Introducción:
La principal aportación teórica de este período es indudablemente la de la teoría de la personalidad, presentada por primera vez en el último capítulo del libro «Terapia centrada en el cliente». Representa la cúspide de la teoría rogeriana, y por tanto, de sus esfuerzos científicos por imponer un orden a sus experiencias. No en vano es presentada al final de un libro dedicado a la psicoterapia y al cambio terapéutico con la pretensión de dar una coherencia y un orden a todo lo que en él se ha expuesto. Comparada con los demás capítulos de dicho libro, la teoría de la personalidad es mucho más lógica, sistemática, firme y mejor elaborada que las restantes teorías.
Ella explica, además, el valor atribuido a la empatía durante esta época, así como también ayuda a comprender la teoría del proceso terapéutico anteriormente expuesta.
Pero al adoptar una posición fenomenológica extrema, la teoría de la personalidad rogeriana va a indisponer a su autor con la psicología científica de su época. Al postular como único enfoque posible en psicología el marco de referencia subjetivo de la otra persona, la teoría fenomenológica ataca directamente a las raíces de la ciencia objetiva, la cual es tildada de cosificante y extrinsecísta.
De este modo, Carl Rogers, a pesar de hallarse enfrascado en la elaboración de una teoría científica, es decir, de una cuyas definiciones sean operativas, y sus hipótesis sean verificables empíricamente, de hecho va hacia una teoría subjetivista y contraria a la ciencia. Del mismo modo que, al insistir en la subjetividad del terapeuta, había comenzado a girar hacia una terapia menos científica, ahora al postular el punto de vista fenomenológico como punto de vista esencial en psicología, se aparta de los legítimos intereses de la ciencia.
Pero, por otra parte, sus investigaciones objetivas y, por tanto, científicas, siguen adelante, a pesar de la teoría. La incongruencia y disociación entre el humanismo y el rigor científico de Carl Rogers comienza a observarse con más fuerza, y la teoría de la personalidad, a pesar de constituir la cima de su actividad sistematizadora, lleva ya consigo el germen de su superación.
En este capítulo recorreremos los puntos principales de la teoría, comenzando por sus características más generales.
Características de la teoría
La teoría de la personalidad rogeriana sobresale por su simplicidad, y por su íntima conexión con la experiencia clínica. Es fruto de las experiencias de Carl Rogers, quien, por otra parte, no la concibe separada de ellas.
«No hay necesidad de una teoría hasta que, y a menos que, existan fenómenos que explicar. Limitando nuestra consideración a Ia psicoterapia, no hay ninguna razón para formular una teoría de la terapia hasta que haya cambios observables que requieran una explicación. Entonces es útil una teoría unificadora para explicar lo que ha sucedido y para adelantar hipótesis probables acerca de futuras experiencias. La teoría se revisa y se modifica con el propósito —nunca plenamente alcanzado— de proporcionar un marco conceptual completo que pueda abarcar adecuadamente todos los fenómenos observados. Lo básico son los fenómenos y no la teoría» (54, pág. 29).
Rogers funda su teoría en la empatía, en la observación del fenómeno. Es un observador paciente de la realidad. Como tendremos ocasión de ver, muchas de sus hipótesis más importantes surgirán de la escucha paciente de las grabaciones de las entrevistas con sus clientes. En esto, Rogers es fiel a su tradición científica basada en la observación naturalista. Y esto hace que la teoría de Rogers sea el polo opuesto a una teoría dogmática. Está siempre abierta a los nuevos datos, y por tanto, al cambio. La teoría de la personalidad resultante de esta actitud científica de Carl Rogers es una teoría eminentemente práctica y sobre todo dinámica. Está preocupada principalmente por el cambio de la personalidad, y no por las estructuras fijas y estáticas. Como decía Rogers en 1947:
«Si tomamos la otra proposición de que el “sí mismo” en condiciones adecuadas es capaz de reorganizar, en cierta medida, su propio campo perceptual, y, de este modo, cambiar la conducta, también esto parece suscitar interrogantes inquietantes. Seguir el curso de esta hipótesis parece que significa cambiar el acento en psicología, pasando de un interés por el carácter fijo de los atributos de la personalidad y de las capacidades psicológicas, al cambio de estas mismas características. La atención se concentraría en el proceso, más que en un estado fijo. Mientras que, en el estudio de las personalidad, la psicología se ha ocupado principalmente en la medida de las cualidades fijas del individuo, y de su pasado con vistas a explicar el presente, la hipótesis aquí sugerida parecería interesarse mucho más por el mundo personal del presente en orden a comprender el futuro, y por la predicción de que los principios por los cuales cambia la personalidad y la conducta influirán en dicho futuro» (39, pág. 367-368).
La teoría de la personalidad de Carl Rogers es una teoría del cambio de la personalidad. Trata de explicar el desarrollo experimentado en la clínica. De ahí su carácter incompleto. En primer lugar, se limita a la experiencia de una sola terapia: la terapia centrada en el cliente. En segundo lugar, no intenta definir los rasgos o estructuras fijas de la personalidad humana, sino el fenómeno del cambio. Por tanto, no pretende ser una teoría completa y acabada.
Dentro de estas limitaciones, la teoría está construida conforme a los cánones de la ciencia empírica, y descansa sobre dos grandes líneas teóricas: la fenomenología, y las teorías organicistas de la personalidad. Rogers la caracteriza en los siguientes términos:
«Este capítulo ha intentado presentar una teoría de la personalidad y de la conducta congruente con nuestra experiencia e investigaciones en la terapia centrada en el cliente. Esta teoría es de carácter básicamente fenomenológico y se basa ampliamente en el «concepto del sí mismo» como construcción explicativa. Describe el punto final del desarrollo de la personalidad como una congruencia básica entre el campo fenoménico de la experiencia y la estructura conceptual del «sí mismo», situación que, si se logra, significa librarse de tensión y ansiedad internas, y librarse de tensiones potenciales; representa el grado máximo de una adaptación orientada realísticamente; el establecimiento de un sistema de valores individualizado, parecido en grado considerable al sistema de valores de cualquier otro miembro de la raza humana igualmente bien adaptado» (54, pág. 450).
Pero en su aspecto formal, la teoría presenta dos formulaciones distintas. La primera es la ya mencionada de 1951, adosada al final del libro «Terapia centrada en el cliente» (54). Está expuesta en forma de proposiciones «con el objeto de presentar las ideas lo más claramente posible, y facilitar la captación de defectos o incoherencias» (54, pág. 410). Representa un esfuerzo teórico considerable y está muy influida por la teoría fenomenológica de Snygg y Combs (472).
La segunda versión publicada en la obra de S. Koch (92) es mucho más sintética y cuenta con un vocabulario más preciso y con unas definiciones de los constructos mejor elaboradas. Está formulada, además, de modo mucho más dinámico en función del desarrollo de la persona —y no en forma de proposiciones estáticas— y además puede verse en ella la influencia del pensamiento existencial.
Ambas versiones serán utilizadas en nuestro estudio, el cual va a comenzar por el «concepto del sí mismo». Después trataremos de las nociones más importantes de la teoría, especialmente de la del campo fenoménico, tendencia actualizante del organismo, sistema de valoración, para pasar después a estudiar la dinámica y desarrollo de la persona humana tal como la concibe la teoría.
El «concepto del sí mismo»
La teoría de la personalidad de Carl Rogers está construida en torno a este concepto fenomenología, el cual constituía también el quicio de su concepción del proceso terapéutico.
«La abstracción que llamamos «sí mismo» —dirá Rogers en 1959— es uno de los constructos centrales de nuestra teoría» (92, pág. 200).
En el capítulo anterior vimos la génesis de esta noción teórica. Rogers partió de una observación clínica: las alusiones de los clientes a sí mismo durante la terapia. Elaboró un método simple de comparar las expresiones verbales relativas a uno mismo y comprobó —influido indudablemente por el trabajo de Raimy— la estrecha relación existente entre la conducta y este tipo de perceptos.
En 1947 propuso al concepto del sí mismo como factor primordial en la determinación de la conducta, lo concibió como imagen fenoménica de uno mismo y lo dotó de una capacidad de reorganizarse.
En consecuencia, el proceso terapéutico quedó centrado en esta configuración o Gestalt de percepciones relativas a uno mismo. Pero la definición operativa del término no llegó hasta 1950. Nuestro estudio comenzará en este momento.
La definición del concepto del sí mismo
La abundancia de la evidencia empírica relativa a los cambios operados durante la terapia en las actitudes de las personas para consigo mismas, en las percepciones de sí mismas, y en su conducta, «nos ha llevado a intentar formular una teoría que incluya estos hechos, una teoría que supone el uso del constructo teórico llamado «sí mismo» (48, pág. 379), dice Carl Rogers en el artículo en el cual define por primera vez al «concepto del sí mismo».
Este constructo es una noción eminentemente fenomenológica. No es un agente interno, como podría ser el ego freudiano, ni un «arquitecto de sí mismo», como se nos dijo en 1947; Es el «concepto de sí mismo, o el sí mismo como objeto percibido dentro del campo perceptual (48, pág. 379). Es el conjunto de percepciones o imágenes relativas a nosotros mismos.
La definición operativa del sí mismo es la siguiente:
«La “estructura del sí mismo” es una configuración organizada de las percepciones del sí mismo que son admisibles a la consciencia.
Se compone de elementos tales como las percepciones de las propias características y capacidades; los perceptos y conceptos de sí mismo en relación con los demás y con el medio; las cualidades de valor que se perciben como asociadas con las experiencias y con los objetos; y las metas e ideales que se perciben como poseyendo valor positivo o negativo.
Es, por tanto, la pintura organizada existente en la conciencia, bien como figura, bien como fondo, del sí mismo y del sí mismo en relación, juntamente con los valores positivos o negativos asociados a estas cualidades y relaciones, percibidos como existentes en el pasado, presente y futuro» (48, pág. 379).
Las características principales de este self fenoménico, tal como aparece en la definición rogeriana son los siguientes:
- Es consciente: sólo incluye aquellas experiencias o percepciones conscientes, es decir simbolizadas en la conciencia. Las experiencias inconscientes quedan excluidas del mismo. La necesidad de brindar una definición operativa, y por tanto susceptible de medición, parece constituir una de las principales razones que le llevan a Rogers a concebir el self en términos conscientes. Si incluyera dentro de sí elementos inconscientes, y, por tanto, inverificables, no sería ya una noción operativa.
- Es una Gestalt o configuración organizada, y en cuanto tal se rige por las leyes de los campos perceptuales. Este carácter de totalidad organizada sirve para explicar las grandes fluctuaciones en los sentimientos o actitudes hacia sí mismo, observadas en los pacientes. Tales cambios, tal como lo demuestran los trabajos empíricos de los rogerianos, especialmente Curram (266) y Raimy (426), son bruscos y repentinos: «en los casos individuales… puede haber grandes fluctuaciones de una entrevista a otra en las actitudes relativas al «sí mismo». Después de un ligero incremento de las actitudes positivas, puede darse un gran predominio de las negativas…» (48, pág. 375).
Concibiendo al sí mismo como organización, estas fluctuaciones reciben una explicación y sentido. Cuando la organización es sólida y estable, bien por incluir todas las experiencias del sujeto o bien por estar organizada de un modo defensivo, entonces las actitudes serán positivas. Pero si se rompe la organización, entonces el sí mismo es experimentado como inconsistente y poco firme, y las actitudes hacia él cambiarán y se harán negativas. Las fluctuaciones serán muy abundantes mientras la organización no vuelva a ser estable, y sólo cesarán cuando se logre una nueva organización. En 1959 Rogers se refiere a esto con las siguientes palabras: «La consideración de este fenómeno nos llevó a pensar que no estábamos tratando con una entidad de lento crecimiento, de aprendizaje gradual, de miles de condicionamientos unidireccionales. Todo esto podía incluirse, pero el producto era claramente una gestalt, una configuración en la que el cambio de un aspecto insignificante podía alterar totalmente la configuración global. Nos vimos obligados a recordar el ejemplo favorito de una gestalt, tal como es propuesto en los libros de texto, el dibujo ambiguo de Ia vieja y la joven. Mirado desde un punto de vista, el dibujo es claramente el de una vieja. Con un ligero cambio, se convierte en el retrato de una joven atractiva. Lo mismo sucedía con nuestros clientes. El «concepto de sí mismo» era de naturaleza claramente configuracional» (92, pág. 201). - Contiene principalmente percepciones de uno mismo, así como también valores e ideales. En esta enumeración de los elementos comprendidos por la noción influyen indudablemente los trabajos de investigación de los rogerianos, especialmente los de Sheerer (452) (453) en los cuales se ofrece una definición operativa de la aceptación de sí mismo que incluye las normas o valores de la persona.
Esta definición del «concepto de sí mismo» permanece sin alteraciones substanciales a lo largo de todas las fases del pensamiento rogeriano, y en cierto sentido puede considerarse como definitiva. Constituye una aplicación concreta de la teoría fenomenológica adoptada por Rogers para la elaboración teórica de la personalidad.
Otros conceptos fenomenológicos de la teoría
El «Concepto o estructura (1) del self» es, como decimos, una noción típicamente fenomenológica. No es otra cosa que una porción del campo fenoménico total del individuo, cuya importancia para la determinación de la conducta había quedado ya sólidamente establecida en 1947 (cfr. 39). La teoría de la personalidad toma muchos conceptos fenomenológicos, cuya génesis y desarrollo vamos a considerar ahora.
En los primeros escritos rogerianos no directivos hay alusiones a la reorganización del campo perceptual del cliente. Pero no puede decirse que estas alusiones aisladas constituyen una teoría original, sino que simplemente son modos diversos de explicar el fenómeno de «insight». Más importante es la atención prestada a los cambios en el propio modo de percibirse verificados durante la terapia. Vimos cómo las percepciones del cliente fueron poco a poco constituyendo un centro de interés grande para los terapeutas rogerianos. Por otra parte, a medida que se iba perfilando la técnica del reflejo y la empatía cobró más vigor, la acción del terapeuta centrado en el cliente se iba polarizando en la tarea de comprender, la cual resultaba un medio extraordinario para llegar a ver el mundo interior del cliente con sus propios ojos.
La atención al campo perceptual del cliente va a llevar a Rogers en 1947 a una concepción teórica de la personalidad típicamente fenomenológica, y, por otra parte, totalmente consistente con su método terapéutico. En dicho articulo (39) se establece la conexión causal entre la percepción y la conducta y se pone como meta de la teoría la «comprensión» del individuo. Tras afirmarse que el elemento crucial en la determinación de la conducta es el campo perceptual del individuo, se postula lo siguiente con respecto a la teoría.
«En primer lugar, podría significar que, si el campo perceptual es el que determina la conducta, entonces el objeto de estudio primario para el psicólogo sería la persona y su mundo tal como son vistos por dicha persona. Podía significar que el marco interno de referencia de la persona podría constituir muy bien el campo de la psicología, idea defendida persuasivamente por Snygg y Combs… significaría que las leyes que gobiernan la conducta podrían descubrirse mucho más profundamente volviendo nuestra atención a las leyes que gobiernan la percepción» (39, pág. 362).
Estas palabras constituyen el arranque de una teoría de la personalidad eminentemente fenomenológica. Desde este momento, el mundo interno del cliente constituye uno de los puntos claros de la teoría.
El marco interno de referencia
Uno de los conceptos fenomenológicos más utilizados por la teoría de Rogers es el del «marco interno de referencia». Según testimonio suyo, llegó a él en virtud de una necesidad imperiosa.
«Aunque entonces no éramos claramente conscientes de ello, la necesidad de categorías fiables nos estaba obligando a utilizar el «marco interno de referencia», la percepción del cliente, como base de un enfoque científico. Teníamos que permanecer muy cerca de la percepción que el cliente tenía de su propia experiencia, ya que no éramos capaces de ponernos de acuerdo entre nosotros mismos en lo relativo a categorías cuando hacíamos inferencias partiendo de las afirmaciones del cliente. Así nos embarcamos en la búsqueda de las leyes que gobiernan el mundo privado de la percepción del cliente, y esto ha demostrado ser una exploración fructífera» (62, pág. 68).
En esto su coincidencia con la psicología fenomenológica, tal como es introducida en los Estados Unidos por Snygg y Combs, es sorprendente. Rogers conoció la obra de estos autores y probablemente tomó de ella muchos de sus conceptos fenomenológicos.
