Según el autor de este artículo, la mayoría de sus pacientes fracasaba de algún modo en el proceso de despedirse o concluir alguna relación, ya sea por muerte, por divorcio, por ruptura de un romance, o por alguna otra razón.
También te puede interesar aprender cómo despedirte de un ser querido que ha fallecido.
Esta reacción, que llamó reacción de “apegarse”**, se presenta ante la pérdida de personas emocionahnente significativas. Ni siquiera es importante que la relación haya sido una relación llena de amor, por así decir. Incluso, la mayoría de tales relaciones se han caracterizado más bien por riñas, peleas y resentimientos mutuos que por amor.
La reacción adaptativa a la pérdida de una persona amada es un período bastante largo de pena y dolor, seguido por un renacer del interés por las personas vivas y las cosas en general.
Presumiblemente, la reacción adaptativa a la pérdida de una persona odiada sería una sensación de alivio. La reacción de “apegarse” tiene por objeto inhibir las emociones suscitadas por la pérdida y mantener presente a la persona en la fantasía.
En este artículo el autor expone las causas de la reacción de “apegarse”, la sintomatología que adquiere la persona que se “apega” y las técnicas de terapia guestáltica que él utilizó para que los pacientes puedan despedirse. Da también algunos ejemplos.
Causas de la reacción de apegarse
Una de las causas de la reacción de apegarse la constituye la presencia de gran cantidad de asuntos incompletos entre las dos personas, con anterioridad al término de la relación. Al decir “asunto incompleto” me refiero a una emoción vivenciada una o más veces durante la relación, pero que por diversos motivos no fue expresada.
Un ejemplo sería el empleado que, sintiendo rabia hacia su patrón, decide no expresarla por temor a ser despedido. Hasta que de alguna manera exprese su rabia, permanecerá con la tensión física que es producto del impasse entre la excitación física de la rabia y la fuerza inhibitoria que suprime la emoción.
Podrá intentar enfrentar esta situación inconclusa de maneras indirectas, por ejemplo, fantaseando con cantárselas a su patrón o con que éste muera en un accidente, o bien desquitándose con su mujer e hijos cuando retorna a su hogar. Haga lo que hiciere, estará tenso y angustiado, y se siente molesto por no haber hecho lo que debería haber hecho.
Hasta no encontrar una forma directa de dar curso a su rabia con su patrón, será incapaz de relajarse o comprometerse totalmente con otra persona o en otra actividad. Además, la relación con su patrón se tensará aun más.
Desde luego que ésta es una situación menor que probablemente no traerá mayores consecuencias. La mayoría de las personas que veo en terapia psicológica han acumulado gran cantidad de situaciones inconclusas de mucha intensidad emocional. Por ejemplo, un paciente que cuando niño fue humillado y disminuido constantemente por su padre.
Expresar su rabia hacia su padre hubiera significado su propia destrucción. Actualmente realiza continuos intentos de concluir esta situación provocando a cualquier figura de autoridad a que lo ataquen para luego contraatacar.
Los freudianos han discutido esta conducta neurótica y para describirla han acuñado el término “repetición compulsiva”. Sin embargo, no se han ocupado de los cambios físicos que se presentan. Además, la terapia freudiana, con su énfasis en el pensamiento y en los interminables juegos de los porqués, refuerza este aferrarse al pasado en vez de alentar su abandono. Por otro lado, el conductismo, mientras trabaja por la eliminación de la tendencia a las respuestas repetitivas, no da al cliente herramientas para prevenir futuras reacciones de aferrarse.
¿Qué hacen las personas para no concluir estás situaciones? En primer lugar, la gran mayoría de las personas comienzan desde la infancia a suprimir emociones dolorosas o arrolladoras mediante la contracción crónica de la musculatura lisa y esquelética y la inhibición de la respiración.
