
“La libertad está en ser dueños de la propia vida”
– Platón
Una mañana de esas grises y frías, en pleno mes de enero, una señora pasada de las cuatro décadas se levantó con unos deseos impetuosos de contar su verdad. Una verdad que la había estado ahogando por años y de la cual necesitaba liberarse para concluir su proceso de curación. No sabía a quién contarle su tortura, la verdad es que ni siquiera estaba segura de que a alguien le importaba; sin embargo, esa mañana se dio cuenta que confesar los incidentes que tuvo que enfrentar en su vida de casada y contar la manera en que logró salir airosa de la misma representaban la única manera de alertar a futuras víctimas y evitarles cometer errores que podrían llevarlas al mismísimo infierno… aquí en la tierra. He aquí las confesiones que hizo a través de un ensayo que llama poderosamente a la reflexión:
“Estaba a escasos meses de cumplir cuarenta años y en mi horizonte no se vislumbraba ningún pretendiente serio, de esos dispuestos a ponerse la soga al cuello. Los comentarios de mamá y su famosa frase “se te está pasando el tren” me recordaban incesantemente que debía apurarme o dejaría de cumplir con lo que la sociedad espera de toda mujer al arribar a cierta edad. El reloj biológico me daba pánico y se había convertido en mi peor enemigo.
Un día conocí a un aparente buen partido, era alto, corpulento, de mirada penetrante y cabello rebelde. Definitivamente, me pareció una muy buena opción. Ahora lo que faltaba era que estuviera disponible. Cruzamos unas cuantas palabras en la reunión organizada por una amiga en común y me gustó su forma de expresarse, aunque tengo que reconocer que había algo de dureza en sus palabras o, por lo menos, la sutileza y la ternura no las pude percibir.
Luego de unas cuantas semanas en contacto, descubrí que era soltero y que, al igual que yo, también deseaba una relación formal, pues acababa de cumplir los cuarenta y tres. Nos veíamos una o dos veces por semana, salíamos a comer, a ver una película o a pasear por la ciudad. El trato era agradable, nos llevábamos bien, aunque recuerdo que siempre me dejaba con ansias de conocer quién era realmente. Al principio tuve dudas de si era el indicado para mí, si cumplía con mis requisitos o si el amor que sentíamos era en verdad amor, pero como lo dijo el filósofo alemán Friedrich Nietzsche: “La edad de casarse llega mucho antes que la de quererse”. Así que por mutuo acuerdo decidimos que no había razón para esperar más y, después de tres meses, firmamos el famoso contrato.
Poco tiempo pasó para darme cuenta que me había casado con un perfecto desconocido, que las expectativas que me había hecho estaban muy lejos de convertirse en realidad. Mi esposo se convirtió en un hombre tosco, sus palabras estaban llenas de apatía e indelicadeza. Ansiaba tanto un poco de cariño de su parte, pero eso no fue lo que obtuve y, para colmo, el no poder embarazarme le añadía más amargura a su ya insoportable personalidad.
Tan sólo dos meses después, llegué a preguntarme: “¿Y ahora qué hago?, ¿cómo escapo de esta situación?, ¿de qué manera doy marcha atrás?” Mis padres me educaron para no divorciarme, me enseñaron que uno se casa para complacer a otro, aunque eso implique aplazar los propios sueños; en otras palabras, firmar el papel significaba olvidarme de mi persona.
Con el paso de los días, me convertí en un mueble más, en una alfombra que mi marido pisaba sin pensarlo dos veces, era como si el no poder darle un hijo me hiciera merecedora del peor de los maltratos. De pronto, se me acabaron los motivos para seguir, me robó las fuerzas y aniquiló mi esperanza. Todas las cualidades que lo enamoraron al principio, ahora las consideraba defectos; ya lo dice el científico alemán Georg Christoph Lichtenberg : El amor es ciego, pero el matrimonio le restaura la vista.
La maldita rutina se apoderó de mis días y masacró la pasión. Las noches las gastaba inmersa en las novelas o en algún libro de motivación que lo único que me provocaba era rabia, por pintarme la vida muy fácil y dejarme con las mismas preguntas. Dejamos de decirnos te amo, aunque creo que no lo dijimos más de cinco veces desde que nos conocimos. Comenzamos a dormir de espaldas, pues la simple respiración del otro ocasionaba malestar. En síntesis, el amor estaba en coma, pero era una agonía lenta, dolorosa y letal. Ahora comprendo las palabras de Friedrich Nietzsche cuando dijo: “El matrimonio acaba muchas locuras cortas con una larga estupidez”.
La mañana de mi cumpleaños sufrí uno de sus peores ataques. Aparte de que olvidó la fecha, se encargó de dejarme claro que para lo único que yo servía era para los quehaceres del hogar y que ya ni eso lo hacía bien. Ese día fue como si una venda cayera de mis ojos, entendí que mi compromiso mayor soy yo y que si no soy capaz de amarme nadie lo hará. Entonces, me encontré con una frase del escritor argentino Jorge Bucay:
“Sólo si me siento valioso por ser como soy, puedo aceptarme, puedo ser auténtico, puedo ser verdadero”.
Ese día comprendí que yo no soy propiedad de nadie y que si no me liberaba de mis propias ataduras internas, mucho menos podría liberarme de mi verdugo. Le dije todo lo que sentía con una fuerza tal que lo dejé sin palabras. La mujer frágil se había cansado de sus abusos y él ya no tenía alfombra para pisar. Sin más ni más, le pedí el divorcio. Se sorprendió, pero comprendió que yo era otra y que a esa nueva mujer no la podría manejar a su antojo. Terminó marchándose ese mismo día, sin pronunciar una ofensa más.
Hoy, después de un largo proceso de sanación, entiendo que yo tengo mi propia palabra y que nadie tiene derecho a callarla. Aprendí que soy constructora de mi destino y que no soy menos mujer por no tener hijos. Ahora, ya no creo en medias naranjas, quiero y MEREZCO la naranja completa, porque nadie puede llenar los vacíos del otro. Quiero alguien que comparta su TODO conmigo y yo con él.
Hasta ahora comprendo que cuando uno se casa no pierde su yo. Entonces, decidí hacer un nuevo compromiso, pero esta vez sólo conmigo:
“Prometo serme fiel en la salud y en la enfermedad, en lo próspero y en lo adverso, amándome y respetándome durante toda mi vida, hasta que la muerte me lleve… y mucho más allá”.
Imagen de Suus Wansink vía Flickr
Datos para citar ese artículo:
Díaz Pimentel, Jade. (2014). Confesiones de una esposa que ya no está enamorada. Irradia Terapia México. https://psicologos.mx/confesiones-de-una-esposa-desenamorada/ [Consultado el ].
Estela dice
Me encanta, me sirve bastante.