En concreto, estos autores son los primeros en propugnar en Estados Unidos la necesidad de adoptar un marco interno de referencia en psicología. Como dice Spiegelberg (474, pág. 146): «La primera defensa pública de una nueva psicología fenomenológica en América tuvo lugar en 1941 gracias a un artículo de Donald Snygg titulado “La necesidad de un sistema fenomenológico en psicología” (471). El cual fue seguido en 1949 por el texto conjunto de D. Snygg y Aithur W. Combs, “Conducta individual: un nuevo marco para la psicología” (472), en el que desarrollaron de modo más pleno el nuevo “enfoque fenomenológico”, también llamado “enfoque personal”». Estos autores sostenían que el campo fenoménico del individuo era el principal determinante de la conducta, y proponían como tarea de la psicología fenomenológica la exploración de ese campo fenoménico. Como puede observarse, Rogers coincide plenamente con ellos. Veamos cómo explican estos autores su posición::
«Para tratar de los problemas de la conducta individual ha surgido muy recientemente el llamado enfoque “personal”, “perceptual”, o “fenomenológico”. Este enfoque intenta comprender la conducta del individuo desde su propio punto de vista. Intenta observar a las personas, no como se presentan ante ojos extraños, sino como aparecen ante sí mismos. Las personas no actúan únicamente a causa de las fuerzas externas a las cuales se hallan expuestas. Su conducta es consecuencia de su modo de ver las cosas. Nos alejamos de un peligro cuando creemos en su presencia, y lo ignoramos cuando desconocemos ésta. En este marco de referencia, la conducta es considerada como un problema de percepción humana».
Rogers conoció el manuscrito de este libro, como nos consta por su artículo de 1947 (39, pág. 362), y por las numerosas ocasiones en que reconoce su deuda para con dichos autores. A través de ellos se pone en contacto con la fenomenología, como afirma Shlien (456, págs. 299-300), y gracias a ellos encuentra los constructos teóricos necesarios para explicar su terapia.
Como decíamos antes, uno de estos constructos es el del «marco interno de referencia». Sirve para caracterizar la tarea del terapeuta centrado en el cliente, el cual ha de «asumir el marco interno de referencia del cliente», y también la de la psicología en general, ya que «la única manera de comprender significativamente su conducta es captarla tal como ella misma la percibe» (54, pág. 419).
El punto de vista fenomenológico en psicología
De ahí que en 1951 Rogers proponga en su teoría de la personalidad la meta de la «comprensión» como tarea de la psicología. Al igual que el terapeuta ha de comprender empáticamente al cliente, la psicología ha de comprender el mundo privado de la persona. Su meta no es tanto la predicción y el control, cuanto la comprensión de la subjetividad. «El mejor punto de vista para comprender a la conducta es desde el propio marco de referencia del individuo», afirmará en la sexta proposición (54, pág 419).
Esto le coloca en inmediata oposición al conductismo, al cual critica desmesuradamente. Así como otras culturas resultan ininteligibles si no nos metemos dentro de ellas y las evaluamos sólo desde un punto de vista ajeno a ellas, «hacemos lo mismo en psicología cuando hablamos de “conducta de ensayo y error”, “ilusiones”, “conducta anormal” y otras cosas similares. No nos damos cuenta de que evaluamos a la persona desde nuestro propio marco de referencia, o desde uno muy general, pero que la única manera de comprender significativamente su conducta es captarla tal como ella misma la percibe… Cuando lo hacemos, las diversas conductas insensatas y extrañas se perciben como pauta de una actividad significativa e intencional. Luego, no hay nada semejante a una conducta de ensayo y error y al azar, o a una ilusión, excepto en tanto el individuo puede aplicar estos términos a su conducta pasada».
«En el presente, la conducta es siempre intencional y es una respuesta a la realidad tal como percibe» (54, págs. 419-420).
Tanto el punto de vista conductista, como el determinismo freudiano, son rechazados por su objetividad y extrínsecismo: «Una línea de desarrollo en psicología ha sido la de comprender, evaluar y predecir la conducta de la persona desde un marco de referencia externo. Este desarrollo no ha sido demasiado satisfactorio, en gran medida porque implica un alto grado de inferencia. La interpretación del significado de un segmento dado de conducta depende entonces de si las inferencias las realiza, por ejemplo, un discípulo de Clark Hall, o un continuador de Freud» (54, pág. 420).
La pretensión de alcanzar el mundo fenoménico del cliente en estado «puro» hace creer a Rogers en la validez del enfoque fenomenológico. Gracias a él, podrá verse en acción la personalidad tal como es. Pero tampoco se le ocultan sus dificultades: no es posible comprender empáticamente todas y cada una de las experiencias de la persona; la fenomenología se ve constreñida a comprender únicamente el campo fenoménico accesible a la conciencia del sujeto y no el inconsciente, y, por otro lado, depende del relato verbal, el cual lleva consigo el peligro de insinceridad y de distorsiones producidas por una comunicación defensiva y defectuosa.
Pero a pesar de ello es posible conocer gran parte del campo fenoménico del otro gracias a la observación y a la inferencia directa hecha a partir de sus comunicaciones. La afinidad de experiencias y sensaciones nos lo permite: «porque muchos de los objetos perceptuales —personalidad, padres, maestros empleadores, etc.—, tienen contrapartes en nuestro propio campo perceptual, y prácticamente todas las actitudes hacia esos objetos perceptuales han estado presentes en nuestro propio mundo de experiencias» (54, págs. 420-21).
Evidentemente esta toma de postura rogeriana con respecto a la psicología es exagerada y se presta a ser criticada por sus contrarios. La contraposición que hace entre el punto de vista extrínseco y el fenomenológico es artificial, y hasta cierto punto unilateral. Adoptar como único punto de vista para la psicología el mundo subjetivo de la persona corre el riesgo de la unilateralidad y comporta el peligro del subjetivismo. Es cierto que el conocimiento meramente objetivo, disociado de la empatía, corre el riesgo de objetivar al sujeto, como indica Rogers en 1959 (92, f pág. 211):
«Percibir únicamente desde el propio marco de referencia interno y subjetivo sin empatizar con la persona u objeto observado, es percibir desde un marco externo de referencia. La escuela del «organismo vacio» en psicología es un ejemplo de esto. Así el observador dice que un animal ha sido estimulado cuando el animal ha sido expuesto a una condición que, según el marco de referencia subjetivo del observador es un estímulo. No existe intento alguno por comprender empáticamente si es también un estímulo en el campo experiencial del animal. Igualmente el observador informa que el animal emite una respuesta cuando se da ese fenómeno, el cual desde el campo subjetivo del observador, aparece como una respuesta».
Este conocimiento objetivista, válido para los objetos del mundo físico, es insuficiente para comprender a la persona, sujeto de experiencias.
Pero asimismo es un error rechazar de plano este punto de vista extrínseco. Como veremos después, Rogers, aunque en su teoría adopta esta postura fenomenológica exagerada, en la práctica no rechaza de plano los métodos objetivos de investigación. Sus trabajos empíricos demuestran bien a las claras la necesidad de los métodos objetivos para poder conocer mejor el mundo subjetivo del cliente. De ahí que estas frases exageradas de Rogers, propias de su primera teoría de la personalidad, tengan que ser interpretadas en el contexto más amplío de toda su obra, la cual no rechaza en absoluto los métodos científicos. La protesta rogeriana va dirigida contra el olvido del conocimiento empático en psicología, no contra el conocimiento científico en cuanto tal. Pero de todos modos, hay que reconocer que sus exageraciones fenomenológicas son un hecho, y en cuanto tal son objeto de crítica.
Las consecuencias prácticas de esta toma de posición fenomenológica son, entre otras, el poco crédito que se otorga a otras vías de acceso a la persona que no sean las de la comunicación verbal consciente. A pesar de emplear en sus investigaciones las técnicas proyectivas, Rogers les da en 1951 un valor relativamente escaso debido a que se fundan en inferencias no siempre exactas. Frente a ellas la comunicación consciente del sujeto es mucho más eficaz, como lo confirma el trabajo de Kell (45) relativo al gran valor de la autocomprensión en la predicción de la conducta. En el fondo late una concepción exquisitamente racional de la naturaleza humana, que tendremos después ocasión de estudiar.
Pero, ¿cuáles son las razones de esta postura epistemológica y metodológica? Una de las más importantes parece constituirla el papel preponderante del mundo interior o campo fenoménico en la conducta de las personas. Veamos lo que se nos dice a este respecto.
El Campo Perceptual
En 1947 (39) Rogers adopta la misma teoría que Snygg y Combs en lo relativo a la importancia del campo fenoménico, y en 1951 dedica a este concepto las dos primeras proposiciones de su teoría de la personalidad (54, págs. 410-413). En la primera de ellas afirma: «Todo individuo vive en un mundo continuamente cambiante de experiencias de las cuales es el centro» (54, pág. 410).
La persona humana se mueve en este mundo subjetivo de las percepciones y experiencias cuya característica fundamental es la de ser un camgo, es decir un conjunto de interrelaciones. Veamos primero cómo explican Snygg y Combs este concepto del «Campo»:
«La ciencia moderna ha descubierto desde hace mucho que existen numerosas materias que no pueden ser comprendidas únicamente en términos de las «cosas» acerca de las cuales tratan. Muchos de los hechos complejos que esperamos comprender y predecir sólo pueden ser tratados mediante una comprensión de las interrelaciones. Aun cuando la naturaleza precisa de estas interrelaciones no sea conocida, sin embargo éstas pueden utilizarse eficazmente. Para explicar estas interrelaciones la ciencia moderna ha inventado el concepto utilísimo del «campo». Cuando se da el hecho de que en un punto del espacio sucede algo debido, al parecer, a que en otro punto del mismo sucedió otro fenómeno sin ninguna relación aparente de «causa» a «efecto», el científico suele decir que ambos hechos están relacionados en un campo. Este hace de puente la causa y el efecto, y gracias a él el científico puede tratar de un problema aun no conociendo claramente todos los aspectos intervinientes en la realidad. Por ejemplo, nadie ha visto la electricidad, ni tampoco se conoce con certeza lo que es o su modo de actuar. Sin embargo, a pesar de esta falta de un conocimiento exacto, somos capaces de estudiar el fenómeno suponiendo la existencia de un campo eléctrico» (258, pág. 19).
El mundo interior de la persona es también un campo en el que interactúan todos sus elementos y en el cual resulta difícil adscribir una causalidad concreta a un elemento del mismo. Este campo de interacciones dinámicas se compone, según Rogers, de «todo lo que es experimentado por el organismo, ya sea que estas experiencias sean percibidas conscientemente o no» (54, pág. 410). Esta última precisión no la encontramos en Snygg y Combs, los cuales se refieren más bien al campo de la consciencia: «Por campo perceptual entendemos el universo completo, incluido uno mismo, tal como es experienciado por el individuo en el instante de la acción. Es el campo de la conciencia personal y único de cada individuo, el campo de la percepción responsable de todas sus conductas» (301, pág. 20). Rogers incluye dentro de este concepto a experiencias no simbolizadas, y, por tanto, no conscientes, puesto parece entender por conciencia la simbolización de las mismas. «Parece probable que Angyal tuviera razón al afirmar que la conciencia consiste en la simbolización de algunas de nuestras experiencias» (54, pág. 411).
Experiencias inconscientes y conscientes
Los elementos constitutivos del campo son las experiencias del sujeto. En 1951, son llamadas «experiencias sensoriales y viscerales», es decir, experiencias procedentes de los órganos de los sentidos, o de las visceras internas del organismo. En 1959, se las define de la siguiente manera (92, pág. 197): «Este término (experiencia) se utiliza para incluir todo lo que sucede dentro de la envoltura del organismo en un momento dado y es accesible potencialmente a la conciencia. Incluye hechos de los que el individuo no es consciente, así como aquellos que están en la conciencia. Así incluye los aspectos psicológicos del hambre, aún cuando la persona pueda estar tan inmersa en su trabajo o juego que sea totalmente inconsciente del hambre; incluye el impacto de visiones, audiciones y sabores sobre el organismo, aún cuando éstos no constituyan el centro de la atención. Incluye la influencia del recuerdo y de la experiencia pasada, en la medida en que son activos en este momento, restringiendo o agrandando el significado dado a los diversos estímulos. También incluye todo aquello presente en la conciencia inmediata. No incluye hechos tales como las descargas de las neuronas o los cambios en el azúcar de la sangre, por no ser directamente accesibles a la conciencia. Por eso se trata de una definición psicológica, no fisiológica».
De esta definición de «experiencia» se desprende inmediatamente que se trata de los elementos o contenidos del campo, y que han de poder ser accesibles a la conciencia, aunque de hecho no sean conscientes.
Estas experiencias se organizan conforme a las leyes del campo propugnadas por la Gestalt. Hay unas que se hallan en la figura en un momento dado, mientras que la gran mayoría permanece en el fondo. Las relaciones entre las mismas se rigen conforme a las leyes de la Gestalt relativas a la fluidez, estabilidad, intensidad y dirección del campo. «La mayor parte de las experiencias del individuo constituyen el fondo del campo perceptual, pero fácilmente pueden convertirse en figura, en tanto que otras experiencias se deslizan al fondo. Más adelante trataremos algunos aspectos de la experiencia que el individuo evita que se conviertan en figura» (54, pág. 411).
Inconsciente
Aunque después se verá con más detalle los tipos diversos de concienciación de las experiencias, sí convendría insistir en que para Rogers el inconsciente humano se explica conforme a estos fenómenos de reorganización del campo perceptual. Al igual que todos los fenomenólogos, evita la palabra «inconsciente» («Unconscious») por la connotación freudiana que lleva consigo, y por la idea espacial que comporta. No se trata de un receptáculo interno en donde se almacenan experiencias pasadas, sino simplemente de las experiencias presentes en todo momento, pero en calidad de fondo perceptual. Con respecto al problema del «inconsciente» rogeriano, Shlien dice lo siguiente (456, pág. 322):
«Las ideas de Rogers, Snygg y Combs y otros miembros de su escuela podían expresarse de este modo: hay dos elementos, «amplitud de la atención» y «nivel de conciencia», que operan dentro de un sistema energético en el cual suben y bajan los niveles de energía y la atención es dirigida y centrada, gracias a las emociones. Un ejemplo favorito en las analogías perceptuales corrientemente utilizado es el del influjo de la amenaza en el ángulo de la visión. Normalmente, en condiciones de relajación, el ángulo de visión es lo suficientemente amplio como para permitir percepciones con una periferia de 80 grados a cada lado cuando el observador mira hacia adelante. En condiciones de intensa emoción (una de las cuales es la amenaza) el fenómeno de la «visión en túnel» puede ser inducido. La visión se estrecha, como si el observador estuviese mirando por un tubo. En tal caso, lo que sucede en la periferia no es percibido, no es «inaccesible». Sencillamente está fuera de la vista hasta que se restaure la visión normal».
Se considera que la amplitud de la atención y el nivel de conciencia aumentan o disminuyen, según la energía disponible en un momento dado. De este nivel de energía depende el que muchas sensaciones se hagan percepciones e influyan conscientemente en la conducta. En contraposición al modelo hidráulico freudiano, esta concepción energética de la conciencia e inconsciencia no necesita colocar el inconsciente en un lugar inaccesible. Lo olvidado permanece en donde estaba, pero la luz de la conciencia no llega tan clara como antes, y por eso no es percibido conscientemente. Como dice Shlien (456, pág. 323-324):
«Teóricamente, supuesta una ausencia total de amenazas, y una total liberación del gasto de energía en acciones defensivas, resultante de la misma, la memoria sería tan completa como lo dictasen las necesidades del momento, sólo limitada por los niveles de conciencia permitidos por la energía en ese momento disponible. Tales condiciones no se consiguen casi nunca, y entonces sólo temporalmente, puesto que las presiones de la nueva experiencia y el medio social cambiante alteran la situación, volviendo a introducir niveles de tensión «normales». Precisamente quizá en la medida en que se aproxima a estas condiciones ideales, la fenomenología está justificada cuando valora tanto los informes del sujeto…».
La terapia centrada en el cliente, por otra parte, al eliminar todo tipo de amenaza potencial para el sujeto, es una ocasión óptima para la manifestación sin sombras ni distorsiones del campo perceptual de la persona.
Comparado con el inconsciente freudiano, el inconsciente rogeriano tiene muy pocas semejanzas con él. No es una estancia psíquica residuo del pasado y sede de los instintos, regida por leyes totalmente distintas a las de la realidad. Rogers no acepta tampoco su irracionalidad ni su carácter alógico y atemporal. Para él no hay una serie de provincias dentro del psiquismo humano, sino un único campo fenoménico regido por las leyes de la gestalt. Los instintos no son algo caótico e informe, sino que están al servicio de una tendencia única hacia la autorrealización. Es verdad que Rogers admite la existencia de experiencias inconscientes, y que éstas juegan un papel muy importante en la neurosis. Pero estas experiencias no son inaccesibles a la conciencia, como consideraba Freud. Tampoco tienen la fuerza dinámica asignadas a las mismas por el fundador del psicoanálisis. Las experiencias inconscientes rogerianas son más bien preconscientes —empleando la terminología freudiana—, y son similares a las conscientes. Lo único que les falta es la luz de la conciencia, la cual no ha llegado hasta las mismas. Las experiencias inconscientes son, para Rogers, aquella porción del campo fenoménico no iluminada por la luz de la simbolización, y, por tanto, permanecen en el fondo del mismo. Sólo se precisa un leve cambio ambiental para que tales experiencias puedan pasar a ser figura.