Esto produce el entumecimiento de sus cuerpos; y cuando llegan a ser adultos, su sensibilidad corporal está ya seriamente disminuida. Y como todos los sentimientos están localizados en el cuerpo, no logran percatarse de ellos. Esta falta de capacidad de darse cuenta les imposibilita concluir situaciones emocionales.
Incluso, si llegan a percatarse de sus emociones, su tendencia es suprimirlas; desde sus mentes reciben órdenes que dictan que no deberían enojarse, que no deberían expresar amor, que no deberían sentirse tristes. Así, entonces, van silenciando los mensajes que su cuerpo les entrega y van transformando la excitación emocional en dolor físico, tensión y ansiedad.
Una segunda modalidad que las personas utilizan para evitar concluir determinadas situaciones consiste en otorgar un gran valor a alguna de las ganancias secundarias que se obtienen de “apegarse”.
Cuando el presente no les resulta excitante o se sienten incapaces de comprometerse con otras personas, pueden dar alivio a sus sentimientos de soledad pensando en relaciones pasadas. Podríamos suponer que estas situaciones del pasado fueron placenteras; sin embargo, lo más probable es que hayan sido negativas.
Por ejemplo, “apegarse” a un resentimiento puede utilizarse para sentirse santurrón o para auto-compadecerse, características que mucha gente está dispuesta a adoptar. El resentimiento también puede ser usado como una excusa para no acercarse al objeto del resentimiento.
Por ejemplo, en un grupo había una mujer que hablaba continuamente de lo espantosa que era su madre. Siempre que alguien hablaba de su propia madre, ella comenzaba a hablar muy dramáticamente de las “terribles” cosas que la suya le había hecho. Cuando le pedí que imaginara a su madre en la habitación y le hablara, la culpó por arruinarle su vida.
Por supuesto, ella nunca enfrentaría directamente a su madre con su resentimiento; su disculpa era que no quería herirla y que “de cualquier manera, no serviría para nada”. Su verdadera razón para no enfrentarla era que pensaba que no tenía recursos para cambiar su propia situación, y su madre le servía como una pronta disculpa para todos sus fracasos en la vida.
Otro beneficio era que podía proyectar en su madre sus propios rasgos indeseables; cuando le señalé que ella se asemejaba a su madre en muchos aspectos, se estremeció y me rogó que no dijera eso porque odiaba tanto a su madre.
A pesar de que sus quejas frente al grupo le permitieron expresar algo de su resentimiento, la situación aun era incompleta para ella. Aún conservaba una buena dosis de odio y resentimiento que aparecía —aun cuando no estuviera hablando de su madre— en su tono de voz, en su postura y en sus gestos.
El virtuosismo o el ser normativo es un subproducto del apegarse, particularmente corriente en aquellos pacientes que evalúan todos los conflictos entre ellos y los demás en términos de bueno-malo, correcto-incorrecto.
Piensan que la única manera de resolver el conflicto para una persona es admitir que es culpable, o malo o estúpido. Ya que admitir estos juicios es humillante y degradante, mucha gente se apega de sus resentimientos con la esperanza de que el otro verá la luz y se humillará admitiendo que estaba equivocado.
Con frecuencia vemos que aun mucho antes que una relación termine, suele haber una gran cantidad de asuntos inconclusos.
Las cosas se complican aun más cuando una de las personas se aleja por cualquier razón y la relación termina.
Apegarse después del término de una relación
Pueden haber asuntos inconclusos entre padre e hijo, entre esposos, entre amantes, entre amigos, o entre cualquier otro par de personas que hayan tenido una relación intensa y duradera. Hay muchos asuntos inconclusos en la relación mientras ésta dura; cuando la relación termina —por muerte, por divorcio, por alejamiento de una persona, etc.—, la relación en sí misma queda inconclusa.
El individuo se halla aun cargado con mucha emoción acumulada y no expresada: viejos resentimientos, frustraciones, antiguas heridas, culpas e incluso amor y aprecio que no han sido expresados. La presencia de estas emociones inexpresadas dificulta poner término a la relación, sencillamente debido a que la otra persona ya no está cerca para escucharlas.
