió a “una actitud esencial de los hombres unos frente a los otros”, y cuyas relaciones no hacen más que representar.
Nosotros tampoco vamos a limitar la aportación que se hizo a la terapia por este primer enfoque, y que no obstante saca su fuerza de la metáfora que nos brinda.
Lo que vamos a describir aquí es la posición existencial del terapeuta derivada de lo dicho anteriormente. Hace referencia a la posición Yo-Tú , o más bien a su capacidad para dialectizarla con la posición Yo-Ello del terapeuta. Es también el fondo cuando el Yo-Ello es la figura.
Para poder entrar en una posición Yo-Tú, el terapeuta debe tener una buena gestalt de sí mismo:
“Idealmente, el psicoterapeuta sería en primer lugar el que no tiene necesidad de que el otro le cree, y aún menos de que le destruya. Al contrario que su paciente, el terapeuta sería una Gestalt clara, fuerte y flexible a la vez, y no estaría a la búsqueda, por lo menos en esa experiencia concreta, de su realización”.
(J.M. Robine, Formas…, p. 78).
Esta Gestalt está formada tanto por el Yo de la pareja Yo-Ello como por el del Yo-Tú, y, en mi opinión, el terapeuta entrará más fácilmente en una posición dialogal si no tiene necesidad de confirmación, especialmente en el plano profesional.
En ese caso no está en una búsqueda de relación para sí mismo, y por otra parte no tiene la tentación de enmascarar ninguna duda acerca de su competencia específica con una actitud que sería de acogida, de escucha, de relación de ayuda, sin ser terapia.
El Yo del terapeuta en el Yo-Ello está hecho de su saber, sin saber hacer, la suma de experiencias surgidas de la relación con el paciente que tiene ante él y con los que le han precedido.
Esto es lo que fundamenta su practica, lo que le pone en una posición objetivante frente a quien viene a pedirle ayuda. Esto es lo que lleva a ponerle palabras a sus actos, con la intención de revelar algo de la persona y de la situación. Nutre la rejilla de lectura frente al “caso” que tenemos delante. Nos permite comprender, sentirnos “eficaces”. En la posición Yo-Ello, la atención se lleva sobre tal o cual aspecto específico del campo.
Todo lo dicho puede quedar mas claro con la transcripción de una sesión, por ejemplo. Pero lo que está en el registro del Yo-Tú se escapa a la transcripción y no se revela por el hecho mismo de que no puede reactualizarse fuera de las sesiones. ¿Has tratado alguna vez de leer o de ver la transcripción o incluso la grabación de la totalidad de una sesión, individual o de grupo, a la que has asistido, aunque sea como observador? Todo esta allí pero no obstante falta lo esencial.
Algunos autores nos van a ayudar para describir este paso, donde abandonamos el terreno firme de las demostraciones, de las anticipaciones, de lo determinado, para ponernos ante lo desconocido, y encontrar allí una libertad especial.
La presencia
“No es a partir del ser en general como él (otro) viene a mi encuentro. Todo lo que de el me llega del ser en general sin duda se ofrece a mi comprensión y a mi posesión. Le comprendo a partir de su historia, de su medio, de sus costumbres. Lo que escapa en él a mi comprensión es él, el que es”.
(E. Levinas, Entre Nous, p 22)
Se describe aquí la actitud dialogal desde otro ángulo, desde otro camino para encontrar al otro, distinto del de la comprensión. Vamos a llamara este camino la presencia.
La presencia es gratuidad: no es una búsqueda de eficacia. Mientras el conocimiento, la comprensión, contenían tanto el primer paso hacía el dominio de las cosas (y a veces sobre el otro) como la loca investigación sobre la “buena manera”, el “buen método” o la “buena solución”, la que va a resolver todo, esta posición nos hace descubrir la existencia de un terreno en donde la investigación de la eficacia es vana.
No es la puesta en marcha de todos los procesos habituales que consisten en identificar, inventariar los fenómenos y actuar sobre ellos, lo que nos va a llevar a poseer la verdad.
Sólo situándose en el diálogo con los elementos observados, sin buscar poder, sino una relación de intercambio, de cocreación, sin certeza acerca de lo que va a ocurrir, se puede acceder a una forma de realidad distinta. Y esta realidad es nueva cada vez y no agota jamás la totalidad de las posibilidades.
El modo medio es el que nos pone en tal situación.
Una psicoanalista, Mary Balmary, lo dice con sus palabras al hablar del “sujeto no creado”:
“Encuentro liberador para el analista y para el analizado, acordarse de que lo que recibe es sin definición, sin destino, sin semejanza. Que el analista no tiene nada que cumplir con él.