En el fondo, la divergencia mayor entre ambas concepciones radica en una concepción diferente de la naturaleza humana. Frente a la visión pesimista de Freud, fruto de la cual es su noción de un inconsciente hervidero de impulsos contradictorios e inaccesible a la conciencia, Rogers opondrá una filosofía cándida de la persona. Por tanto, no podrá admitir que toda la persona, incluida su inconsciencia sea algo anárquico y desordenado. Para él, la naturaleza humana, incluida su vida instintiva, es algo perfectamente racional. Y como veremos después, sus principales ataques contra Freud se basan en una concepción de la naturaleza de la persona humana.
Volviendo al campo perceptual del individuo, se recordará que éste se compone de experiencias, las cuales pueden o no pueden ser simbolizadas. Aquéllas que son simbolizadas suelen ser llamadas percepciones y en este sentido emplearemos este término. Incluyen todo aquello consciente en un momento dado, y todo aquello que puede acceder a la consciencia cuando se produce el estímulo adecuado. Las experiencias no simbolizadas son aquellas que permanecen inconscientes. Las hay de dos clases, cómo veremos: las que no pueden simbolizarse, porque o no llegan al umbral, o carecen de importancia para el individuo, y las potencialmente accesibles a la conciencia pero imposibilitadas de hacerlo. Estas segundas constituirán uno de los polos del conflicto psíquico, como veremos más tarde.
Este mundo de experiencias organizadas en un campo de fuerzas es patrimonio exclusivo del sujeto y no puede ser conocido en sentido total y pleno por nadie ajeno a él. De ahí que la única vía hacia el mismo, la constituya el propio sujeto, y la comprensión empática del mismo, es decir, la inferencia empática.
El campo perceptual y la conducta
Este campo fenoménico constituye la realidad frente a la cual reacciona el individuo, y es el principal elemento determinador de su conducta. En esto Rogers vuelve a coincidir plenamente con Snygg y Combs. «El organismo reacciona ante el campo tal como lo experimenta y lo percibe. Este campo perceptual es para el individuo, la «realidad», dice la proposición 2 de la teoría de la personalidad (54, pág. 411).
Reaccionamos no frente a la realidad en sí, sino frente a nuestra percepción de la misma. Este hecho, evidente para Rogers, e ilustrado con diversos ejemplos tendentes a mostrar la total determinación de la conducta por el campo perceptual de la persona u organismo actuante, es ejemplificadas mediante un símil muy querido a los fenomenólogos (54, pág. 412).
«Una proposición de los semánticos puede resultar útil para comprender este concepto de que la realidad es, para el individuo, su percepción de la misma. Han señalado que las palabras y símbolos tienen con el mundo de la realidad la misma relación que un mapa tiene con el territorio que representa. Esta relación también se aplica a la percepción y la realidad. Vivimos en un «mapa» perceptual que nunca es la realidad misma. Es útil tener presente este concepto, porque puede ayudar a expresar la naturaleza del mundo en el que vive el individuo».
Precisamente este símil del «mapa» ayuda también a comprender la función del «concepto del sí mismo», el cual es una coordenada o constante del campo, que sirve para encuadrar y enmarcar nuestras percepciones. Pero esta concepción fenomenológica de la realidad plantea el problema de la diferenciación entre las percepciones y las ilusiones, entre el sueño y la realidad.
¿Cómo distinguir una alucinación o una idea delirante, por ejemplo, de una percepción realística? Aunque Rogers no se plantea el problema de la «verdadera» realidad, tiene que afrontar este problema, que en opinión de Hall y Lindsey (342, pág. 528) constituye la gran paradoja de la fenomenología. Según estos autores, Rogers tiene que encontrar la solución fuera de un marco estrictamente fenomenológico. «Rogers resuelve la paradoja abandonando el marco conceptual de la pura fenomenología. Lo que piensa o experimenta una persona no es en realidad la realidad [sic] para dicha persona; es simplemente una hipótesis provisional acerca de la realidad, una hipótesis que puede ser o no ser cierta. La persona suspende el juicio hasta que ponga a prueba la hipótesis. ¿En qué consiste dicha prueba? Consiste en verificar la exactitud de la información que ha recibido, y sobre la cual se funda la hipótesis, comparándola con otras fuentes de información. Por ejemplo, una persona que quiere echar sal a su comida se halla ante dos recipientes idénticos, uno de los cuales contiene sal y el otro pimienta. Cree que aquel que tiene agujeros más grandes es el que tiene la sal, pero, no estando segura de ello, arroja un poco de su contenido sobre la palma de su mano. Si las partículas son blancas y no negras, se siente razonablemente seguro de que se trata de sal. Una persona más precavida puede llegar incluso a poner un poco en sus labios para comprobar que no se trata de pimienta blanca. Aquí tenemos una verificación de las propias ideas recurriendo a diversos datos sensoriales. El test consiste en verificar la información menos cierta con el conocimiento más directo. En el caso de la sal, el test final es el gusto; un tipo particular de sensación lo define como sal».
Esta es la verificación aducida por Rogers, el cual como se ve, concibe al conocimiento como una hipótesis que ha de ser verificada. Precisamente, los distintos modos de verificación serán lo que distinga los tres tipos fundamentales de conocimiento propuestos ulteriormente por él, los cuales veremos más tarde. Lo que ya resulta más difícil de comprender es esta exclusividad del conocimiento y de la percepción en la determinación de la conducta. Pero esto nos remite de nuevo a problemas de índole más filosófica. Rogers termina su exposición de este punto con las siguientes palabras:
«En la trapia, donde frecuentemente se evidencia que cuando la percepción cambia se modifica la reacción del individuo, se ve muy claramente que el campo perceptual es la realidad ante la cual reacciona el individuo. Mientras se percibe al padre como un individuo dominador, ésa es la realidad ante la que reacciona el individuo. Cuando se lo percibe como individuo que trata de mantener desesperadamente su status, la reacción ante esta nueva «realidad» es muy diferente» (54, pág. 413).
Es en el terreno de la clínica donde Rogers se hace fuerte, y es su experiencia clínica el argumento más importante de esta proposición, que por otra parte, refleja exactamente su opinión, pues como ya vimos antes, cuando cambian las percepciones de una persona, cambia su conducta. Ahora bien, ¿constituirá entonces la terapia un mero comunicar percepciones intelectuales al cliente? El proceso no será tan sencillo. Veamos ahora algunos otros elementos importantes de la teoría de la personalidad.
Conceptos organísmicos de la teoría de Carl Rogers
Aunque los conceptos fenomenológicos van muy entremezclados con conceptos organísmicos propios de una teoría biopsicológica de la personalidad, vamos a tratar de separar los que se refieren al organismo, ya que representa otro de los polos de la explicación dinámica del cambio de la personalidad. Las formulaciones rogerianas relativas al organismo humano dependen mucho de la obra de Kurt Goldstein (331, 332), de la cual Rogers también se confiesa deudor, y de la cual toman muchos elementos teóricos Snygg y Combs.
El organismo humano
El organismo humano constituye el centro de estudio de esta psicología totalizante cuyo portavoz principal en América fue Kurt Goldstein. Se trata en parte de una reacción frente a las psicologías atomizantes y frente a las concepciones dualísticas que dicotomizaban artificialmente a la persona en cuerpo y espíritu. Dentro de la psicología de la personalidad, destaca la insistencia de Goldstein en el organismo en cuanto totalidad. A raíz de sus experiencias con las lesiones cerebrales de los soldados heridos en la I Guerra Mundial, Goldstein concibe al síntoma no como producto de una determinada lesión o enfermedad, sino como manifestación de la totalidad del organismo. El organismo total, en su conjunto, es anterior a sus partes, opera siempre como una organización, y es preciso conocer sus leyes generales si se quiere comprender adecuadamente el funcionamiento de sus partes. En este sentido, el parentesco con la psicología de la Gestalt es patente, aunque Goldstein insiste mucho más que aquélla en el organismo humano. En lo que respecta a la motivación del organismo, la postulación de un impulso soberano y único propia de esta corriente de pensamiento, se adapta perfectamente a la experiencia rogeriana de las fuerzas de crecimiento evidentes en la clínica, y le brinda unos cons tractos teóricos capaces de formular esa intuición en términos de una psicología biológica. La tendencia actualizante del organismo deberá mucho al término «autorrealización» de Goldstein. Por último, la insistencia de esta corriente de pensamiento en el potencial del individuo, y su menoscabo de las fuerzas del medio ambiente coincide plenamente con la psicoterapia individualista de Rogers. Como veremos, en el fondo de su concepción late un cierto menoscabo hacia el ambiente, el cual es el causante de la disociación de la persona, que, dejada a sus propias fuerzas, habría avanzado por sí sola hacia la autorrealización de sus potencialidades. Veamos algunos aspectos organicistas de la teoría de la personalidad rogeriana.
El organismo es una totalidad organizada
La primera característica importante del organismo en cuanto tal es la de ser una Gestalt o configuración organizada. «El organismo reacciona como una totalidad organizada ante su campo fenoménico» (proposición 3) (54, pág. 413). El término «totalidad organizada» es un concepto típico de todas aquellas psicologías que como la de Goldstein y los organicistas, los gestaltistas, y muchos humanistas como Allport, salen en defensa del carácter totalizante, personal y configurativo del organismo, y se oponen a las psicologías reduccionistas del «estímulo – respuesta». Rogers vuelve a insistir en este carácter del organismo humano, ya insinuado cuando se habló del carácter gestáltico de su campo perceptual. El organismo es una gestalt, una organización, y, en cuanto tal, es superior a las partes y trasciende la suma de las mismas. Una vez más se coloca en la antítesis del conductismo.
«Aunque hay todavía quienes se interesan principalmente por el tipo segmentario o atomístico de la reacción orgánica, hay una creciente aceptación del hecho de que una de las características básicas de la vida orgánica es la tendencia a las respuestas totales, organizadas, intencionales. Esto sucede, tanto en el caso de las respuestas que son principalmente fisiológicas, como en el de aquellas que consideramos psicológicas» (54, pág. 413).
Los argumentos en que se apoya son los típicos de los personalistas que defienden este carácter unitario del individuo: los procesos homeostáticos del organismo, y el carácter funcional de su fisiología. Por lo que se refiere a la psicología,
«En el campo psicológico parece casi imposible cualquier tipo simple de explicación estímulo – respuesta de la conducta. Una mujer joven habla durante una hora de su antagonismo con su madre. Encuentra, después de ello, que su condición asmática persistente, que nunca ha mencionado, siquiera al consejero, mejora enormemente… Es extremadamente engorroso tratar de explicar estos fenómenos sobre la base de una cadena atomística de acontecimientos. El concepto teórico básico a tenerse siempre en cuenta es el de que el organismo es, en todo momento, un sistema organizado total; la modificación de cualquier parte puede producir cambios en cualquier otra. Nuestro estudio de tales fenómenos parciales debe partir del hecho central de la organización coherente, intencional» (54, pág. 414).
Esta totalidad que constituye el organismo es algo que trasciende el dualismo cartesiano. Como ha podido apreciarse en el último ejemplo, el concepto de organismo no se refiere únicamente a lo que la fisiología entiende por tal, sino a la totalidad de las funciones anímicocorpóreas que constituyen la persona humana. El término «organismo» se refiere a la totalidad de aspectos físicos y psíquicos del hombre, no sólo a lo corpóreo.
La Tendencia fundamental del organismo
El organismo humano, tal como es concebido por Rogers está constituido por un sistema impulsor, llamado «tendencia actualizante» y por un sistema regulador y de control, que se llama «proceso de evaluación organísmico». Veamos primero la motivación básica de todo organismo.
«El organismo tiene una tendencia básica y un impulso a actualizar, mantener y desarrollar el organismo experenciante», dice Rogers en la proposición cuarta de su teoría de la personalidad (54, pág. 414). Los términos de esta formulación están tomados de Snygg y Combs, pero su contenido coincide plenamente con el de los psicológicos organicistas y holistas, especialmente con Angyal (208) y Goldstein (331). Rogers se sirve ahora de estos términos organísmicos para expresar aquello que, como vimos, constituía la hipótesis fundamental de su terapia: la confianza en la capacidad del individuo. Traducida a estos términos por primera vez en 1946 (34, pág. 418), desde entonces pasa a ser el motivo fundamental de su teoría de la personalidad, como reconoce el mismo Rogers en 1959 (92, pág. 196): «Importa precisar que esta tendencia actualizante básica es el único motivo postulado en este sistema teórico». Y esta convicción, lejos de enfriarse con el tiempo, ha ido haciéndose cada vez más fuerte y patente, como se nos dice en 1963: «es una convicción que ha ido haciéndose cada vez más fuerte con el pasar de los años» (122, pág. 1). Bien se la considere como tendencia actualizante, o como hipótesis fundamental de la terapia, esta convicción en la dirección positiva del ser humano constituye una de las constantes del pensamiento rogeriano a través de todas las épocas.
Cuando tratamos del proceso terapéutico y del terapeuta centrado en el cliente vimos cómo las fuerzas de crecimiento presentes en la persona constituían el motor de la psicoterapia y el fundamento sobre el cual se apoyaba la acción del terapeuta. Ahora las enfocaremos desde este punto de vista más teórico de la personalidad, que las asimila a las fuerzas 9 de la vida propias de todo organismo.
Una sola tendencia básica
Una de las características más notables de la teoría motivacional rogeriana es la admisión de un único motivo básico, substrato de todos los demás, y al cual pueden reducirse los mismos. Esto no se ve en los primeros escritos de Rogers. En ellos, a pesar de que ya se habla de «fuerzas de crecimiento», éstas son consideradas junto con otras diversas fuerzas que no necesariamente se relacionan con una tendencia básica del organismo. Así, por ejemplo, en 1939 (10, págs. 1011), se dice lo siguiente: «El ser humano, en cuanto organismo tiene ciertas necesidades vitales para el individuo. Los psicólogos difieren en lo relativo a la clasificación de estos deseos fundamentales, pero con vistas a la clínica puede decirse que hay dos grandes clases de necesidades. La primera es la necesidad de respuesta afectiva por parte de otras personas. Incluiría la necesidad de reconocimiento, el deseo de afecto paterno y de otras personas, el deseo en el individuo maduro de respuesta sexual por parte de la pareja. La segunda gran necesidad es la de conseguir y obtener la satisfacción procedente de la consecución y expansión del sentimiento de autoestima propia. Ambas necesidades tienen que ser satisfechas por el individuo, a niveles diferentes según sea la etapa de crecimiento y madurez…». Estas dos necesidades fundamentales las volveremos a ver posteriormente bajo el prisma de la necesidad de consideración positiva. Pero por esta época Rogers no se separa de la concepción tradicional de las necesidades y motivaciones humanas.
A medida que la tendencia al crecimiento va haciéndose más patente, en especial a partir de 1946, en que es puesta como aspecto fundamental de la psicoterapia, las demás necesidades humanas comienzan a subordinarse a este impulso fundamental (cfr. 34). Ese mismo año y en ese mismo artículo se habla de que las «fuerzas desahogadas por el proceso catalítico de la terapia no son explicadas adecuadamente por el conocimiento de los condicionamientos previos del individuo, si es que no se considera la presencia de una fuerza espontánea dentro del organismo que tiene la capacidad de integración y redirección» (34, pág. 422). Pero, sobre todo, en otro escrito de ese año (37) se ve ya con mucha más claridad la relación existente entre el impulso al crecimiento y las demás necesidades, que no son sino expresiones del mismo. Veamos cómo se expresa esto, (37, pág. 13):
«Los pocos y fácilmente gratificables motivos del niño se expanden en las motivaciones complejas y abundantes del adulto. La dependencia total de las demás personas y del medio propia del niño, cede el paso a la independencia del adulto. La exclusiva preocupación por sí mismo y por sus propias necesidades del niño, deja paso al interés del adulto por las otras personas y por sus necesidades, transformándose en conducta social. El amor hacia sí mismo del niño se convierte en amor heterosexual del adulto… Toda esta evolución es expresión del impulso al crecimiento, común a los seres humanos en cuanto miembros de la sociedad».
El hecho de que las demás necesidades sean expresión del impulso básico a crecer parece ser indicio de que éste es el impulso básico subyapacente a todas ellas. Esto se afirma de modo más explícito en dicho escrito un poco después (37, pág. 14): «Este impulso hacia la madurez a pesar de las dificultades, esta tendencia al crecimiento que existe en todo individuo, es la motivación que está debajo de la capacidad del cliente para resolver sus propios problemas durante el counseling adecuado» (37, pág. 14). De modo que ya por esta época se concibe un impulso básico y una serie de motivos subordinados a él.