Una de las formas en que puede resolverse esto es que la persona exprese sus sentimientos en fantasía a la persona que se ha alejado. Sin embargo, pocos de mis pacientes han hecho esto. Hay una serie de razones de por qué no lo han hecho.
En primer lugar, algunas de las formas que las personas usan para evitar concluir cosas y que han sido expuestas en la sección anterior, también sirven para evitar concluir la relación y despedirse. Muchos pacientes no se han percatado de lo que sintieron al final de una relación.
Por ejemplo, recuerdo a un joven, quien no se daba cuenta para nada de la intensa culpa y pena que sintió al tener que matar a su gato regalón, por estar éste muy enfermo.
También se obtiene una serie de beneficios al no despedirse. La mujer sola que teme entablar nuevas relaciones con otros hombres puede usar su apego a su marido fallecido como excusa para no comprometerse.
Muchos americanos simplemente han perdido toda capacidad de despedir a sus muertos porque temen ese tipo de emociones —las que tienen que ver con muertes—. El proceso del duelo, que en otras partes del mundo es considerado algo natural y necesario, no ocurre con frecuencia en los Estados Unidos.
Las esposas de los Kennedy fueron elogiadas por no mostrarse emocionadas en público luego que sus esposos fueron asesinados. Contrastando con esto, la viuda de Tom Mboya, el político africano, fue retratada tratando de lanzarse a la tumba de su esposo.
Otro ejemplo de esta incapacidad de hacer lo que es necesario para concluir relaciones fenecidas es el de aquel individuo que ha sido engañado por su mujer. En lugar de expresar sus sentimientos de ira y dolor, tiende a guardarlos para no darle a la otra persona ninguna “satisfacción” por rechazarle.
La reacción adaptativa al divorcio y a la separación sería que cada uno expresara sus resentimientos remanentes y cada cual partiera por su camino; en lugar de esto, muchos divorciados continúan enganchados en una especie de guerrilla, especialmente cuando la alimentaron y el cuidado de los niños se acuerda por la vía legal.
Otra razón de la incapacidad de mis pacientes para despedirse es su falta de disposición a sentir el dolor que sentirían si soltaran las amarras. Probablemente como una reacción al puritanismo americano, que enseñó que la vida no era más que dolor, nos hemos transformado en una nación que cree que es erróneo sentir cualquier tipo de dolor.
Tan pronto las personas comienzan a sentirse angustiadas, toman tranquilizantes o fuman marihuana; tan pronto entran en conflictos con otros, tratan de darle término lo más pronto posible, ya sea evitando al otro o intentando dominarlo o manipularlo y “ganar”.
En vez de soltar las relaciones muertas, mucha gente evita su vacío y su soledad “manteniéndose ocupado”, encontrando una nueva relación lo más pronto posible, o pretendiendo que la persona muerta todavía anda por ahí.
Finalmente, muchas de las personas que evitan despedirse lo hacen porque sienten que dejar ir, especialmente a los muertos, es un deshonor para con ellos. La mayoría de mis pacientes ya no cree en una vida en el más allá, y a menudo sienten que la única clase de inmortalidad posible es la de ser recordado por los vivos.
No se dan cuenta que si realmente hubieran tenido una relación significativa con la persona mientras aun estaba presente, si realmente hubieran dicho “hola”, se habrían enriquecido y habrían ido cambiando continuamente a lo largo de la relación.
Entonces, la persona perdida hubiera realmente llegado a ser parte del que quedó y viviría en una forma mucho más significativa —como una parte del ser de esta persona— en vez de como un terrón de materia muerta introyectada que se interpone entre la persona y su mundo.
Resultados de apegarse
Una de las consecuencias del apegarse son los síntomas físicos. Algunos pacientes han identificado partes de sus cuerpos como representativas de personas que se han ido. Vi a dos mujeres en terapia psicológica que mantenían a sus madres en formas de úlceras.
