Docente: Dr. Robert Eugene Martínez Frías
Con frecuencia el abordaje del tema de la discapacidad en los medios de comunicación, en la cotidianidad e incluso en las políticas públicas se realiza acerca de las clasificaciones, las estadísticas o las inspiradoras historias de vida de personas con discapacidad que destacan en algún deporte o área específica, pensándolo como un atributo o una falta en el cuerpo del otro.
En este punto, conviene preguntarnos ¿la discapacidad está en el cuerpo de alguien o se encuentra en las formas en que le permitimos participar y ocupar un lugar en la sociedad?
Poco se habla acerca de la discapacidad como un fenómeno en el que interactúan las personas con alguna deficiencia y la sociedad en la que viven, es decir, como un fenómeno del que participamos todos, que se ha construido históricamente y se construye cada día.
Tomando en cuenta lo anterior, el presente ensayo tiene como propósito reflexionar acerca del concepto de discapacidad desde una breve revisión de los modelos a partir de los cuales se ha concebido y del análisis del impacto que tiene el uso del lenguaje cotidiano en la construcción de este concepto, para al final exponer alternativas que nos permitan trabajar activamente en la eliminación de las barreras sociales que impiden la participación de las personas con discapacidad.
En el transcurso de la historia el concepto de discapacidad se ha ido transformado a partir de los modelos desde los que se ha concebido y donde se prepondera la atención en puntos específicos.
En la antigüedad prevalecía la atención en la causa de la alteración orgánica, atribuyéndole un fuerte sentido místico; posteriormente se transitó a centrar el foco de atención en el individuo, a pensar la discapacidad como algo individual y asociado a la enfermedad que, como tal, estaba sujeto a ser curado o rehabilitado.
Después la atención se dirigió hacia lo social donde la discapacidad se concibe no como un castigo divino, ni como una enfermedad sino como una interacción.
En la antigüedad y la edad media desde el modelo de prescindencia se asociaba el origen de la discapacidad a un castigo divino y a la persona como alguien cuya vida no tenía sentido, imperando como solución el provocar la muerte de los niños que nacían con discapacidad o bien separarlos de su núcleo social.
Posteriormente, a principio del siglo XX, en un contexto donde convergían millares de soldados mutilados, víctimas de la Gran Guerra, y empezaba el auge de las leyes laborales, surgió el modelo médico desde el que se concibe la discapacidad como una enfermedad que podía recibir un tratamiento.
Más tarde, durante la segunda mitad del siglo XX, se empieza a vislumbrar el avance a partir de las revisiones de las Naciones Unidas hacia un cambio de paradigma al modelo social, desde el cual se piensa la discapacidad no desde lo individual sino desde lo social. Es la sociedad quien debe rehabilitarse para permitir la integración de la diversidad (Lizama, 2012).
Conocer la idea central de estos paradigmas además de permitirnos comprender cómo la discapacidad se ha ido construyendo y modificando desde una mediación social, en contextos determinados, teniendo distintos significados; para cada época y sociedad (Saucedo, 2021, p.2), nos conduce a cuestionar qué han implicado estas construcciones,
Además, nos permiten ubicar qué modelo permea nuestra actitud, pensamiento, relaciones y lenguaje en la interacción con la discapacidad. Como sociedad ¿hemos transitado a pensar la discapacidad desde un modelo social?, ¿es suficiente el reconocimiento de la discapacidad desde el modelo social?
La Organización Mundial de la Salud OMS (2010) propone desde la definición de discapacidad una síntesis de los modelos médico y social refiriendo que:
“Discapacidad es un término general que abarca las deficiencias, las limitaciones de la actividad y las restricciones de la participación. Las deficiencias son problemas que afectan a una estructura o función corporal; las limitaciones de la actividad son dificultades para ejecutar acciones o tareas, y las restricciones de la participación son problemas para participar en situaciones vitales” (párr.1).
Desde esta orientación el concepto abarca al individuo y su interacción con la sociedad, no obstante, no es suficiente una definición, resulta fundamental que como unidades sociales nos asumamos parte de esta construcción y trabajemos por generar espacios donde nuestras actitudes, formas de relacionarnos, y lenguaje, no representen una restricción en la participación.
Una propuesta es cuestionar nuestro uso del lenguaje alusivo al tema de la discapacidad, no es raro escuchar términos despectivos que hacen parecer que los modelos anteriores no han perdido vigencia como cuando se hace referencia una persona con discapacidad como “un angelito”, “una persona especial” o “una persona con capacidades especiales”, términos que más bien deshumanizan a la persona y enfatizan una diferencia a partir de denotarla especial.
Otro ejemplo es cuando se habla de “minusválidos”, “discapacitados” y “personas con capacidades diferentes”, colocando el foco de atención en la deficiencia, de manera despectiva y como una característica inherente a la persona en lugar de decir “personas con discapacidad”; así también se usan términos como “sordito”, “cieguito”, “loquito”, etc., sin caer en cuenta que nombrar algo en diminutivo no le resta el carácter desdeñoso.
Este uso inadecuado, limitante o despectivo del lenguaje se extiende a la forma de relaciones que se establecen y desde ahí se construye una realidad sobre la discapacidad que excluye, segrega y atenta contra la dignidad humana.
Para concluir, se destaca la necesidad de abrir espacios de diálogo con otros y con uno mismo que favorezcan la conciencia de nuestra participación en la discapacidad, así como de reconocer cuándo limitamos el acceso y la participación o de qué manera nuestro desconocimiento y desinterés son causa de exclusión de otras personas, al final, nadie que tenga un cuerpo está exento de sufrir una afectación y ese no debería ser el problema, sino el qué tanto la sociedad de la que se es parte le permite ocupar un espacio en la misma.
Pensar la discapacidad como un atributo del otro nos des-responsabiliza, nos aleja del problema, pero no se puede construir una sociedad incluyente sin participación, resulta necesario repensar la discapacidad más allá de las deficiencias orgánicas, para entenderla como un hecho social, tal como Vygotsky (1989, como se citó en Saucedo, 2021) ya señalaba en el siglo pasado: “tanto el desarrollo como la educación del niño ciego tienen que ver, no tanto con la ceguera en sí misma, como con sus consecuencias sociales” (p.2).
Referencias:
- Lizama Velarde. V. (2012). Los modelos de la discapacidad: un recorrido histórico. Revista empresa y humanismo, 115-136. https://revistas.unav.edu/index.php/empresa-y-humanismo/article/view/4179
- Organización Mundial de la Salud. (19 de septiembre 2010). Organización Mundial de la Salud (OMS) y Discapacidad. https://www.bienestaryproteccioninfantil.es/fuentes1.asp?sec=17&subs=202&cod=1873&page=
- Saucedo Vázquez, I. (2021). Respecto a la alfabetización dirigida a personas con discapacidad visual. Tecnotrend Universidad De La Salle Bajío A.C, 6 (12),1-8 http://tecnotrend.delasalle.edu.mx/?p=45
Datos para citar este artículo:
Álvarez Álvarez, Mayela del Rocío. (2021). El concepto de discapacidad como construcción social en la sociedad contemporánea mexicana. Boletín de Consultorio Psicológico Condesa, 14(3). https://psicologos.mx/concepto-de-discapacidad-como-construccion-social-sociedad-contemporanea-mexicana/.
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