Que le pagan por un trabajo: no trabajar. El encuentro se sitúa en otro grado del mundo y también más allá, en ese lugar donde ‘no estábamos antes de habernos reunido’.
El analista bien puede guardar en su memoria todo lo que decenios de investigación sobre la enfermedad y la locura le han enseñado… Pero…no se puede confundir el sujeto con su morada”.
(El Origen Divino, p. 334).
La presencia necesita de una vacuidad interior — dejar flotar en el segundo plano lo que es del Ello, no aferrarse a él — para recibir lo que viene del propio terapeuta y del paciente.
- Es un estado de disponibilidad para el fondo, para las emociones, intuiciones, imágenes que pueden surgir en relación con lo que surge en la frontera contacto.
- Es mantener la cuerda lo suficientemente tensa como para que el encuentro con el otro haga sonar una nota.
- La presencia es un estado especial de awareness.
- La presencia alude a todos los registros de funciones de las que disponemos a nivel corporal y psíquico: consiste en vivirse plenamente.
- La presencia es actuante, es la que permite depositar en el momento oportuno la semilla que va a permitir desencadenar la elaboración de una forma en el paciente.
- La presencia ante el otro permite verle en su unicidad y su globalidad, captarle en ese instante en todas las dimensiones de su ser.
- Estar presente consiste en abrirse, hacerse disponible a la novedad, a lo desconocido, a lo nunca vivido.
- Es aceptar recibir en el mismo momento en que se da, es dejarse impactar por el otro.
Cuando se está presente, se acepta ser visto tal y como se es. Es lo que Buber llama la autenticidad. Se renuncia a la necesidad de gustar, de parecer. No se le da importancia a la imagen. Se puede uno desnudar sin perder por eso la posición de terapeuta.
Eso significa abandonar posturas defensivas ante ciertas actitudes del paciente, como su agresividad, su necesidad de tomar el poder. Aceptar sentir la herida, la irritación; sin embargo la transparencia no es necesaria, salvo cuando puede ser útil al paciente, en la medida en que le lleva a tomar consciencia de cómo sus posturas defensivas son inadecuadas y a ensayar en otro registro.
Estar presente es sentirse a la vez poderoso e impotente: poderoso en el sentido de que se tiene fe en la capacidad de ayudar al paciente, impotente, porque se sienten los límites frente al otro que está ante uno.
Estar presente es exponerse, ir por delante de uno mismo, al descubierto, y también diluirse para dejar crecer al otro en su Self y confirmarle. Es también aceptar serenamente no ser más que un Ello para el paciente ante el que se está en una posición.
Estar presente es aceptar existir en una condición paradójica y avanzar a veces por ella como un funámbulo sobre su cuerda, pero con la intima convicción de que es la posición exacta.
¿En qué es terapéutica la presencia?
Podemos decir al mismo tiempo que Beisser sobre lo que él describe como la teoría paradójica del cambio, que el paciente se siente entonces invitado a convertirse en quien es, en lugar de tratar de convertirse en quien no es.
El terapeuta no tiene ningún deseo, proyecto, ni anticipación para el paciente, le permite aceptarse en el punto en el que se encuentra, en cualquier awareness, y por eso encontrar el flujo del libre funcionamiento organísmico.
El terapeuta, por su actitud paradójica, se encuentra allí donde el paciente no lo espera: esto le coge a contrapelo, hay alguien ante él que le lleva a situarse en una posición diferente.
No se da cuenta de ello necesariamente, y el cambio está asociado a todos los pequeños ajustes creadores que debe hacer ante la novedad de tal actitud.
Como hemos subrayado, la actitud dialogal no pretende a cualquier precio poner a los pacientes en una posición Yo-Tú, de la que por otra parte están la mayoría del tiempo bastante lejos.
Se focaliza más bien en el proceso de la experiencia en el momento presente, en lo que se manifiesta en la frontera contacto en términos de interrupción. En este sentido es específicamente gestáltica.
Por otra parte la posibilidad de estar frente a un Tú que se vuelve disponible al encuentro no mantiene al paciente en sus posturas transferenciales como en el análisis, sino que le permite tener la vivencia de nuevas Gestalts relacionales.
Datos para citar este artículo:
Schoch de Neuforn, Sylvie. (2015). Relación dialogal en terapia Gestalt. Boletín de Consultorio Psicológico Condesa, 8(4). https://psicologos.mx/relacion-dialogal-terapia-gestalt/.
Benigno dice
Enhorabuena por esta reflexión!