Otro ejemplo es una joven mujer con la que trabajé en un taller de fin de semana que tenía las manos crónicamente frías, mantenía una actitud de reserva despreciativa hacia los demás y literalmente no los tocaba.
Su madre había muerto cuando ella tenía tres años, y durante nuestro trabajo se había dado cuenta de que sus manos frías eran lazos con su madre muerta y fría y también un símbolo de ella. Cuando fue capaz de despedirse de su madre, sus manos se entibiaron repentinamente, y por primera vez en su vida pudo tener un contacto significativo con los demás.
Otras personas se identifican enteramente con personas fallecidas y tienen el aspecto de cadáveres ambulantes; sus rostros y sus voces son inexpresivos, sus movimientos son controlados y mecánicos, y dicen sentirse físicamente entumecidos.
En segundo lugar, los que han rehusado despedirse generalmente presentan síntomas emocionales. For ejemplo, aquellos que se han identificado con personas fallecidas, están emocionalmente muertos. No me estoy refiriendo a personas deprimidas; esta gente no siente depresión, no siente nada.
Sin embargo, también hay personas que, a causa de no haber completado su proceso de duelo, presentan una forma atenuada de depresión crónica. Son de aspecto abatido, apáticos, y tienen poco interés real en la vida. Han estado deprimidos por tanto tiempo que con frecuencia no se percatan de su depresión.
Otro resultado emocional bastante corriente de la reacción de apegarse es una actitud auto-compasiva y quejumbrosa hacia sí mismo; y, hacia la persona que se ha sido, una actitud quejosa y culpante.
El quejumbroso a menudo usa a la persona que ha perdido como excusa para sus inadecuaciones: “Si mi padre me hubiera querido más, mi vida no sería ahora este desastre”.
El reverso del quejumbroso es el que se agobia a sí mismo con culpas; “Si yo hubiera sido más bueno con mi padre antes de que muriera, se hubiera sentido más feliz, y ahora yo estaría mejor. Ahora no hay forma de remediarlo”.
Un tercer síntoma es la incapacidad para establecer relaciones estrechas con otras personas. El que está continuamente fantaseando con el pasado o con relaciones con personas que se han ido, tiene poco tiempo para los que están cerca. No ve, ni oye, ni siente lo que ocurre en el presente.
Mientras mayor es la capacidad de una persona para concluir situaciones en una relación, más auténtica es la relación. Sin embargo, lo que sucede en la mayoría de las relaciones íntimas es que después de un tiempo se han acumulado tantos resentimientos y desengaños inexpresados que las personas cesan realmente de ver, escuchar o sentir al otro en el presente.
En contraste, las personas que pueden despedirse con un buen “adiós” cuando se van temporalmente, son más capaces de comprometerse totalmente con el otro de una forma realista, fresca y significativa cuando se encuentran nuevamente.
Así, resulta muy importante destacar que el despedirse del padre fallecido o del esposo divorciado, es un proceso idéntico al expresar sentimientos a otra persona y a dejarlo ir durante una ausencia temporal.
Trabajando la despedida con pacientes
El primer paso para ayudar a despedirse a un paciente que está apegado es hacerlo tomar conciencia de su estar apegado y de cómo hace esto. Por lo general, es algo que el paciente dice o hace en terapia psicológica de grupo o individual, lo que me hace sospechar que está en conflicto respecto a algún asunto incompleto.
A veces puede ser un sueño en que aparece la persona muerta, otras veces es un simple gesto. Por ejemplo, en algunos pacientes que han mirado hacia arriba cuando hablan, he descubierto que estaban mirando hacia el “cielo”. Algunas veces el pariente se muestra tan desvitalizado que tengo la corazonada que se ha identificado con una persona fallecida.
Entonces le pregunto al paciente si tiene algún asunto inconcluso con alguien que se ha marchado, y si la respuesta es afirmativa, le pregunto si quiere despedirse. En este momento muchos pacientes dirán que sí; si abiertamente afirman que no desean soltarse del cadáver, trabajaré con ellos lo suficiente como para que se percaten de sus objeciones a despedirse.
