Hoy me salió en Facebook un “recuerdo” y por lo general me da gusto ver fotos del pasado o leer los estados que ponía, a veces si digo: “Que oso”; pero muchas otras me enorgullezco de lo mucho que he madurado, de mi proceso de deconstrucción y de mi crecimiento en todos los sentidos…
Sin embargo el recuerdo del día de hoy me dolió en el alma, no pude ni terminar de leerlo pero empezaba así:
“Espero que algún día pueda recuperarme, espero algún día volver a sentirme yo, espero reconocerme cuando me vea al espejo, espero que deje de doler…”
Aunque pasaron ya más de 6 años, inmediatamente supe a qué me refería con ese texto y como bien dicen que recordar es volver a vivir, por unos momentos vinieron a mi mente todas las escenas que viví durante varios años al estar en una relación codependiente y llena de violencia.
Estar en una relación codependiente sin querer verlo
Cuando estás en ese lugar, en el ojo del huracán, cuesta mucho trabajo identificarlo y ponerle nombre, recuerdo la primer sesión con el sexto terapeuta al que asistí, nunca pasaba de la segunda sesión porque aunque yo sabía cuál era la respuesta, no quería escucharla: “por todo lo que me cuentas identifico que estás en una relación codependeiente, ¿sabes lo que eso significa?”
A partir de ahí, dejé de escucharla, los siguientes minutos de la sesión sólo resonaba esa palabra en mi cabeza, sabía lo que significaba, incluso podía enlistar la lista de características de una persona codependiente pero no quería reconocerme en ese lugar que dolía tanto.
Terminando la sesión, manejé a mi depa… me costaba trabajo ver, no podía parar de llorar: “estoy atrapada” pensé, llegué y fui a buscar un libro que compré para regalarle a una amiga y que por circunstancias de la vida, nunca puede entregarle: Maneras de amar de Amir Levine y Rachel Heller, se lo había comprado justo porque me parecía que estaba en una relación codependiente y quería ayudarle de alguna forma.
Como bien dicen por ahí, la mayoría de las veces somos espejo, leí el libro como si mi vida dependiera de ello, recuerdo no haber dormido esa noche, quería encontrar en esas páginas la respuesta, una solución… ojalá fuera tan fácil.
¿Por qué me aterró ponerle un nombre a lo que estaba sintiendo?
¿Qué es la codependencia?
Pues bien, en pocas palabras, la codependencia se define como:
un conjunto de actitudes y emociones que llevan a una persona a involucrarse de manera poco saludable, en los problemas de otra persona con la que tiene un vínculo afectivo, al extremo de olvidarse de sus propias necesidades.
En este entonces yo mantenía una relación sentimental con una persona con trastorno límite de la personalidad, mi vida era una montaña rusa llena de subes pero sobre todo de muchas caídas en picada.
Entre los síntomas de codependencia que yo experimentaba puedo decir que tenía varios meses sin poder dormir, en ocasiones olvidaba comer y no podía recordar cuando había sido la última vez que había visto a mis amigos o que había dicho cualquier cosa, sin miedo a que mis palabras fueran malinterpretadas y desataran la tercera guerra mundial.
Sentía que estaba flotando y por evitar cualquier tipo de enfrentamiento con mi pareja hacía a un lado compromisos personales, sociales y hasta laborales, mi autoestima estaba por los suelos, dejé de hacer muchas de las cosas que más me gustaban, dejé de ver a mis amigos e incluso me alejé de mi familia, sentía que el bienestar físico y emocional de mi pareja dependía en un 100% de lo que yo hiciera o dejara de hacer y aunque ponía todo lo que soy en ello, llegó un momento en el que se volvió insostenible.
Abandoné más de 5 procesos terapéuticos, dolía mucho enfrentarme a la realidad, pero dolía mucho más permanecer en una relación en la que me sentía completamente vulnerable, un lugar en el que reinaba la incertidumbre:
¿De qué humor estará mañana? Recuerdo hacerme esa pregunta todos los días antes de dormir y al despertar pedía con todas mis fuerzas, que fuera un buen día.
Sabía que lo que estaba viviendo no era normal y sabía que la única salida era terminar esa relación, pero aunque suene a pretexto, en verdad no podía hacerlo, cada vez que siquiera lo insinuaba, empezaba una fuerte conversación que por lo regular terminaba conmigo envuelta en un mar de lágrimas sintiéndome la persona más egoísta e insensible del mundo por pensar en “abandonar” a alguien que me necesitaba tanto… se volvió en un loop infinito, de culpa, de miedo y de resignación.
La gota que derramó el vaso
Una de mis mejores amigas, me había sugerido asistir a un grupo de apoyo, me molesté, pero aun así guardé muy bien el papelito que me había dado con toda la información, en el fondo sabía que lo necesitaba.
