
Recibimos estas líneas de una mujer que desea permanecer en el anonimato al mismo tiempo que comparte su experiencia, teniendo el deseo de que esto ayude a otros que estén pasando por un momento de aquellos donde duele el alma por todos los daños recibidos… ya sea desde afuera o causados por uno mismo. A ti que lo lees, ojalá te ayude:
¿Alguna vez has dicho “me duele el alma”?
Entonces sigue leyendo:
Perdí la cuenta de los rounds auto impuestos, en los que caí una y otra vez en un combate sin sentido. Mis contendientes: mi orgullo, la ignorancia sobre mí misma, mi carencia de amor propio y la sin razón.
Sólo cuando estamos en el límite somos capaces de ver muchas cosas y en mi caso la constante era exponerme al peligro, con el propósito inconsciente o no de destruirme y de paso lastimando a otras personas (efectos colaterales no considerados en sano juicio).
Más que en el cuerpo, siento algo en el alma, un dolor, tengo abolladuras por todos lados; pero al mismo tiempo un deseo de salir adelante. No quiero preguntarme cómo, pero tampoco quiero perderme en ese diálogo interno sin salida, en ese guión hiriente que no sirve sino para causar más daño y cuya repetición sería caer en esa locura descrita por Albert Einstein.
Cada vez que escuchaba en pláticas de liderazgo y temas de superación el tema de mejorar la calidad del diálogo que sostenemos con nosotros mismos, desde el cinismo y la cerrazón, pensaba que esas cosa no tenían sentido. Al terminar las charlas cerraba el canal de recepción y reafirmaba mi egoísmo, aquél que te impide darte la oportunidad de SABER ESCUCHAR y considerar la experiencia de los demás como un referente.
En todos los ámbitos del conocimiento se dice que los tiempos de crisis son la mayor oportunidad y es una gran verdad. En estos tiempos es indispensable tener certezas y reafirmarlas pero, principalmente, no hacer nada extraordinario, nada. Hay que esperar y actuar de la mejor manera posible para atender a la víctima: uno mismo, además de pensar y aplicar a consciencia un programa de control de daños.
Hoy sé que me hice mucho daño, que el alma la tengo molida y que soy la única responsable de lo pasó y de lo que suceda en adelante. No es sencillo asimilarlo, duele, duele mucho y ese dolor no me permite conseguir y sacar el consuelo que me hace falta para darme cuerda y continuar.
No hay vuelta atrás y la frase “Dios perdona pero el tiempo no” retumba en mi cabeza no solo por el tiempo perdido sino por esas cosas dejadas a la azar, por esos momentos que parecían insignificantes, pero que hoy tienen consecuencias en las que jamás reparé.
Tengo la teoría de que las palabras, ese mundo que nos sirve para comunicarnos, adquieren su verdadero sentido y significado cuando las vivimos. Su esencia la conocemos en el preciso momento donde nos acontece algo con todas sus letras: experiencia, dolor, sabiduría, confianza, fe, entre otras. Si recuerdas un capítulo de tu estancia en este mundo donde alguna de estas u otras palabras ocupó su titulo final, quizá sabrás de lo que estoy hablando.
No hay una fórmula única para afrontar los problemas de la vida, te comparto lo que he aprendido, aunque a veces las palabras no alcanzan para describir lo que verdaderamente se siente y se vive. Algo que me ha resultado bien últimamente es mantener el silencio, no hablar mucho con otras personas sobre cómo me siento porque esa ruta no me ha satisfecho.
He llegado a la conclusión de que con quien debo platicar profundamente es conmigo misma y, en dado caso de hacerlo con alguien más, hay que observar a quién se le deposita esa confianza (paso uno del control de daños) ya sea por conocer verdaderamente a la persona o porque es un profesional que te sabe acompañar desde el corazón.
Todos padecemos ceguera. Hoy creo que existen varios tipos. La mía quizá tuvo su origen en la complacencia, en la alerta de expectativas externas, en no saber que yo existía y que mi deber consistía en cuidarme, en saber detenerme cuando era preciso… No hay peor mal que la ignorancia de uno mismo, la ignorancia del alma… Ese desconocimiento es el más peligroso.
A veces pienso que es una pena haber pasado por tantas cosas para darme cuenta de que solo yo puedo cuidarme.
Crecí con la creencia de que la felicidad viene de afuera, que depende de otros, evadiendo la propia responsabilidad. El veinte no me caía. Hoy sé que no es así, que ese estado se alcanza y se forja de manera personal.
Es un nuevo producto cuyo empaque apenas estoy leyendo, tratando de descifrarlo desde lo más hondo de mi ser, aceptando mis culpas, mis errores, mis derrotas y abandonando el impulso constante de hacerme daño sólo porque sí (éste último es el reto más grande y estoy tratando de llevarlo a cabo).
Puedo compartirte que en este momento no me queda otra cosa que aceptar y recoger los pedazos de mí, pegarlos otra vez, confiar y buscar una mejor manera de vivir, consciente de que quiero abrirme a otras posibilidades. Ojalá tú que lees estas líneas seas capaz de detener el verdugo interno antes de que continúes en la ruta del dolor por el dolor.
Para sanar el dolor en el alma:
Busca terapia individual, no esperes nada de fuera sino mucho de adentro. Ayúdate, no te pierdas, no lo hagas…
Foto de rhockens, vía Flickr
Datos para citar ese artículo:
Invitado(a), Autor(a). (2014). Sanando el dolor en el alma por todos los daños recibidos. Irradia Terapia México. https://psicologos.mx/sanando-dolor-alma/ [Consultado el ].