En la teoría de 1951 este impulso básico es llamado «tendencia actualizante del organismo» y todas las demás necesidades de la persona se consideran como aspectos parciales de la misma. «En lugar de hablar de numerosas necesidades y motivos, es posible describir todas las necesidades orgánicas y psicológicas como aspectos parciales de esta necesidad fundamental» (54, pág. 414), y en 1959 ya vimos cómo se la consideraba como único motivo del sistema teórico.
El que se admita un impulso o tendencia básica no quiere decir que se niegue la existencia de los demás motivos o necesidades. No es esa la intención de Rogers, aunque, por otro lado, tampoco le interesa enumerar un catálogo de las mismas.
«Observemos, a propósito de las características del niño, que no hemos tratado en absoluto de establecer una lista completa del equipo innato del niño. La cuestión de saber si, por ejemplo, el niño posee instintos, o si tiene un reflejo de succión innato o una necesidad innata de cariño, tiene desde luego gran interés; pero cuando se trata de elaborar una teoría de la personalidad, las respuestas a estas cuestiones parecen periféricas, más que esenciales» (92, pág. 223), dice Rogers en 1959.
La razón es esta falta de interés por aquellos constructos motivacionales que no sean el fundamental o básico, la constituye su falta de valor heurístico, como se afirma en 1963 (122, págs. 78). «Dudo que los psicólogos hagan progresar su ciencia mientras su teoría fundamental se centre en la formulación de que el hombre busca la comida porque tiene un motivo o impulso del hambre; que interactúa de modo exploratorio y manipulativo con su medio porque tiene un motivo de competencia; que busca su realización porque tiene un impulso a dominar o una necesidad de realizarse. Incluso en un área que a muchos ha parecido tan clara, el concepto de un motivo sexual no se ha mostrado demasiado útil para desvelar las complejísimas variables que determinan la conducta sexual aún en los animales…». Para Rogers lo único que cuenta es esa dirección esencial hacia el crecimiento própia de todo organismo. «El organismo es activo, actualizante y directivo. Esta es la base de todo mi pensamiento. Una vez aceptado esto, no veo interés alguno en imponer abstracciones relativas a motivos específicos en la multiforme y compleja conducta humana. Ciertamente es posible la categorización de los fenómenos de la conducta en muchos motivos diferentes, y, de hecho, estos fenómenos pueden dividirse de muchas maneras. Pero me parece dudoso que esto sea deseable o heurístico. Con el ejemplo he tratado de indicar que, para comprender realmente las condiciones antecedentes a la conducta, quizá sea preferible formular las hipótesis sobre la base de la observación directa de los fenómenos, y no sobre una serie de motivos previamente construida» (122, págs. 1415).
Las diversas categorías motivacionales, bien se las llame necesidades, motivos o instintos, no interesan a Rogers por su falta de eficacia práctica a la hora de explicar el comportamiento. Su concepción fenómenológica de la ciencia, como pura descripción de los fenómenos, se deja también traslucir en este desprecio hacia las motivaciones concretas de la conducta.
En la práctica, Rogers hablará de diversas necesidades: necesidad de autoestima, necesidad de consideración positiva, etc., pero en su teoría no se detiene a clasificarlas conforme a ningún esquema lógico. Solo intenta presentar una motivación básica, la cual ha de aceptarse sin más, en virtud de su evidencia.
La dirección de la vida
La tendencia actualizante es la misma dirección de la vida orgánica. En 1947, al final de un artículo expositivo de su psicoterapia, comienza a preguntarse Rogers por la tendencia de la vida orgánica: «¿Existe en la vida orgánica una tendencia a moverse en la dirección del crecimiento?» (38, pág. 116), indicando indirectamente una asimilación de las fuerzas de crecimiento a las de la vida orgánica. En 1951 concibe ya claramente a estas «fuerzas de la vida» operando en el proceso de la terapia (54, pág. 195): «Subyaciendo a todo este proceso de funcionamiento y cambio están las fuerzas impulsoras de la vida misma»; y en la teoría de la personalidad la asimilación es ya perfecta (54, pág. 414): «Las palabras utilizadas —nos dice— son un intento de describir la fuerza direccional observada en la vida orgánica, una fuerza que muchos científicos han considerado básica…». En 1959 nos dice que es sinónimo del concepto de vida tal como la entiende Angyal:
«Las palabras de Angyal (208) podrían ser utilizadas como sinónimo de este término: “La vida es un evento autónomo que sucede entre el organismo y el medio. Los procesos vitales no tienden simplemente a preservar la vida, sino que transcienden el status quo momentáneo del organismo, expandiéndose continuamente e imponiendo su determinación autónoma a un número de hechos cada vez más creciente”» (92, pág. 196).
En 1963 muestra con abundantes ejemplos esta tendencia básica de la vida. La planta pequeña situada en una roca batida por el mar que resiste a todos los embates del mismo, es una muestra gráfica de la misma (122, pág. 3): «Ya hablemos de esta planta, ya de un roble o de una hormiga o de una gran mariposa nocturna, ya de un mono o de un hombre, creo que haríamos bien reconociendo que la vida es un proceso activo, más que pasivo. Surja el estímulo de dentro o de afuera, sea el medio favorable o desfavorable, las conductas de un organismo pueden ser consideradas como marchando en la dirección de su mantenimiento, expansión y reproducción. Esta es la naturaleza del proceso que llamamos vida. Hablando de la totalidad de estas reacciones …cuando fundamentalmente hablamos de aquello que «motiva» básicamente la conducta del organismo, me parece que esta tendencia direccional es lo fundamental».
La consideración de este carácter positivo de la vida orgánica, junto con la experiencia de la misma en sus clientes, es la que lleva a Rogers a identificar la motivación humana básica con la dirección positiva de la vida. El ser humano, al igual que cualquier organismo es un ser activo, y no puramente reactivo, que camina hacia su plenitud. De esta manera, concibiendo a la tendencia como dirección de todo el organismo —y no únicamente de una parte de él—, se puede llegar a comprender lo que Rogers entiende como tendencia actualizante.
Aspectos de la tendencia
Los aspectos de la misma destacados por Rogers son dos, principalmente: la conservación del organismo, y su expansión y progreso.
- En primer lugar es una tendencia a conservar la organización. Como señalan Snygg y Combs (258, pág. 41); «El atributo más notable de una organización parece ser su constante tendencia a la autopreservación». Rogers describe este aspecto en los siguientes términos (54, pág. 414): «Nos referimos a la tendencia del organismo a mantenerse, a asimilar su alimento, a comportarse defensivamente frente a las amenazas, a lograr la meta de la autopreservación cuando el camino usual que conduce a esta meta esté bloqueado». Es una tendencia a satisfacer las «necesidades de déficit» postuladas por Maslow, autor mencionado expresamente por Rogers (cfr, 92, págs. 196 y 122, pág. 6).
- Pero además es una tendencia a crecer y expansionarse [sic]. Como se afirma en 1959 (92, pág. 196): esta tendencia «comprende no sólo la tendencia a satisfacer lo que Maslow llama «necesidades de déficit» de alimento, de aire, de agua y cosas por el estilo, sino también actividades mucho más generalizadas. Comprende el desarrollo hacia la diferenciación de órganos y funciones, a la expansión en términos de crecimiento, a la expansión y propagación por medio de la reproducción. Es desarrollo hacia la autonomía y la liberación de la heteronomía o del control por fuerzas extrañas». Este aspecto del crecimiento, de la expansión, de la maduración, etc., es el que más se ajusta a la hipótesis del «crecimiento» de la psicoterapia rogeriana. Entre los aspectos positivos de esta tendencia, destacan los siguientes: a) es una tendencia a una mayor diferenciación de órganos y funciones; b) a crecer y reproducirse; c) a extender el poderío mediante la creación de herramientas; d) a caminar por el camino de la independencia; e) a la socialización, etc.
Pero esta tendencia a progresar es selectiva, o dicho coa otras palabras, finalista. La persona humana no desarrolla indiscriminadamente todas sus capacidades, incluidas las negativas, sino que siempre marcha hacia la autorrealización más plena. «El organismo no desarrolla al máximo su capacidad de padecer dolores, ni la persona humana desarrolla o ejercita su capacidad de aterrorizar, ni, a nivel fisiológico, su capacidad de vomitar» (54, pág. 414). Y en 1963 se añade: «está claro que la tendencia actualizante es selectiva y direccional, constructiva si se quiere» (122, pág. 5). Como es natural, este esquema motivacional rompe los moldes de la reducción de la tensión, y supera con creces esta concepción psicológica de la motivación, con lo cual Rogers se pone de nuevo frente al conductismo y al psicoanálisis. En 1959 dice lo siguiente (92, pág. 196): «Pudiera también decirse que conceptos de la motivación tales como los llamados reducción de la necesidad, reducción de la tensión, reducción del impulso, también se incluyen en este concepto. Ahora bien, éste también incluye otras motivaciones de crecimiento que parecen trascender estos términos: la búsqueda de tensiones placenteras, la tendencia a la creatividad, la tendencia a aprender con dolor y esfuerzo a caminar cuando esta misma necesidad podía ser satisfecha mucho más cómodamente con el gateo…». En 1963, su oposición al conductismo es más explícita: «La escuela de pensamiento del «organismo vacío», sin ninguna variable interviniente entre el estimulo y respuesta está en declive» (122, pág. 3). Igualmente se muestra contrario a Freud: «La obra en el campo de la privación sensorial descubre todavía con más fuerza el hecho de que la reducción de la tensión o ausencia de estimulaciones está muy lejos de ser un estado deseable para el organismo. Freud no podía haber estado más equivocado al postular que el sistema nervioso…» (122, pág. 3).
Rogers se sitúa dentro de la corriente más personalista de la moderna psicología americana. Al igual que Allport, Maslow y otros psicólogos de la «tercera fuerza» postula un organismo activo, autónomo, orientado al futuro y al crecimiento. Ahora bien, frente al análisis existendal, por ejemplo, su teoría permanece en un nivel muy organicista, y no se define en lo relativo a la existencia de otras necesidades superiores a las biológicas. Este es un problema que no le interesa.
Fundamentos del constructo
Cuando estudiamos la hipótesis fundamental del terapeuta rogeriano vimos que su mayor evidencia la constituía la experiencia clínica. La capacidad del cliente era algo patente a todo aquel terapeuta que la hubiese puesto a prueba. En su teoría de la personalidad, los argumentos en favor de la tendencia actualizante proceden igualmente de la observación y de la experiencia (54, pág. 415):
«La tendencia direccional que intentamos describir se evidencia en la vida del organismo individual desde la concepción hasta la madurez en cualquier nivel de complejidad orgánica. También se evidencia en el proceso de la evolución, cuyo desarrollo es definido comparando la vida en los primeros peldaños de la escala evolutiva con los tipos de organismos que se han desarrollado posteriormente».
La biología ofrece también datos que confirman esta intuición elemental. Pero estos argumentos son posteriores a la teoría, como confiesa el mismo Rogers (122, pág. 3): «Solo después de intentar formular mi propia teoría llegué a conocer algunos datos de la biología que confirman el concepto de la tendencia actualizante» (122, pág. 3).
La psicología también aporta datos experimentales que confirman esta teoría. En 1963 son mencionados los siguientes:
- los experimentos de Dember, Earl, y Paradise con ratas, los cuales demuestran sus preferencias por un medio con estímulos complejos, y no por el medio con una estimulación más simple.
- Los trabajos relativos a la conducta exploratoria, el juego y la curiosidad, en especial los de Berlyne y Harlow.
- Los experimentos acerca de la privación sensorial.
Todos ellos confirman, según Rogers, su teoría, aunque en realidad no se vea esto tan claro, entre otras razones porque no pretenden tal cosa.
En 1951 el argumento principal, además de la experiencia, es el de la coincidencia con otros autores, cuyas voces se levantan contra el irracionalismo de los instintos freudianos, y su visión determinista de la persona. Entre ellos figuran Goldstein, Angyal, Mowrer y Kluckhon, y ciertos neoanalistas, como Sullivan y Horney. En 1959 se añade Maslow a la lista.
Pero indudablemente el argumento más querido de Rogers lo constituye su experiencia terapéutica.
«Nuestra esperiencia terapéutica nos ha llevado a otorgar un lugar central a esta exposición. El terapeuta toma conciencia de que la tendencia progresiva del organismo humano es la base en que confía más profunda y fundamentalmente. Se hace evidente no sólo en la tendencia general de los clientes a avanzar en dirección al crecimiento cuando los factores de la situación son claros, sino que se muestra más dramáticamente en casos muy graves en que el individuo está al borde de la psicosis o del suicidio. En estos casos el terapeuta es consciente de que la única fuerza en la que puede confiar básicamente es la tendencia orgánica a continuar el desarrollo» (54, pág. 416).
Esta experiencia clínica potente y patente, hace que la tendencia sea postulada como un presupuesto antropológico previo a toda teoría psicológica. Pero el hecho es que este impulso básico brinda a Rogers la categoría teórica necesaria para explicar su experiencia y por eso la adopta inmediatamente. Esta tendencia actuará siempre en la terapia y será su gran aliado. Con todo, su acción en la persona no es siempre suave y placentera y puede comportar tensión, dolor y conflicto, sobre todo cuando choca con el medio ambiente (2).
La tendencia a la actualización del «sí mismo»
En la teoría de 1959, a continuación de la definición de la tendencia actualizante se incluye este otro constructo motivacional, que es definido en los siguientes términos: «Siguiendo el desarrollo de la «estructura del sí mismo», esta tendencia hacia la actualización se expresa también en la actualización de aquella porción de la experiencia del organismo simbolizada en el «sí mismo». Si éste y la experiencia total del organismo son relativamente congruentes, entonces la tendencia actualizante permanece relativamente unificada. Pero si no son congruentes, entonces la tendencia actualizante general del organismo puede obrar con propósitos contrarios al subsistema de aquel motivo, esto es, de la tendencia actualizante del sí mismo» (92, págs. 196197).
Con este nuevo constructo se pretende dar una explicación lógica al conflicto psíquico existente cuando el «concepto del sí mismo» se disocia del organismo. Parece como si ambos tuvieran sus propios sistemas autopropulsores, y como si ambos entrasen en conflicto. Con ello cabría pensar en una lucha de instintos o tendencias dentro de la persona. Pero la lucha permanece más bien a un nivel lógico, ya que como veremos después, el conflicto psíquico para Rogers no es algo dramático ni inevitable, ya que la fuente de ambas tendencias es una sola, y por tanto no existe un dualismo psíquico. La teoría de la personalidad de Carl Rogers no explicará nunca de modo adecuado los aspectos más agónicos y sombríos de la existencia humana. El organismo humano es en el fondo un todo armónico, y las necesidades humanas se subordinan todas en último término a una única motivación fundamental.
El sistema regulador del organismo humano
Junto al sistema motivacional existe en el hombre un sistema reguador, los procesos de evaluación del organismo, que le mantiene dentro le los límites de su actualización. Veamos cómo describe Rogers al niño, antes de que la cultura imponga sus modificaciones al organismo: «Se ocupa en un proceso de evaluación organísmica, valorando la experiencia conforme al criterio de la tendencia actualizante. Las experiencias percibidas como conservadoras o expansionantes [sic] del organismo son valoradas positivamente. Las que se perciben como negando esta conservación o desarrollo, son valoradas negativamente» (92, pág. 222).
El niño pequeño, el organismo puro, tiene muy poca incertidumbre en sus evaluaciones. Al mismo tiempo que es sujeto de experiencias, tiene conciencia directa del valor de las mismas. Cuando el niño tiene conciencia de una experiencia, inmediatamente la evalúa: «me gusta» o «me disgusta». El criterio de tal evaluación es la tendencia actualizante del organismo: aquellas experiencias que percibe como vitalizadoras y positivas para su desarrollo reciben una valoración positiva, mientras que las que percibe como amenazantes las valora negativamente. Las características de este proceso evaluador llamado «organísmico» son las siguientes:
- Es propio del organismo. «Esta base es algo que el ser humano comparte con el resto del mundo animado. Es parte del proceso vital de todo organismo sano. Es la capacidad de recibir información retrospectiva la que permite al organismo ajustar continuamente su conducta y sus reacciones para conseguir el máximo posible de autocrecimiento» (127, pág. 165).
- Tiene como punto de referencia la tendencia actualizante del organismo. Es decir el criterio de la valoración lo suministra el organismo. Valora positivamente las experiencias que le hacen progresar al organismo, y negativamente las que impiden el crecimiento.
