Conocí y escuché con detenimiento la canción “No” y las demás contenidas en el disco Fijación Oral Vol. 1 de Shakira gracias a la obra “Y de repente un ángel” del escritor peruano Jaime Bayly, que cita una frase de ese sencillo al inicio de su novela y cuyo personaje principal escucha algún disco de esa cantante “para sosegar su espíritu”.
También descubrí música clásica como Le mal du pays de Franz Liszt, una pieza crucial en la historia “Los años de Peregrinación del chico sin color” del japonés Haruki Murakami, un tanto nostálgica, pero sus acordes me agradaron y los disfruto cada que tengo oportunidad.
Conocidas previamente o no, esas canciones ya no son las mismas, independientemente de lo que digan sus letras o notas: su color se matiza porque representan una historia y, al mismo tiempo, un momento determinado de mi propia vida.
Solo al terminar de leer cada título busqué la discografía citada, como una especie de alivio, como un tramo más que faltaba para cerrar la experiencia y sentir que de verdad conocí todo el libro.
Tras escucharlas trataba de recordar las historias que acompañaron sus narraciones, pero al mismo tiempo me pregunté ¿qué motivos tendrían para evocar tal o cuál canción? ¿Cuál fue el impacto que les causó cuando las conocieron para que formaran parte esencial de sus novelas?
La respuesta debe encontrarse en la vida y anécdotas de cada escritor, plasmadas como una especie de código, disfrazadas, matizadas o como metáforas, que pueden ser descubiertas por quien se atreve a abrir las hojas de aquello que imaginaron y materializaron en papel y tinta.
Creo que de alguna manera ellos se liberaron al compartir sus escritos con el mundo y tienen sed de que los demás también lo hagan.
Paisajes de todas las clases, ciudades, olores, comida, citas, monólogos y diálogos de diversas situaciones que intentan dibujar todos los sentimientos y conocimientos ya sean científicos, históricos o filosóficos, son parte de los viajes a los que podemos acceden sin necesidad de pagar un boleto cuando tomamos un libro.
Pero voy más allá. Alguna vez escuché decir que no hay mejor libro de autoayuda que echar un vistazo a los clásicos. Agregaría que pueden ser de cualquier época, corriente literaria o latitud.
La primera afirmación es acertada y no es que tenga algo contra los autores que buscan dar consejos, pero a veces suenan a recetas que no nos aplican, que no ponemos en práctica o las abandonamos al tercer día, porque cada persona es diferente y vive sus procesos cuando quiere o como debe vivirlos.
A lo mejor logran “mitigar” nuestras ansias momentáneamente para salir de una crisis, de la naturaleza que se trate, y después terminan en cajón de las cosas olvidadas.
Pero, ¿por qué sirven como autoayuda? Porque cada escritor va más allá de enumerar pasos para dejar de sentirte triste. Porque a través de sus historias podemos encontrar un referente; porque reflexionan, describen y dan sus versiones sobre cómo se siente el amor, la sorpresa, la amistad, la pasión, el desdén, la tristeza, la ira o lo locura, aderezadas con un fuerte toque de imaginación, ese ingrediente que hace que todo sea posible y, que además, puede resultar muy divertido como en Complot Mongol de Rafael Bernal, una novela que cuando la lees, te dan ganas de redescubrir el Barrio Chino de la Ciudad de México.
Asomarte a un libro es una experiencia mágica, es una pastilla para soñar: penetras en otra mente, en otro corazón que a pesar no conocerlo en carne y hueso, lo logras en espíritu por medio de cada una de sus letras, palabras, puntos y señales. Reconoces que no eres tan diferente de otros.
Creo que en cada narración accedemos a los más hondos pensamientos, vivencias, y quizá a los secretos y confesiones de los autores, sin necesidad de hurgar en su vida personal, presentados en un envoltorio mucho más atractivo: historias con un propósito.
Un libro es un amigo que no te va a reprochar nada, es el mejor cuate que te puedes encontrar porque no te juzga, al contrario te ilustra, puedes ir y venir, pensar y tomar lo mejor él, como en una película, pero con la ventaja de imaginar cómo son los personajes y escenarios a tu antojo mientras te trasladas en el camión de regreso a casa, en tus vacaciones, en un café o en la comodidad de un sofá.
Lee lo que quieras, a tu ritmo, cuando se te antoje, independientemente de la cuestión intelectual que en sí misma ya es una gran ventaja.
No lo hagas con miedo, hazlo por convicción y sin esperar encontrar respuesta a todo, sino con el deseo de saber cómo interpreta el mundo una persona que encontró el modo de contar lo que vive en el suyo.
Foto de cannela, vía Flickr.
Datos para citar este artículo:
Arévalo Rosas, Esperanza. (2014). Los libros son pastillas para soñar. Boletín de Consultorio Psicológico Condesa, 7(1). https://psicologos.mx/los-libros-son-pastillas-para-sonar/.
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