Después de una de las caídas más empinadas en esa montaña rusa emocional, decidí inscribirme, tuve que inventar un compromiso de trabajo, recuerdo que llegué al lugar unos 20 minutos antes, estaba estacionada afuera, esperando a que fuera la hora de inicio, 48 llamadas perdidas y más de 100 mensajes, en un arranque de amor propio, apagué el celular y entré, sabía que la siguiente discusión iba a ir más allá de los gritos y los empujones.
La sesión empezó con una lectura hermosa, no recuerdo haber llorado tanto en mi vida, pasaron al frente varias personas a contar por qué estaban ahí:
“Mi hijo es adicto a las drogas, siento que es mi deber ayudarlo, llevo años sin dormir más de 2 horas seguidas, no puedo de la angustia cada vez que sale, soy codependiente”.
“Mi mamá es alcohólica; a mis 34 no he podido tener una relación de pareja estable porque siempre tengo que estarla cuidando, la tengo que ir a sacar de la delegación, del hospital o de las cantinas, me han corrido más de una vez del trabajo porque falto con frecuencia, soy codependiente”.
“Llevo 19 años con mi pareja, me golpea, he estado varias veces en el hospital y siempre ponía de pretexto a mis hijos para no terminar la relación, mis hijos se fueron a estudiar al extranjero hace un par de años y yo sigo ahí, no puedo dejarlo, soy codependiente”.
Llegó mi turno, no pude hablar, las lágrimas no me lo permitieron, alcancé a pararme de mi lugar y decir con la voz temblorosa: soy codependiente y necesito ayuda, me desplomé en la silla.
Llevaba 3 años en esa relación, 3 años que habían parecido mínimo 20, el resto de la sesión sólo pensaba en todo lo que haría después de terminar esa relación y retomar mi vida, tenía una lista enorme:
- visitar a mis papás
- volver a salir con mis amigos
- re abrir mis redes sociales
- ver un partido de fútbol
- volver a escribir
- ponerme la ropa que me gusta
- cocinar
- adoptar a un perrito
- hacer ejercicio por gusto y no por obligación
- comer papitas
- ver películas tontas
- salir con mis colegas por una cerveza al finalizar la jornada
- y un largo etcétera…
Esos 90 minutos de terapia grupal me habían puesto frente a frente con una realidad que no había querido aceptar, salí decidida a ir a recoger mis cosas y ponerle punto final al recorrido en la peor montaña rusa a la que me he subdo, me subí al coche liberada, sentí que me habían quitado una tonelada de los hombros, prendí mi celular, más de 100 llamadas perdidas, 300 mensajes que empezaban con un:
“¿Dónde estás, estoy preocupado? y terminaban con un: “Voy a tirar todas tus chingaderas a la basura”, pasando por los “Perdón, no quería escribir eso, pero estoy preocupado”.
Esta vez iba decidida y sin miedo, sabía que tenía un largo camino que recorrer, que esto sólo era el inicio en mi proceso de sanación, pero estaba más firme que nunca en dar el primer paso, me faltarían muchísimas hojas para contarles lo difícil que fue hacerlo, pero lo logré.
Muchas veces se compara la codependencia emocional con la adicción a las sustancias y puedo entender los porqués, en realidad muchas veces sentí que ese sentimiento de culpa, la ansiedad y el miedo eran mucho más fuertes que yo.
Todas las veces que me había decidido a dejarlo, cedía a los chantajes, me convencía con una llamada, una carta, unas flores, así como alguien que padece alcoholismo cae y se echa de nuevo un trago y la verdad es que ese sube y baja es dolorosísimo.
Esta vez era diferente, en mis brazos tenía marcadas las razones por las que esta vez tenía que lograrlo, esta vez se trataba de algo de vida o muerte y como dicen los alcohólicos en recuperación: un día a la vez.
El proceso no fue sencillo, pero me puse a salvo, esta vez me elegí a mí, busqué ayuda en mi circulo de apoyo, dejé de ocultar y lo más importante dejé de justificar a la persona que me hacía daño, entendí que el amor no duele, ni te pone en peligro.
Seguí en mi proceso terapéutico, también seguí asistiendo al grupo de apoyo, leyendo libros, poco a poco fui saliendo del hoyo en el que me sentí atrapada por tanto tiempo, retomé mis hobbies, me volví a poner la ropa que me gustaba, volví a salir con mis amigos, dejé de sentir esa necesidad de cuidar cada una de mis palabras, volví a escribir sin miedo a plasmar en mis textos todo lo que pienso y todo lo que siento, volví a sonreír, me reconocí en el espejo, volví a ser yo.
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Datos para citar este artículo:
Silva de la Torre, Denisse. (2021). Codependencia de pareja: ¿cómo identificarla para salir de ella?. Boletín de Consultorio Psicológico Condesa, 14(3). https://psicologos.mx/codependencia-de-pareja-como-identificarla/.
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