- Se trata de un proceso cambiante, flexible y fluido, no de un sistema rígido y estático. «Es un proceso continuo en el que los valores no están nunca fijados ni son rígidos, sino que se simbolizan las experiencias de modo exacto, continuo, fresco…» (92, pág. 210). Podíamos decir que los valores surgen de las experiencias, y no al revés, es decir, que los valores no imponen la estructura a las experiencias.
- No es necesario que sea un proceso simbólico o consciente. En 1951 se nos dice que el proceso carece de símbolos verbales, y en 1964 que «es una función organismica, no una función simbólica o consciente» (127, pág. 161).
- Es un proceso sumamente eficaz y seguro, ya que se funda en la sabiduría del organismo y se basa en todos los datos de la situación, a saber, en todas las experiencias del organismo. En este sentido, es también social, ya que es común a toda la especie humana, y por tanto los valores de él resultantes son valores también comunes a la especie.
- El «locus» o fuente de donde dimanan los valores está situado dentro del organismo. El centro del proceso está en las propias experiencias orgánicas, y la evidencia es aquella proporcionada por los propios sentidos y no por el juicio de otras personas. «Es desde dentro de su propia experiencia desde donde el organismo le dicta en términos no verbales «esto es bueno para mí» (127, pág. 161).
Este sistema de valores fundados en el organismo y en la evidencia de los propios sentidos, resultante del proceso de evaluación organísmico, es el que sirve para guiar la conducta del organismo y adecuarla a la satisfacción de las necesidades derivadas de su actualización. Dotado de este sistema innato de regulación de la conducta, buscará aquellas experiencias valoradas positivamente y evitará aquellas que dañan a su organismo. Pero esta situación original no durará mucho, como en seguida veremos. Pronto este sistema regulador de la conducta dejará el paso a otro sistema más dualista y alejado de la experiencia: el «concepto del sí mismo».
La conducta del organismo
La interacción del organismo con el medio ambiente se rige por la tendencia actualizante. Por eso su «conducta es básicamente el esfuerzo intencional del organismo por satisfacer sus necesidades tal como las experimenta, en el campo tal como lo percibe», como dice la proposición 5 de la teoría de 1951 (54, pág. 417). El organismo tiende a la satisfacción de sus necesidades, las cuales, como vimos anteriormente, se derivan y dependen de la necesidad básica de actualización. De ahí que la conducta tienda a satisfacer estas necesidades de autorrealización. Según Rogers, las diversas necesidades se manifiestan en forma de tensiones fisiológicas, que al ser experimentadas, inducen al organismo a la acción encaminada a reducir la tensión y a desarrollarse y progresar. En lo que respecta al problema teórico del origen meramente fisiológico de todas las necesidades, no hay una clara toma de posición. En 1951 se dice lo siguiente (54, págs. 417-418): «Se plantea la pregunta: ¿Todas las necesidades se originan en tensiones fisiológicas? Las necesidades de afecto y de logros, por ejemplo, que parecen estar significativamente relacionadas con el mantenimiento y desarrollo del organismo, ¿tienen una base biológica?…, necesitamos realizar muchos trabajos en este área para poder comprender profundamente el problema. Hasta la fecha las investigaciones son pobres en cuanto a su planificación y controles».
La conducta supone una satisfacción de las necesidades, tal como estas son percibidas, en la realidad fenoménica, no en la realidad en sí. Este punto es constantemente acentuado por Rogers. No reaccionamos ante la realidad, sino ante nuestra percepción de la misma, aunque de hecho se reconozca que necesidades no plenamente concienciadas [sic] pueden suscitar conductas apropiadas. Asimismo, la conducta es provocada por necesidades presentes, y no por algo ocurrido en el pasado, como sostiene el psicoanálisis. Este énfasis en el presente no es más que una transcripción del énfasis en el presente de su psicoterapia. «También deberíamos mencionar que en esta concepción de la motivación todos los elementos eficaces existen en el presente. La conducta no es «causada» por algo que sucedió en el pasado. Las tensiones presentes y las necesidades presentes son las únicas que el organismo intenta reducir o satisfacer» (54, pág. 418). Este carácter presente de las motivaciones no impide que sean causadas originariamente por experiencias pasadas. «Si bien es cierto que la experiencia pasada ha servido, evidentemente, para modificar el significado que sería percibido en las experiencias presentes, no tiene lugar ninguna conducta que no se oriente a satisfacer una necesidad presente» (54, pág. 418). En esto Rogers se alinea dentro de la corriente humanista de la psicología americana de los últimos años, uno de cuyos pioneros fue Allport, cuya teoría de la contemporaneidad de las motivaciones coincide con la de los fenomenólogos. En psicoterapia, como vimos, este énfasis en el presente, se traducía en una búsqueda de la solución del conflicto en la situación misma de la terapia, y no en el análisis de hechos pretéritos.
La Emoción
La conducta suele ir acompañada de emociones. En la teoría de 1951 Rogers dedica una proposición a la emoción: «La emoción acompaña y en general facilita esta conducta intencional; el tipo de emoción esta relacionado con los aspectos de la búsqueda versus los aspectos consumatorios de la conducta, y la intensidad de la emoción, con la significación percibida de la conducta para la preservación y desarrollo del organismo» (54, pág. 418). Esta proposición sexta recoge una teoría de la emoción desarrollada por Lecky y Leeper (cfr. especialmente 374), que tiene la virtud de insistir en el carácter positivo de las emociones dentro de la economía de la conducta. Las emociones no sólo no obstaculizan el equilibrio psicológico, sino que además lo favorecen. Esta idea concuerda perfectamente con el optimismo rogeriano relativo a la personalidad, pero no es demasiado importante, ya que en 1959 no aparece en la formulación de la teoría.
La división de las emociones hecha por Rogers se ajusta al siguiente esquema: desagradables o excitantes, y tranquilas o placenteras. Las primeras acompañan a las actividades de búsqueda del organismo, mientras que las segundas acompañan a la satisfacción de las necesidades. Las emociones desagradables no son funestas en sus efectos, antes bien conducen a la integración y a la concentración de la conducta en un objetivo. Por eso, «siempre que no sea en grado excesivo, el miedo acelera la organización del individuo en dirección a huir del peligro, y los celos competitivos concentran los esfuerzos del individuo para superarse» (54, págs. 418-419).
La intensidad de las emociones varía conforme a la relación existente entre la conducta y la actualización del organismo. Cuando más ligada se perciba a la misma, y más necesaria sea para la actualización, la emoción será más fuerte. Ahora bien, cuando en el adulto este cuadro se complica por la existencia de otras necesidades contrarias a la actualización, entonces la cosa varía un poco. Cuando las necesidades del «sí mismo» cobran fuerza en la persona, entonces «la intensidad emocional se puede calibrar por el grado de implicación del «sí mismo», mejor que por el grado de implicación del organismo (54, pág. 419).
Esta teoría de la emoción no es original y por eso no parece ser sino dictada por la necesidad de abarcar todos los capítulos tradicionales de la teoría de la personalidad. Pero resulta muy incompleta, y desde luego, le falta un gran apartado, el estudio de sentimientos o emociones tales como la angustia, la cual, dicha sea de paso, es uno de los grandes ausentes en su teoría de la personalidad.
El organismo: Resumen
En la teoría de 1959 se sintetizan todos los aspectos del organismo y del campo fenoménico en torno a las características del niño pequeño, en quien es más patente el organismo sin los aditamentos culturales y sin el desarrollo de otros sistemas superiores. Las características fundamentales de este organismo incipiente que es el niño son las siguientes:
- Percibe su experiencia como si fuera la realidad. Para él, la realidad es su experiencia, cuyo conocimiento es patrimonio exclusivo suyo, ya que nadie puede asumir plenamente su marco interno de referencia.
- Tiene una tendencia básica a actualizar su organismo.
- Su conducta es el empeño intencional por satisfacer ese impulso básico en la realidad por él percibida.
- En esta interacción se comporta como un todo organizado.
- Está inmerso en un proceso evaluador organísmico.
- Su conducta se regula conforme a los valores resultantes de este proceso.
Estas son las características del organismo, el cual, como veremos en seguida, va a entrar en conflicto con el «concepto del sí mismo», producto del desarrollo humano y de la interacción del organismo con el medio.
El desarrollo de la personalidad
El carácter unificado del organismo del niño no va a durar mucho, ya que en el seno de su campo perceptual va a ir diferenciándose progresivamente una nueva porción, llamada self que, en el curso ordinario de los acontecimientos, no va a coincidir plenamente con todas las experiencias del organismo. Veamos cómo surge el «sí mismo», y con él, la disociación y el alejamiento fundamental de la persona humana.
La experiencia de sí mismo
A medida que el niño se desarrolla, «una parte del campo perceptual total se diferencia gradualmente constituyendo el “sí mismo”» (54, pág. 421). El niño comienza a reconocer como suya una parte de su mundo privado. En un «sí mismo consciente», que no necesariamente coexiste con todo el organismo humano. Se trata de «una conciencia de ser, conciencia de funcionar» (92, pág. 223), procedente probablemente del «gradiente de autonomía» o sensación de control de ciertas experiencias. Como se dice en 1951:
«Si un objeto o una experiencia se consideran o no partes del «sí mismo», depende en grado considerable de si se los percibe o no dentro del control del «sí mismo». Consideramos a aquellos elementos que controlamos como parte de nuestro «sí mismo»… Quizás este «gradiente de autonomía» es el primero en dar al infante conciencia de sí mismo, puesto que por primera vez es consciente de una sensación de control sobre algunos aspectos de su mundo de experiencias» (54, pág. 422).
En 1951 Rogers no responde a la pregunta de si el «self» es producto de la interacción con el medio, o es producto del proceso de simbolización. Se contenta con afirmar que no es sinónimo de «organismo», y que tiene un sentido más restringido; es la conciencia de ser o de funcionar. En 1959 relaciona su desarrollo con la tendencia actualizante, y en lugar de «sí mismo», llama «experiencia de sí mismo» a esta conciencia de funcionar. Y no se dan más detalles acerca de cuándo comienza a diferenciarse esta porción del campo perceptual, que, como decimos, todavía no constituye el concepto del sí mismo.
Formación del «concepto del si mismo»
«Esta representación en la conciencia de ser y de funcionar, se va complicando, y por la interacción con el medio, especialmente con el medio compuesto por las otras personas significativas socialmente, se convierte en un «concepto del sí mismo», u objeto perceptual en su campo experiencial» (92, pág. 223). Con estas palabras sintéticas se describe el nacimiento del «concepto del sí mismo» en el niño. Este «concepto de sí mismo» es una configuración organizada, contiene todas aquellas percepciones relativas a uno mismo, las relativas a su relación con los demás, y los valores y objetivos de la persona. «A medida que el infante interactúa con su ambiente, gradualmente construye conceptos acerca de sí mismo, acerca del ambiente, y acerca de sí mismo en relación con el ambiente. Aunque estos conceptos son averbales y pueden no estar presentes en la conciencia, esto no obstaculiza su funcionamiento como principios orientadores, como lo ha mostrado Leeper» (54, pág. 423).
Esta imagen o «concepto de sí mismo» es, como vimos anteriormente, una configuración de percepciones conscientes de uno mismo, y se va a erigir poco a poco en criterio de la selección perceptual del individuo, y en principio regulador de su conducta. A la evaluación organísmica de los primeros momentos, le va a sustituir una evaluación más compleja que tiene como criterio al «concepto del sí mismo». De modo que esta parte del campo fenoménico, conocida como «concepto o idea de sí mismo» va a tener funciones importantes dentro de la vida psíquica.
Este «concepto de sí mismo», que en un principio es una consciencia de funcionar organísmicamente, y, por tanto, se funda totalmente en la vida orgánica del niño, va a ir poco a poco alejándose de la misma, y va a erigirse en sistema rival del organismo. La dinámica de la vida psíquica va a centrarse en torno al conflicto o rivalidad entre estos dos sistemas. Por una parte, el «concepto de sí mismo» va a tratar de preservar su estructura frente a las amenazas procedentes del mundo externo, aún a costa de las propias sensaciones orgánicas. Por otro, el organismo, empujado por la tendencia actualizante, se verá impelido a la satisfacción de sus necesidades, con el consiguiente perjuicio para el «concepto del sí mismo». En esta lucha, en esta alienación de ambos sistemas, se hallará el núcleo de la inadaptación psicológica, tal como la considera Rogers. Veamos con detenimiento el camino que sigue la persona hasta llegar a tal estado de disociación o incongruencia.
El desarrollo de la disociación entre organismo y «self»
Se recordará que en el «concepto de sí mismo» se hallan incluidos también los valores de la persona. En el caso del niño, al comienzo estos valores son los que proceden del proceso de evaluación directa. Pero esta simplicidad no va a durar mucho, ya que enseguida este cuadro va a complicarse con la introducción de otros valores procedentes del exterior, y a consecuencia de ésto, «los valores ligados a las experiencias y los valores que son parte de la propia estructura, en algunos casos son valores experimentados directamente por el organismo, y en otros son valores introyectados o recibidos de otros, pero percibidos de una manera distorsionada, como si hubieran sido experimentados directamente» (54, pág. 323).
Es decir, llega un momento en que los valores del niño no son calibrados confone al criterio de su tendencia actualizante, sino conforme a criterios de otras personas o grupos sociales. Al «es bueno pegar a mi hermanito» sucede un «es malo pegarle», producto de una introyección de los criterios de los padres, pero con la particularidad de que éstos son experimentados como si fueran propios. Las valoraciones de los padres entran a formar parte del propio campo perceptual, con la consiguiente negación de los propios valores y la distorsión de otras experiencias. Así se llega a formar un proceso de evaluaciones extrínsecas caracterizado por un poner el «locus de evaluación» fuera del organismo, por fundarse en criterios ajenos a uno mismo, pertenecientes al grupo social o familiar, y no fundados en la evidencia de los propios sentidos, y por ser rígidos y contradictorios.
Pero ¿cómo se llega a este estado de introyección de valores, o de adquisición de unas condiciones de valor? ¿Cuál es el camino que sigue la persona en esta separación de su organismo? Como veremos, comienza con una negación de ciertas experiencias y la distorsión de otras, con el fin de conservar el aprecio de las personas socialmente significativas, y de mantener la incipiente imagen de sí mismo, como se nos dice en 1951. En el momento en que se produce la primera distorsión de la experiencia, y se introyectan valores de otras personas, podemos decir que se sientan las bases de un «concepto de sí mismo» poco realista y falso, por cuanto que no coincide con la experiencia. Veamos con más detalle las dos versiones de este proceso de alienación propuestas por Rogers.
- Introyección de valores.— En 1951 el distanciamiento de la experiencia comienza en el momento en que el niño introyecta una serie de valores de sus padres con el fin de defender o preservar su incipiente «concepto de sí mismo». Una de las primeras percepciones constitutivas del sí mismo es la de ser digno del amor de los padres. El niño «se percibe a sí mismo como amable, digno de amor, y su relación con sus padres es de afecto» (54, pág. 423). Junto con este concepto inicial de sí mismo, existe una serie de experiencias orgánicas que el niño siente con satisfacción y valora positivamente. Por ejemplo, experimenta placer en pegar a su hermanito y, por tanto, esta experiencia es valorada de modo positivo. Pero pronto choca con la reacción de sus padres, los cuales no opinan lo mismo y le condenan o rechazan por pegar a su hermanito. Porque lo ordinario es que le reprendan y le digan «no hagas esto», «no seas malo». Los valores incipientes del niño entran en conflicto con los valores de los padres. Pero además, la reacción de los padres constituye una amenaza para el «concepto de sí mismo» del niño. «Eres malo», luego no «eres digno de amor». Ante el dilema de conservar su propia imagen de persona digna del amor de sus padres, o mantener sus propios valores y satisfacciones organísmicas a costa de su «sí mismo», el niño optará por lo primero, y tenderá a toda costa a defender su imagen propia. Para ello tendrá que negar ciertas experiencias, especialmente los sentimientos de satisfacción procedentes del pegar a su hermanito, y distorsionar la experiencia que tiene de sus padres con el fin de apropiarse de sus criterios y valores. En lugar de percibir que quienes no valoran positivamente su conducta son sus padres, llegará a distorsionar su percepción de tal modo que haga suyo y perciba como propio el rechazo de los padres. No son ellos quienes desaprueban su conducta, es él mismo el que la siente rechazable. «La simbolización exacta sería: “Percibo que mis padres experimentan que esta conducta es insatisfactoria para ellos”. La simbolización distorsionada:. para preservar el “concepto del sí mismo” amenazado es: “Yo percibo que esta conducta es insatisfactoria”» (54, pág. 424).
De este modo, las actitudes de otras personas llegan a experimentarse como propias y fundadas en el propio equipo sensorial y visceral. Como puede apreciarse, esto se hace a costa de distorsiones. La expresión de cólera llega a experimentarse como algo malo, cuando más exacto sería percibirla como algo gratificante para el organismo. Y no se permite a esta percepción entrar en la conciencia. «En consecuencia, “quiero a mi hermanito” queda como la pauta que pertenece al “concepto del sí mismo”, porque es el concepto de la relación que se introyecta de los demás a través de la distorsión de la simbolización, aún cuando la experiencia primaria contiene muchas gradaciones de valor en la relación, desde “me gusta mi hermanito” hasta “¡lo odio!”. De esta manera los valores que el bebé vincula con la experiencia se divorcian de su propio funcionamiento orgánico, y evalúa la experiencia en términos de las actitudes de sus padres…» (54, pág. 424).
El «concepto del sí mismo» formado sobre esta distorsión de los datos sensoriales y viscerales, y por tanto, extraño a la experiencia del organismo, se constituye en estructura que el niño ha de preservar y defender de toda amenaza, comienza a erigirse en criterio regulador de la conducta. Las experiencias, los valores, las conductas no se evalúan conforme al organismo, sino conforme a su relación con este «concepto de sí mismo».
«El concepto del sí mismo» va forjándose por tanto, a partir de este doble sistema. Por un lado las experiencias directas del individuo, y por otro aquellas simbolizaciones distorsionadas de experiencias incompatibles con él que tienen como resultado la introyección de valores ajenos. De ambas fuentes emerge la «estructura del sí mismo». Tal es el curso ordinario del desarrollo que desemboca en el «concepto del sí mismo» adulto, y que en parte se compone de percepciones relativas a uno mismo distorsionantes de la verdadera experiencia. Precisamente en esta discrepancia entre lo que acontece a nivel orgánico y las percepciones conscientes de uno mismo, es donde está el núcleo del conflicto psíquico.
Como puede verse, en sus orígenes hay una actitud de no aceptación total por parte de los padres. Sus evaluaciones extrínsecas, y hechas desde su propio punto de vista, son las que han obligado al niño a prescindir de sus experiencias orgánicas y crearse una imagen falsa de sí mismo. Pero, ¿qué ocurriría en el caso ideal en que el padre o la madre aceptase genuinamente los sentimientos de satisfacción orgánica del niño, tuviese una aceptación total de toda su persona y aceptase también sus propios sentimientos? «El niño en esta relación no experimenta amenazas a su “concepto de sí mismo” como persona amada. Puede vivenciar plenamente y aceptar como parte suya sus sentimientos agresivos hacia su hermanito. Puede experimentar plenamente la percepción de que a la persona que lo ama no le agrada su acción de pegar…» (54, pág. 426). Su conducta resultante dependerá del conjunto de la situación, será la conducta adaptativa de un individuo único que se autodirige. Será realista y tendrá en cuenta todos los elementos de la situación. Su «concepto de sí mismo» no se ve amenazado, y, por tanto, no necesita distorsionar sus percepciones para protegerlo. «En lugar de ello mantiene un yo seguro que puede servirle para orientar su conducta, admitiendo libremente en la conciencia, con una exacta simbolización, todas las pruebas relevantes de su experiencia en términos de sus satisfacciones orgánicas, tanto inmediatas como de largo alcance. De esta manera, se desarrolla un yo profundamente estructurado en el que no hay rechazo ni distorsión de la experiencia» (54, pág. 426).
Pero semejante situación es algo ideal, ya que la realidad es distinta, y en casi todo el conjunto de los mortales el «concepto del sí mismo» se constituye a base de distorsiones de las experiencias e introyecciones de valores ajenos. - El desarrollo de las condiciones de valor.— En 1959 aparecen algunas modificaciones en esta teoría. En lugar de hablarse de una necesidad de preservar el self para explicar la necesidad de introyectar otros valores ajenos al organismo, se habla de una necesidad de consideración positiva, y este concepto acuñado por Standal (475) viene a substituir al anterior. Asimismo tampoco se habla de valores «introyectados», sino de «condiciones de valor». Pero, hablando en términos generales, esta nueva teoría peca de artificiosidad, y no parece aportar grandes cambios con respecto a la anterior. De modo que no resulta extraño la poca importancia atribuida posteriormente por Rogers a esta modificación de su teoría. En realidad, cuando pase el furor sistematizador de esta época, Rogers recurrirá simplemente a una necesidad de amor en el niño para explicar las primeras distorsiones de la experiencia.
Pero en 1959 Rogers pone el comienzo de la disociación psíquica en el desarrollo en el niño de una necesidad de ser considerado positivamente por sus padres. Es una necesidad universal, insistente y pervasiva, pero no innata»3.
El niño tiene necesidad de ser amado por sus padres y busca satisfacer esta necesidad buscando el amor de sus padres. Debido al carácter absoluto de la misma, la necesidad de ser amado por los padres puede convertirse en una necesidad más fuerte que incluso las necesidades biológicas de conservación. Como dirá Rogers, «la expresión de consideración positiva por parte de una persona-criterio puede llegar a ser más obligante que el proceso de evaluación organísmica, y el individuo puede llegar a depender más de la consideración positiva de tales personas, que de las experiencias positivas para la actualización del organismo» (92, pág. 224).
Ahora bien, ¿cómo puede llegarse a semejante situación? Esto sucede en el momento en que el niño necesita considerarse positivamente a sí mismo, y cuando esta necesidad, debido al amor condicional y no pleno de los padres, se convierte en una necesidad no incondicional, sino condicional. El niño, después de desarrollar una necesidad de amor, desarrolla una necesidad de amarse a sí mismo íntimamente ligada a la necesidad anterior. Llega a amarse a sí mismo del mismo modo como cree ser amado por los padres, pero independientemente de los mismos.
De manera que si estos habían observado con respecto a su conducta una actitud no aceptativa, el niño, en virtud de esta nueva necesidad de autoestima, no permitirá dentro de sí aquellas experiencias que vayan en contra de la misma. Ya no vive pendiente de la aprobación de sus padres, sino más bien vive pendiente de su propia aprobación.
En el momento en que esto sucede, cuando esta necesidad de considerarse positivamente a sí mismo es una necesidad condicional, es decir, establece diferencias, entonces podemos decir que ésta se hace dependiente de las condiciones de valor impuestas por las personas criterio. Cuando los padres valoran discriminativamente las experiencias de su hijo, aceptando unas y reprobando otras, el niño terminará valorando sus experiencias conforme a la relación de las mismas con la necesidad de apreciarse positivamente a sí mismo. Aquellas experiencias que no contradigan tal necesidad, y por tanto no hieran la propia autoestima, serán consideradas satisfactorias. En cambio, las que destruyan esta imagen o autoestima de sí mismo, terminarán por ser rechazadas independientemente de la consideración de su valor auto actualizante. Cuando esto se produce, es decir, cuando el niño busca o evita determinadas experiencias únicamente por ser dignas o no serlo de su propia consideración positiva, entonces podemos decir que se han establecido unas condiciones de valor.
De esta manera se llega a una situación parecida a la expuesta anteriormente. El niño introyecta valores ajenos. El niño no busca ya la actualización de su organismo, sino la satisfacción de su propia necesidad de autoestima. Actúa conforme a valores introyectados. «Ahora acepta o evita determinadas conductas únicamente en virtud de estas condiciones introyectadas en la consideración de si mismo, sin referirse para nada a las consecuencias organismicas de tales conductas» (92, pág. 225).
La diferencia entre ambas explicaciones es únicamente terminológica. En el fondo, la raíz o núcleo de la disociación entre el organismo y la experiencia por un lado, y el concepto del si mismo por otro, radica en la adopción de unos valores extraños al organismo impuestos por la necesidad de conquistar el aprecio de unos seres queridos —los padres— los cuales se muestran discriminativos a la hora de apreciar al niño. Cuando éstos no aceptan totalmente a sus hijos, éstos tendrán que renunciar a sus propias satisfacciones con vistas a mantener un amor paterno que con el tiempo se ha identificado con su propio amor. Por tanto, necesitarán renunciar a sus propias experiencias para seguir siendo amados por los padres.
El desarrollo de la incongruencia
Desde el mismo momento en que se establecen estas condiciones de valor con respecto a las propias experiencias, el niño comienza a construir su concepto de sí mismo sobre una base distinta de sus experiencias organísmicas. El yo comienza a disociarse del organismo. Lo cual supone una disociación en el campo perceptual del individuo, una represión de ciertas experiencias, y una nueva valoración de las experiencias dictada por el «concepto del sí mismo». En una palabra, se desarrolla un self opuesto y contrario a las experiencias. Veamos algunos elementos de este desarrollo.
- Organización del campo perceptual.— El naciente «concepto del sí mismo» va a consumirse en el tamiz o filtro por el que han de pasar las experiencias antes de ser simbolizadas en la conciencia. Conforme a su relación con él, las experiencias serán simbolizadas de distintas formas, y en consecuencia, las leyes que regulen la selección de las percepciones serán dictadas por él. En este sentido, el «concepto del sí mismo» desempeña una función muy importante en la organización del campo perceptual.
En 1951, la organización de las percepciones de la persona es considerada en los siguientes términos: «A medida que se producen experiencias en la vida del individuo, estas son: a) simbolizadas, percibidas y organizadas en cierta relación con el «sí mismo»; b) ignoradas porque no se percibe ninguna relación con la «estructura del sí mismo»; c) se les niega la simbolización o se las simboliza distorsionadamente porque la experiencia no es compatible con la «estructura del sí mismo» (54, pág. 426).
El primer grupo lo constituyen las experiencias concordes con el concepto del sí mismo, o con las condiciones de valor, las cuales tienen pleno acceso a la conciencia.
El segundo grupo es el de aquellas experiencias ignoradas por no percibirse su relación con el «concepto del sí mismo», pero que, de suyo, podrían acceder a la conciencia. Se trata de todas aquellas experiencias que permanecen en el fondo del campo fenoménico, y que son ignoradas porque ni contradicen ni afirman al concepto «de sí mismo», ni tampoco sirven para satisfacer ninguna necesidad.
El tercer grupo de experiencias es el más interesante «porque en este campo se encuentran muchos fenómenos de la conducta humana que los psicólogos han intentado explicar» (54, pág. 427). Se trata de las experiencias negadas o distorsionadas mediante unos mecanismos que son calificados por otras escuelas con el término de represión. Prescindiendo de aquellos casos en que la negación se hace de modo totalmente consciente, vamos a detenernos en este importante grupo de experiencias. - La represión. Rogers admite este fenómeno, aunque la explicación del mismo no coincida en absoluto con la freudiana. «Hay un tipo de rechazo más significativo, que es el fenómeno que los freudianos han tratado de explicar mediante el concepto de represión. En este caso parecería que se produce la experiencia orgánica, pero no la simbolización de esta experiencia, o solo una simbolización distorsionada» (54, pág. 428).
El hecho de la represión es admitido por Rogers desde sus comienzos. Al principio hablará genéricamente de represión de impulsos y actitudes, y el «insight» se concebirá precisamente como una comprensión de los mismos (13, pág. 162). El «insight» comporta un reconocer y aceptar el «sí mismo» espontáneo, lo cual supone que el cliente «se ve sin defensas y gradualmente reconoce y admite su sí mismo real con sus pautas infantiles, sus sentimientos agresivos y sus ambivalencias». En terapia, se nos dirá en otra ocasión, el cliente «se hace capaz de afrontar sin racionalización ni negación los diversos aspectos de sí mismo —sus gustos y disgustos, sus actitudes hostiles, así como sus aspectos positivos, sus deseos de dependencia y también los de independencia, sus conflictos y motivaciones no reconocidos, etc.» (21, pág. 71). En una palabra, en la terapia el cliente llega a ver con realismo toda la realidad escondida tras su fachada.
Pero hasta 1950 no encontramos explicitados los dos mecanismos fundamentales de la represión, a saber, el rechazo de ciertas experiencias, y la distorsión de la simbolización de otras (48, pág. 379): «Cuando la “estructura del sí mismo” llega de este modo a formarse en parte sobre una distorsión o negación de la evidencia sensorial relevante, se hace también selectiva en su percepción».
Como Rogers no especifica otra clase de mecanismos defensivos, vamos a ver con más detalle estos dos por él propuestos. Veamos primero el caso en que existe una experiencia en el organismo, pero cuya simbolización no llega a efectuarse. Los ejemplos aducidos por Rogers suelen referirse a experiencias sensoriales y viscerales. Así, por ejemplo, pueden negarse la existencia de fuertes impulsos sexuales, de sentimientos de hostilidad a los padres, en cuyo caso, «orgánicamente experimenta los cambios fisiológicos concomitantes a la cólera, pero su yo consciente puede impedir que esas experiencias sean simbolizadas, y, por lo tanto, percibidas conscientemente» (54, pág. 428).
En otros casos, quizá en la mayoría (cfr. 92, pág. 205) las experiencias no son totalmente negadas, y entran en la conciencia de modo muy distorsionado. Se trata del otro gran mecanismo defensivo llamado distorsión de la experiencia. Así, por ejemplo, las sensaciones orgánicas de hostilidad pueden transformarse en la percepción de un dolor de cabeza, o el antagonismo hacia otra persona puede transformarse en un mareo, etc. Este es el caso de una mujer que sufre fuertes mareos cuando está en compañía de otras personas. Rogers lo explica del siguiente modo:
«Si examinamos esta secuencia desde un punto de vista psicológico parecería claro que ella ha experimentado visceralmente sentimientos de oposición hacia su esposo. El elemento crucial que falta es la simbolización adecuada de estas experiencias» (54, pág. 136).
Ahora bien, ¿cuáles son los criterios conforme a los cuales se establece esta negación o distorsión? ¿Qué es lo que se reprime? La respuesta a esta cuestión es clara y tajante: el criterio de la represión es impuesto por el «concepto del sí mismo». Se reprimen las experiencias en función de su incompatibilidad con él. No se reprime necesariamente todo aquello que es malo, sino únicamente aquello que se opone a nuestra imagen propia. El criterio de la represión lo suministra la consistencia o no consistencia con el self. Al menos, esta es la experiencia clínica de Carl Rogers.
«Nuestra experiencia clínica nos dio otro indicio del modo cómo funcionaba el “sí mismo”. El concepto convencional de la represión, considerada en relación con los impulsos prohibidos o tabúes sociales, no se ajusta a los hechos. Frecuentemente los impulsos y sentimientos más profundamente negados eran sentimientos positivos de amor o ternura o confianza en uno mismo. ¿Cómo podía explicarse ese preocupante conglomerado de experiencias que, al parecer, no eran permitidas en la conciencia? Gradualmente fue reconociéndose que el principio importante era el de la consistencia con el self. Las experiencias que eran incongruentes con el concepto que de sí mismo tenía el individuo tendían a ser rechazadas de la conciencia cualquiera que fuese su carácter social. Comenzamos a considerar al self como criterio mediante el cual el organismo arrojaba experiencias que no podían ser admitidas confortablemente en la conciencia. El librito postumo de Lecky reforzó esta línea de pensamiento» (92, pág. 292).
Estos párrafos rogerianos ilustran Perfectamente su concepción de la represión y de lo reprimido. Frente a Freud, quien, como vimos, asigna un carácter inmoral a los contenidos del inconsciente, Rogers se erige nuevamente en defensor de una concepción distinta. Lo reprimido no es necesariamente lo inconfesable y perverso. Podemos también reprimir sentimientos e impulsos positivos. Lo reprimido, por tanto, es aquello incompatible con la imagen previa de nosotros mismos.
En lo que se refiere a la instancia que ejerce la represión, el pensamiento de Rogers aparece también bastante claro. A pesar de sus ambigüedades terminológicas de los primeros escritos, las cuales pusimos enteriormente de relieve(4), no hay una instancia represora particular, sino que es el organismo quien expulsa las experiencias de la conciencia. La única fuerza dinámica es la tendencia actualizante del organismo, y no es preciso recurrir a otras fuentes de energía distintas a la misma. El self no es ningún agente activo, a la manera del ego freudiano, sino simplemente un filtro o tamiz a través del cual actúa la tendencia fundamental del organismo. Admitir su existencia, no supone por otra parte, la admisión de un «alma» o facultad interna distinta del organismo.
El mecanismo de la subcepción
Para explicar cómo se produce la represión acude Rogers a este mecanismo propugnado por McCleary y Lazarus (389). Las experiencias contrarias al «concepto del sí mismo» pueden ser rechazadas antes de llegar a la conciencia, porque la persona las percibe a nivel inconsciente, o, mejor, las «subcibe». Veamos cómo describe Rogers esta hipótesis:
«Cuando estudiábamos nuestro material clínico y nuestros casos grabados, algunos de nosotros —incluyendo al autor— comenzamos a desarrollar la teoría de que de algún modo se podía reconocer una experiencia amenazadora, e impedir que ingresara en la conciencia, sin que la persona haya sido nunca consciente de ella, ni aún momentáneamente. A otros miembros del grupo les pareció una explicación sumamente irracional, puesto que implicaba un proceso de «saber sin saber» o de percibir sin percibir».
«En este punto comenzaron a producirse una cantidad de trabajos de laboratorio muy esclarecedores. A partir de los trabajos de Bruner y Postman sobre los factores personales que influyen en la percepción, se produjeron ciertos hallazgos que se referían directamente al problema que hemos planteado. Comenzó a hacerse evidente que, aun en la presentación taquitoscópica de una palabra, el sujeto «sabe», o «prepercibe», o responde al valor positivo o negativo de la palabra antes de reconocer conscientemente el estímulo… Con una cantidad de datos cada vez mayor, parece que es lícito concluir lo siguiente: el individuo parece capaz de discriminar entre los estímulos amenazadores y no amenazadores, y reaccionar de acuerdo con ello, aun cuando sea incapaz de reconocer conscientemente el estímulo ante el cual está reaccionando. McCleary y Lazarus, cuyo estudio es en gran medida el más cuidadosamente controlado de todos los estudios hasta la fecha realizados, acuñaron el término «subcepción» para describir este proceso» (54, pág. 429).
Según dichos autores, se da una respuesta fisiológica del organismo al estimulo, la cual evalúa y discrimina la experiencia, y es previa a la percepción consciente. Gracias a esta capacidad discriminativa, la persona puede discriminar la experiencia a un nivel previo al de la conciencia, y este mecanismo, explica, por otra parte, el sentimiento de angustia frente a la amenaza, percibida de modo inconsciente por el organismo.
El estado de incongruencia
Una de las consecuencias de este fenómeno de la represión y distorsión de ciertas experiencias es el estado de incongruencia de la persona. «De este modo, desde el momento en que se produce la primera percepción selectiva en términos de las condiciones de valor, puede decirse que existe el estado de incongruencia entre el «sí mismo» y la experiencia, de desajuste psicológico y de vulnerabilidad», (92 pág. 226). Este estado es producto de la discrepancia entre el «concepto del sí mismo» y del organismo. «La persona no puede ya vivir como un todo unificado. …Ciertas experiencias tienden a amenazar al «sí mismo». Para mantener su estructura son necesarias ciertas reacciones defensivas. La conducta es regulada unas veces por el «sí mismo», y otras veces por aquellos aspectos de la experiencia del organismo que no son incluidos en el «sí mismo». La personalidad resultante está dividida, con las tensiones y el funcionamiento inadecuado que acompañan a esta falta de unidad» (92, pág. 226).
Esta es la alienación fundamental de la persona desde el momento en que, por ganarse el favor de sus padres, comienza a falsificar ciertos valores de su experiencia y a percibirlos únicamente conforme a criterios ajenos. Desde ese momento, el «concepto del sí mismo» consciente entra en conflicto con el organismo, y la tendencia actualizante del organismo no puede operar con libertad. Se ve aplastada, por así decirlo, por la tendencia a preservar y mantener el «concepto del sí mismo». Ahora bien, ¿por qué se produce esta alienación? ¿Es algo natural en el curso del desarrollo humano?
En 1959 Rogers atribuye esta disociación a un proceso natural. No ha sido una elección consciente, sino una evolución natural —aunque trágica— desde la infancia. En 1963, en cambio, se corrige y afirma que se trata de una canalización perversa de la tendencia actualizante. Veamos ésto con un poco más de detalle.
Se recordará que cuando hablamos de la tendencia actualizante del organismo vimos cómo Rogers mencionaba otra tendencia a la actualización del «sí mismo» que se desarrollaba a raíz del nacimiento del mismo. Según esta concepción, la tendencia actualizante promueve el desarrollo del organismo por un lado, pero por otro tiende también a actualizar el «concepto del sí mismo». «De este modo, tenemos a la tendencia actualizante dividida en dos sistemas cuyas direcciones son antagónicas, al menos parcialmente» (122, pág. 16).
En 1963 Rogers se muestra disconforme con esta explicación. «No estoy seguro —dice— de que esta concepción comprenda los hechos del modo más eficaz para promover la investigación. No veo ninguna solución clara al problema, pero creo que quizá considero el problema en un contexto más amplio» (122, pág. 16). La solución la encuentra acudiendo al medio ambiente, y cargando las culpas sobre él, con mucha más fuerza que antes. La tensión, la disociación, el conflicto, no es debida a la naturaleza humana, sino al ambiente. Pero veamos cómo lo explica. En el comienzo de la disociación se halla el amor condicional de los padres, el cual es el causante de la introyección de sus valores y de la disociación entre el organismo y la conciencia. Esto no constituye nada nuevo. La novedad está en que ahora no es considerado como una cosa natural.
«Gradualmente he llegado a ver esta disociación, grieta, alienación, como algo aprendido, una canalización perversa de una parte de la tendencia actualizante en conductas que no actualizan. Sería algo similar a la situación en la que los impulsos sexuales se canalizan de modo perverso, mediante el aprendizaje, en conductas totalmente distintas de las metas fisiológicas y evolutivas de estos impulsos. A este respecto, mi pensamiento ha cambiado durante la década pasada. Hace diez años, traté de explicar la grieta entre el «sí mismo» y la experiencia, entre las metas conscientes y las direcciones organísmicas, como algo natural y necesario, aunque infortunado. Ahora creo que los individuos son condicionados, recompensados y gratificados culturalmente hacia conductas que de hecho son perversiones de las direcciones naturales de la tendencia actualizante unitaria» (122, págs. 1920).
Según esta concepción, la tendencia actualizante no se subdivide en dos sistemas naturalmente opuestos. La división es una perversión de la misma, y es producto de la cultura, y no es en absoluto consecuencia natural de la evolución del hombre.
Posteriormente tendremos ocasión de ver la concepción filosófica escondida bajo esta explicación de la trágica situación del hombre.
El caso es que, desde un punto de vista psicológico, en el hombre se dan dos sistemas contrapuestos: el organismo y la conciencia, la experiencia y la percepción distorsionada de la misma, los valores propios y los valores extrínsecos. Esta disociación, merced a la cual la persona se ha separado de la dirección del organismo, y ha perdido su confianza en él, es la que explica la situación real de la persona inadaptada.
El desarrollo de discrepancias en la conduela
Dejábamos anteriormente a la persona dividida en sus percepciones y en sus valores. Veíamos cómo su «Concepto de sí mismo» filtraba la percepción de sus experiencias e incluía muchos valores ajenos a su experiencia. Ahora vamos a considerar su conducta, para comprender, desde otro punto de vista, el funcionamiento del «sí mismo» dentro del psiquismo humano. Su función, además de seleccionar la percepción, es la de regular la conducta, substituyendo al proceso evaluador organísmico de la primera etapa.
En 1959, la teoría de la personalidad propone a continuación de la incongruencia y en parte como consecuencia de la misma, las incongruencias surgidas en la conducta.
Hay conductas que son consistentes como el «concepto del sí mismo, y lo sustentan y desarrollan. Estas conductas son simbolizadas adecuadamente en la conciencia. Pero existen otras conductas que mantienen y desarrollan aspectos de la experiencia no integrados en el «concepto del sí mismo». Tales conductas tampoco son reconocidas como parte de uno mismo, o son percibidas de modo selectivo y sólo en aquellos aspectos concordes con el «concepto del sí mismo». Por ejemplo, toda aquella conducta que no es controlada por el «concepto del sí mismo» (el sueño entre otras) no es considerada como parte de uno mismo. Asimismo aquellas conductas incompatibles con el «concepto del sí mismo», y encaminadas a satisfacer necesidades no admitidas en la conciencia, no son consideradas como propias. Esto se observa en los casos de conductas compulsivas, las cuales muchas veces no son admitidas como propias.
La regulación de la conducta
Este hecho nos lleva a considerar el problema de la regulación de la conducta en la persona adulta. En 1952 (62, pág. 68) Rogers afirma la influencia del «sí mismo» sobre la conducta:
«este esquema consciente del sí mismo tiene una influencia reguladora y rectora de la conducta». Con otras palabras, quien regula y dirige la conducta humana es este «concepto del sí mismo». El es el «referente que suministra el “feedback” por el que el organismo regule la conducta» (104, pág, 9).
Junto a la tendencia actualizante, que suministra la energía, aparece este sistema regulador de la misma, que informa al organismo de la adecuación o no adecuación de la conducta con las necesidades derivadas de la tendencia actualizante. Esta no opera ciegamente, sino que antes tiene que existir una percepción de los factores de elección. El organismo humano necesita conocer cuáles son las conductas gratificantes y cuáles las regresivas, y este conocimiento se lo brinda el «concepto consciente del sí mismo». En el caso de una clara adecuación entre el «concepto del sí mismo» y la experiencia, habrá una convergencia de criterios, y la persona optará por aquellas conductas totalmente actualizantes de su organismo y de su «concepto de sí mismo». La consciencia caminará sobre la experiencia y no habrá distorsiones. Pero en la mayoría de los mortales, en los que el «concepto del sí mismo» es una estructura rígida impuesta a la experiencia, y no se adecúa a la misma, entonces la persona optará por aquellas conductas congruentes con su yo consciente pero contrarias a su actualización.
De este modo, la conducta humana se rige por el principio de la «autoconsistencia» anteriormente mencionado de Lecky. Las conductas compatibles con el «concepto del sí mismo» constituyen la mayor parte de las conductas aceptadas por la conciencia. «Los únicos canales por los cuales se pueden satisfacer las necesidades son aquellos coherentes con el “concepto del sí mismo”» (54, pág. 430). Las incompatibles con el mismo, como vimos anteriormente, o son rechazadas, o son canalizadas por otras vías acordes con dicho concepto.
Conductas patológicas
Supuesta esta discrepancia fundamental entre el organismo y el «sí mismo», la explicación de las conductas patológicas resulta relativamente fácil. Rogers distingue en 1959 dos tipos fundamentales de conductas derivadas de esta incongruencia: las defensivas y las desorganizadas. Las primeras responden a las que ordinariamente son consideradas como neuróticas, aunque incluyen también algunas psicóticas, como ciertas conductas paranoides y estados catatónicos. La categoría de conductas desorganizadas comprende muchas conductas psicóticas «irracionales» y «agudas». Veamos cómo se explica su génesis y desarrollo.
- Conductas defensivas.— La persona incongruente experimenta la amenaza cuando mediante la subcepción discrimina experiencias incompatibles con su «sí mismo».
La naturaleza esencial de la amenaza consiste en que ataca a la misma organización o «estructura del sí mismo». Si la experiencia amenazante fuese simbolizada exactamente en el «sí mismo», éste no sería ya una configuración consistente, sino que incluiría elementos contradictorios. La reacción afectiva frente a esta amenaza la constituye la angustia. La ansiedad, según Rogers, «puede ser la tensión que muestra el concepto organizado de sí mismo cuando estas subcepciones indican que la simbolización de ciertas experiencias sería destructiva para la organización» (54, págs. 429430).
Frente a esta amenaza, además de angustiarse, el organismo reacciona con la defensa, o proceso defensivo. Como dice Rogers (54, pág. 16), «cualquier experiencia incompatible con la organización o estructura de la persona puede ser percibida como una amenaza, y cuanto más numerosas sean estas percepciones, más rígidamente se organizará la estructura de la persona para preservarse». Él proceso de defensa tiene como finalidad primordial mantener la «estructura del sí mismo». Consiste fundamentalmente en la represión estudiada anteriormente: «Este proceso consiste en la percepción selectiva o distorsión de la experiencia, y/o el rechazo fuera de la conciencia de la experiencia o de alguna porción de la misma, manteniendo de esta forma la percepción total de la experiencia consistente con la “estructura del sí mismo” del individuo, y con sus condiciones de valor» (92, pág. 227).
Las conductas defensivas suscitadas como reacción frente a la amenaza contra la propia imagen de uno mismo son de naturaleza muy diversa. Por ejemplo, una de ellas puede ser la racionalización, que supone una percepción distorsionada de la conducta para hacerla congruente con nuestra propia imagen. La fantasía es otro tipo de reacción defensiva. En lugar de admitir la experiencia contradictoria con uno mismo, se crea un mundo nuevo simbólico que protege al “sí mismo”. Otro ejemplo lo constituye la proyección. Pero todas estas conductas son básicamente resultado de los mecanismos represivos anteriormente mencionados. «Tales ejemplos podían multiplicarse, pero quizá lo que es más claro es que la incongruencia entre el «sí mismo» y la experiencia es manipulada por la distorsión de las percepciones de la experiencia, o por la negación en la conciencia de la experiencia (la conducta raramente se niega, aunque esto es posible), o por alguna combinación de distorsión y negación» (92, pág. 228).
Las consecuencias generales de este proceso de defensa, además de la persistencia de la rigidez de la «estructura del sí mismo», son la rigidez perceptual, debida a la necesidad de distorsionar las percepciones, la falsa percepción de la realidad, debida a la distorsión y omisión de datos, y la falta de diferenciación en el campo perceptual. - b) Conductas desorganizadas.— En algunos casos especiales, cuando la incongruencia entre el «sí mismo» y la experiencia es demasiado grande, el proceso de defensa puede resultar incapaz de sostener la organización del «sí mismo», especialmente en ocasiones en que se produce una viva experiencia de esta incongruencia, ya sea de modo repentino o con una extraordinaria claridad. Rogers no especifica con detalle estas ocasiones críticas en las cuales puede derrumbarse la «estructura del sí mismo». Habla en términos generales de «una experiencia significativa demostrativa de la incongruencia que, o bien aparece repentinamente o con un grado muy alto de claridad» (92, pág. 229), y después aduce dos ejemplos, uno tomado de la terapia, cuando el individuo rompe los moldes rígidos del «concepto del sí mismo», y otro tomado de la experiencia de un brote psicótico.
La descripción de este tipo de conductas resulta algo más concreta. «En semejante estado de desorganización, el organismo se comporta a veces de manera totalmente consistente con las experiencias hasta entonces distorsionadas o rechazadas de la conciencia, y a veces de modo consistente con el «concepto del sí mismo», cuando éste vuelve a tomar las riendas. De modo que, en este estado de desorganización, la tensión entre el «concepto del sí mismo» (con la inclusión de sus percepciones distorsionadas) y las experiencias no simbolizadas exactamente y excluidas de él, se manifiesta mediante un dominio confuso, en el cual el «feedback» regulador de la conducta del organismo es proporcionado primero por uno y después por el otro» (92, pág. 229).
La conducta resultante de este proceso de desorganización se caracteriza por sus cambios bruscos y carentes de sentido. Unas veces será dominada por las experiencias orgánicas inconscientes, y la persona carecerá totalmente de control, y otras veces el «sí mismo» podrá ejercitar sus funciones reguladoras, aunque por poco tiempo. Pero en tal caso, será un «concepto de sí mismo» muy distinto, y poco digno de confianza, dada su incapacidad manifiesta en controlar ciertas fuerzas.
Esta es la teoría rogeriana de la psicosis, la cual es muy incompleta, hipotética, y, como reconoce el mismo Rogers, «nueva, provisional y necesita verificarse» (92, pág. 229).
La inadaptación psicológica
La teoría rogeriana de la inadaptación psicológica recoge todo lo anteriormente expuesto acerca de la disociación entre el seif y la experiencia, con el consiguiente desarrollo de la angustia, amenaza y conductas defensivas, y la posible desorganización de la conducta y de la personalidad. El núcleo de la misma reside en el rechazo de ciertas experiencias incompatibles con el «concepto del sí mismo», y en la tensión que se sigue de este hecho(5). Los sentimientos de inadecuación son producto de la concienciación de esta tensión procedente de la disociación o discrepancia entre el self y la experiencia organísmica, y suelen ser tan penosos que obligan al cliente a acudir al terapeuta.
La inadaptación psicológica supone, por tanto, el final del largo camino de separación del organismo iniciado en la infancia, y sitúa al individuo frente a una situación óptima para la psicoterapia.
No querríamos terminar estas líneas relativas a la enfermedad mental sin hacer algunas consideraciones acerca de lo que pudiéramos llamar psicopatología rogeriana. Como podrá apreciarse, ésta es muy sencilla, y no parece haber sido muy elaborada por Rogers. Todo se reduce a la discrepancia entre el self y el organismo, y no se encuentran alusiones a los distintos mecanismos psicológicos que producen los diversos síndromes psiquiátricos. Aquí, como en otras muchas ocasiones, Rogers peca de excesiva simplicidad y omite datos importantes. Pero la psicopatología no parece haberle interesado demasiado. Únicamente al final de su carrera se interesará por la esquizofrenia, y sostendrá la continuidad existente entre neurosis y psicosis, pero incluso entonces sus afirmaciones resultan vagas e imprecisas y no contienen ninguna aportación original. En esto también puede verse el influjo de los orígenes de su psicoterapia en la clínica infantil y en el «counseling» de estudiantes con leves trastornos de conducta.
La reorganización de la persona
La teoría rogeriana de la personalidad concluye con unas hipótesis relativas al proceso de reorganización de la persona y a los resultados del mismo, es decir, a la persona hipotética resultante de la restauración del contacto con sus experiencias.
El proceso terapéutico es concebido como un volver a restaurar el contacto de la persona con el organismo. Para ello habrá que subsanar los fallos ocurridos durante el desarrollo. Si la discrepancia o incongruencia entre self y experiencia fue debida en sus inicios a una condicionalidad y falta de plenitud en el amor de los padres al niño, la terapia centrada en el cliente tendrá que ofrecer unas condiciones de incondicionalidad en la aceptación y de totalidad en la comprensión. Si lo que mantiene rígido al «concepto del sí mismo» es el sentimiento de sentirse amenazado, la terapia centrada en el cliente ofrecerá una atmósfera totalmente libre de amenazas, y de este modo podrán hacerse añicos las defensas del cliente. En estas nuevas condiciones ideales, el cliente será capaz de explorar por sí solo su campo perceptual, y con la ayuda de la comprensión empática del terapeuta, comenzará a reconocer como propias muchas de sus experiencias anteriormente negadas. Así reorganizará nuevamente su self, y saldrá del estado de incongruencia e inadaptación. Volverá a vivir unido a su organismo, y la tendencia actualizante operará en él sin las trabas causadas por la introyección de los valores ajenos. En consecuencia, el proceso culminará en una persona unificada, integrada, armónica, congruente con todas sus experiencias, cuyas características principales comenzarán a ser consideradas por Rogers como modelo y meta hacia la cual tiende la terapia. La persona plena, o persona que funciona de modo óptimo comienza ahora a interesar a Rogers, y la incluirá en la teoría de la personalidad del año 1959 como término y meta de la terapia. Por corresponder esta teoría de la persona óptima a otra etapa del pensamiento rogeriano, dejamos su consideración para capítulos posteriores.
Evidencia empírica de la teoría de Carl Rogers
En su exposición de 1959, Rogers presenta algunas pruebas empíricas favorables a su teoría. Los trabajos en ellas expuestos son fundamentalmente los mismos que los presentados en 1951 como evidencia de los cambios terapéuticos. Pero además se hace mención de otros trabajos importantes de la terapia centrada en el cliente, y sobre todo, de un nuevo instrumento para el estudio del concepto del «sí mismo». Lo que antes no había podido ser medido más que de modo indirecto —es decir, mediante el estudio de las actitudes relativas al self—, ahora es accesible a una investigación más directa. La técnica Q, desarrollada por Stephenson como técnica estadística (cfr. 477), proporciona a los rogerianos la posibilidad de conseguir unas distribuciones —las distribuciones Q—, capaces de reflejar empíricamente conceptos tan abstractos como el del «self» o el «self ideal». Comparando las diversas distribuciones estadísticas de frases relativas al self y al ideal, pronunciadas por el sujeto, era posible medir los efectos de la terapia sobre los cambios en tales distribuciones. Sólo era preciso comparar el índice de correlación estadística entre las diversas distribuciones de tarjetas o frases, y ver si aumentaba o disminuía en función de la terapia. La investigación sobre los efectos de la terapia llevada a cabo por los rogerianos en la universidad de Chicago durante los primeros años de la década de los 50, y resumida en el libro titulado «Psychotherapy and personality change» (72), es la mejor expresión de estos intentos de estudiar empíricamente el «concepto del sí mismo».
Pero el otro concepto capital de la teoría rogeriana, el de la «experiencia del organismo» permanecía en la oscuridad y seguía inaccesible a la investigación. ¿No habría modo de verificarlo empíricamente y demostrar de este modo el concepto de congruencia entre el self y la experiencia? La tarea era difícil, y de hecho esta dificultad de verificar empíricamente el concepto de la experiencia será uno de los factores que impulsarán a la teoría de Rogers hacia derroteros más existenciales. Pero a pesar de la dificultad, los rogerianos intentaron acercarse a este concepto mediante el uso de la técnica Q. Así, por ejemplo, Butler y Haigh (242) dieron por supuesto que la distribución del «self ideal» correspondería al concepto de experiencia orgánica, mientras que la del «self real» representaría al «concepto del sí mismo», y compararon ambas distribuciones con vistas a medir los cambios operados por la terapia en las mismas.
Chodorkoff (272) en un trabajo sobre la defensa perceptual, define operativamente el término «experiencia» de acuerdo con la distribución de frases relativas al self del cliente hecha por el terapeuta. En el fondo, esta distribución no pretende otra cosa que describir operativamente a la persona desde la perspectiva del clínico. Pero se supone que tal descripción será una representación operativa de las experiencias reales del cliente. Para tener una idea de la congruencia entre el self y la experiencia del cliente, bastaba con calcular el índice de correlación existente entre la distribución de tarjetas o frases realizada por el clínico, y la realizada por el cuente.
Pero lo más valioso del trabajo del Chodorkoff son sus conclusiones relativas a la defensa perceptual. El tema de la defensa era muy importante para Rogers. Dado que casi todas investigaciones dependían casi exclusivamente de los informes verbales del cliente, y dado que estos podían verse afectados seriamente por las distorsiones y falsificaciones tanto conscientes como inconscientes, se hacía necesaria una demostración empírica de su validez y fiabilidad. Para ello el mejor camino consistía en la demostración de la no interferencia de los mecanismos defensivos en los informes del cliente. Con estos fines y objetivos, Chodorkoff estableció las siguientes hipótesis: a) cuanto mayor sea la congruencia entre el self y la experiencia, tanto menor será el grado de defensa perceptual mostrado por el cliente; b) cuanto mayor sea la congruencia entre el self y la experiencia, tanto mayor será la adaptación del cliente, medida conforme al criterio clínico ordinario; c) cuanto mayor sea la captación de la persona, tanto menor será su defensa perceptual.
Para verificar tales hipótesis, Chodorkoff dio las siguientes definiciones operativas: «el self» es definido conforme a la distribución Q hecha por el cliente de las frases parecidas a él mismo. La «experiencia», como vimos, es definida conforme a la distribución Q hecha por el terapeuta de arreglo con el parecido que las frases tienen, a su juicio, con el cliente. La defensa perceptual es medida según las diferencias en el tiempo de reconocimiento de dos tipos de palabras presentadas taquitoscópicamente. Se midió el tiempo de reconocimiento de unas palabras neutras, y luego el de otras amenazantes. La diferencia entre ambos tiempos de reacción constituye una medida de la defensa.
La experiencia empírica confirmó plenamente las hipótesis de Chodorkoff. Con ello, la teoría rogeriana de la personalidad quedaba confirmada por el método científico. La teoría rogeriana, a pesar de sus ataques al punto de vista objetivo de la psicología, buscaba una validación empírica.
Resumen de la teoría de la personalidad de Carl Rogers
Después de haber estudiado con detalle los diversos aspectos de la teoría, vamos a resumirla tan brevemente como sea posible. Se trata de una teoría fundada en la experiencia clínica de Carl Rogers, y que busca con ahínco una confirmación empírica conforme a los módulos de la ciencia psicológica. Pero al adoptar un punto de vista fenomenológico, y por tanto subjetivista, lleva dentro de sí una fuerte dosis de anticientifismo. Esto agudizará, como veremos en capítulos posteriores, el conflicto entre lo científico y lo subjetivo presente en Rogers desde sus primeros comienzos, y, en todo caso, será un signo de su carácter contradictorio.
Por otra parte, es una teoría eminentemente práctica: está orientada a describir y explicar lo sucedido en la terapia de Carl Rogers. De ahí que sea incompleta, y no tenga pretensiones estructuralistas ni tampoco pretenda ofrecer una visión totalizante de toda la personalidad. Se concentra en los aspectos de la misma relacionados con el cambio terapéutico, y no en la estructura de la personalidad. En este sentido, es una teoría dinámica.
La teoría está construida en torno a dos conceptos o nociones fundamentales: el «concepto del sí mismo», o imagen subjetiva de nosotros mismos, y el «organismo», o totalidad organizada de la psique y el soma. Estos dos conceptos claves sirven para situar a la teoría rogeriana dentro de dos corrientes importantes de la psicología: la tradición fenomenológica importada a los Estados Unidos por Snygg y Combs, y la tradición organísmica representada por Goldstein, Angyal y otros psicólogos humanistas americanos. Rogers toma muchos elementos de estas teorías, así como también de otras teorías menos importantes, y les da la impronta de su propia personalidad, es decir, los combina con una gran simplicidad y optimismo. La teoría resultante, en consecuencia, cae dentro de la tendencia humanística o «tercera fuerza» de la psicología americana. El organismo humano es concebido por Rogers como una totalidad organizada de experiencias, las cuales se constituyen en un campo fenoménico regido por las leyes de la Gestalt. El organismo es dinamizado por una tendencia fundamental, el impulso hacia la actualización o autorrealización, y al mismo tiempo está dotado de un sistema regulador mediante el cual dirige su conducta hacia la satisfacción de las necesidades derivadas de ese impulso básico.
El «concepto del sí mismo» es un constructo fenomenológico. No es un «yo» agente —en sentido psicoanalítico—. Es una porción del campo perceptual que va formándose a medida que la persona interactúa con el medio ambiente. Es la propia imagen fenoménica del sujeto. Contiene las percepciones, valores e ideales del individuo, organizadas en una configuración o gestalt que tiene la particularidad de ser totalmente consciente.
Dentro de la dinámica de la personalidad, el «concepto del sí mismo» tiene la función de seleccionar las percepciones del individuo y regular la conducta del mismo. El principio conforme al cual se rechazan o admiten las experiencias en la consciencia es el de su consistencia o congruencia con la «imagen de uno mismo». Aquellas experiencias coincidentes con el self son aceptadas en la conciencia. Las que no lo sean pueden seguir un doble camino: o bien ser distorsionadas, o bien ser totalmente negadas.
En el curso ordinario del desarrollo de la personalidad, no suele darse una consistencia o coherencia plena entre el «concepto del sí mismo» y las experiencias del organismo. Al contrario, la persona suele desarrollar un estado de incongruencia, o lo que es lo mismo, se divorcia de su realidad orgánica. El conflicto reside en los primeros años de la infancia aunque no se especifica cuándo. Debido a las actitudes evaluativas y poco aceptativas [sic] de los padres, el niño, impulsado por una necesidad que primero es de conservar el amor paterno, y luego de conservar su propia autoestima, desarrolla unas condiciones de valor o introyecta unos valores ajenos como si fueran propios, y se ve forzado a rechazar ciertas experiencias satisfactorias y a distorsionar la simbolización de otras. A partir del momento en que se produce la primera distorsión de la experiencia, comienzan a sentarse las bases para la posterior incongruencia o discrepancia entre el organismo y el «concepto del sí mismo». Este último va distanciándose cada vez más de las experiencias reales de la persona, y los valores organísmicos van siendo substituidos por otros valores extrínsecos recibidos de los demás.
En consecuencia, la conducta ya no intenta satisfacer las necesidades del organismo, sino que se hace defensiva, es decir, intenta preservar la rígida «estructura del sí mismo», y, en consecuencia, la tendencia actualizante no puede llevar a cabo la actualización del organismo y es desviada hacia direcciones perversas. Se produce entonces la inadaptación psíquica. La persona que vive en tal estado de incongruencia o de disociación es una persona que vive en estado de tensión. Frente a la amenaza que le proporcionan las numerosas experiencias expulsadas de su conciencia, reaccionará con angustia y conductas defensivas. Necesitará de una psicoterapia, la cual intentará restablecer la congruencia entre el organismo y el self, mediante una reorganización de este último.
De esta manera, la terapia centrada en el cliente recibe una explicación coherente. El terapeuta, con vistas a facilitar esta reorganización, tendrá que poner unas condiciones de aceptación y comprensión que subsanen de algún modo la falta de las mismas durante las primeras experiencias de la infancia del cliente. Creando una atmósfera de libertad y seguridad, facilitará al cliente el liberarse de la amenaza y explorar sus propias experiencias. Comprendiendo al cliente, podrá facilitar la reorganización de todas sus experiencias en torno a un self más amplio, dúctil y maleable.
La teoría de la personalidad concluye, por tanto, con los resultados de la psicoterapia, resultados que ya fueron estudiados en el capítulo anterior. Es una teoría al servicio de una psicoterapia, y no hay que buscar en ella ninguna otra cosa ajena a la misma. Sus méritos y sus defectos, son los mismos que los de la terapia del Carl Rogers.
Notas a pie de página
- (1) Empleamos indistintamente los términos «concepto» o «estructura» del self, porque Rogers los suele emplear indistintamente. En sus primeros escritos emplea con mayor frecuencia la palabra «estructura», mientras que posteriormente prefiere utilizar el término «concepto». En 1959 (92, pág. 200), Rogers establece una diferencia terminológica entre ambas expresiones. Cuando se habla desde el punto de vista de la persona que tiene esa percepción de sí misma, se emplea el término «concepto». Cuando, por el contrario, se adopta un punto de vista mas extrínseco, entonces la palabra a utilizar es «estructura» Pero esto son sutilezas terminológicas, y no afectan a lo sustancial de la teoría.
- (2) Las alusiones de Rogers al dolor y tensión provocados por la acción de la tendencia actualizante io suelen ser frecuentes; pero, sin embargo, sus escritos tienen en cuenta esta posibilidad y dejan vislumbrar imidamente este factor agónico de la vida humana. Así, por ejemplo, en «Psicoterapia aplicada en el liente» se exponen casos clínicos en los que la terapia es patética y comporta verdaderos momentos de lolor. Toda la sección dedicada a la «Terapia tal como la experimenta el cliente» {54, págs. 7488) y 1 caso de la Señorita Cam (54, págs. 88122) dan testimonio de esto.
- (3) Standal sostiene el carácter adquirido de esta necesidad de consideración positiva, la cual no w otra cosa que una necesidad de calor, gusto, respeto, simpatía, aceptación plena por parte del otro. En J959 Rogers no se define con respecto al carácter innato o adquirido de esta necesidad, pero años después, en 1969 no acepta que sea adquirida (cfr. 175, pág. 90).
- (4) Los primeros escritos rogerianos atribuían al self fenoménico funciones propias de un agente interno, o al menos lo daban a entender al hablar de su capacidad de reorganizar el campo perceprual y de su rechazo de ciertas experiencias. Por ejemplo, en 1947 (39) encontramos frases tales como «el self se resiste a asimilar dentro de sí todo percepto inconsistente con su presente organización» (39, pág. 366). También en 1951 hay afirmaciones como la de que «su yo consciente puede impedir que esas experiencias sean simbolizadas)» (54, pág. 428), o «la organización fluida pero congruente que es la propia estructura o concepto de sí, no permite la inclusión de una percepción que difiera con él» (54, pág. 428). Para evitar interpretaciones erróneas de estos párrafos en 1959 Rogers afirmará: «no hay ningún homúnculo, ni otras fuentes de energía o acción en el sistema. El self, por ejemplo, no «hace» nada. Sólo ta expresión de la tendencia general del organismo a comportarse de modo que se mantenga y desarrolle» (92, pág. 196).
- (5) En 1951, la teoría de la inadaptación psicológica es formulada en los siguientes términos: «Si consideramos la estructura del sí mismo como una elaboración simbólica de una parte del mundo privado de las experiencias del organismo, podemos comprender que cuando se niega la simbolización a gran parte de este mundo privado resultan ciertas tensiones básicas. Luego, encontramos que hay una ifluencia tan cominadora entre el organismo experienciante tal como existe, y el concepto de sí, que ejerce una influencia tan dominadora en la conducta. Este sí mismo representa muy inadecuadamente la experiencia del organismo. El consciente se hace más difícil cuando el organismo lucha por satisfacer necesidades que son admitidas conscientemente y por reaccionar ante las experiencias rechazadas por el sí mismo conciente. Hay tensión, y si el individuo toma consciencia de esta tensión o discrepancia, se siente ansioso, siente que no está unificado o integrado, que no está seguro de su propia dirección» (54, pág. 432).
Acerca de este documento:
Autor: José M. Gondra Rezóla. “La psicoterapia de Carl R. Rogers. Sus orígenes, evolución y relación con la psicología científica” Capítulo V. Ed. Desclie de Brouwer, 1981.
Datos para citar este artículo:
Gondra Rezóla, José M.. (2021). Psicoterapia de Carl Rogers: orígenes, evolución y relación con la psicología científica. Boletín de Consultorio Psicológico Condesa, 14(1). https://psicologos.mx/psicoterapia-carl-rogers-origenes-evolucion/.
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