Si después de descubrir sus objeciones aun insisten en que no quieren desprenderse y que no tienen conflicto en ello, me detengo ahí. Si un paciente desea trabajar en despedirse, entonces procedo con el siguiente paso.
Trabajando con el asunto incompleto
Como segundo paso, tomo una silla vacía, la ubico frente al paciente y le pido que imagine a la persona fallecida, sentada en ella. Luego le pregunto qué está vivenciando mientras imagina a la persona muerta. Sea cual fuere la emoción o el pensamiento expresado, le pido al paciente que se lo diga directamente a la persona fallecida.
Frecuentemente, los parientes vivencian resentimiento por no haber sido “queridos lo suficiente”, o bien sienten culpas por no haber sido más bondadosos con la persona antes de que muriera. Luego que ha dicho lo que quiere decir, le pido que se cambie de silla y sea la persona muerta. Es frecuente que el paciente diga algo en forma espontánea, pero si no es así, le pregunto nuevamente por lo que está vivenciando, esta vez en el papel de la persona fallecida.
Cuando responde, le pido que se diga eso a sí mismo sentado en la otra silla. La persona fallecida imaginada por el paciente puede sentir rabia por la falta de bondad del paciente hacia él; o bien, puede asumir un actitud defensiva ante el resentimiento expresado por el paciente y dar disculpas por su falta de amor. Después que la persona muerta ha dicho lo suyo, le pido al paciente que cambie de asiento y vuelva a ser él mismo en la primera silla, y le pido que responda al muerto imaginado.
Cuando el paciente se ha metido completamente en los dos roles, le sugiero que se cambie de sillas tantas veces como quiera.
En casi todos los casos se expresa mucha emoción —rabia, dolor, resentimiento, amor, etc.—. Cuando ya el paciente aparenta no tener más asuntos inconclusos, le pregunto si se siente preparado para despedirse. Frecuentemente, los parientes dicen estar listos, pero son incapaces de hacerlo directamente frente al imaginado y fallecido ser querido.
En otras ocasiones, su despedida no suena convincente. En cualquier caso, los ayudo a que se percaten que aun no están listos para soltar a su muerto, ya sea por miedo a no encontrar gente viva con la que relacionarse o porque aun tienen asuntos inconclusos. No empujo ni aliento al paciente en tanto esté dispuesto a hacerse responsable de su apego.
Sin embargo, si el paciente está dispuesto y listo para concluir la relación, por lo general se produce una explosión emocional. Lo habitual es que el paciente complete su proceso de luto y llore; sin embargo, a veces se presenta un sentimiento de gran alivio y alegría por haber eliminado un peso muerto.
Toda vez que este tipo de trabajo sucede en un grupo, es una experiencia bastante conmovedora para mí como para todos los demás presentes.
Lo típico es que surjan sentimientos de mayor calidez y cercanía en el grupo y la mayoría de las personas que participan como observadores al trabajo expresan una especie de profundo y religioso amor por la vida.
Si bien no he hecho estudios sistemáticos sobre los efectos posteriores, mi impresión es que los resultados son duraderos: lo habitual es que el paciente piense poco o nada en la persona desaparecida, y adquiera un sentimiento de mayor energía y un mayor interés por la vida y las demás personas.
Ejemplo clínico
Lo que sigue es una recreación de parte del trabajo que en un taller de fin de semana llevé a cabo con una mujer con la que no había tenido ningún contacto previo. La mujer, a la que llamaré “Sra. R.” era una ama de casa, casada, de alrededor de treinta y cinco años de edad.
Hablaba en forma muy mecánica, dando la impresión de ser una niña que recitaba un poema que se vio forzada a memorizar, pero que no entendía. En la relación con su esposo e hijos hacía el papel de la mártir masoquista, controlándolos al mostrarles lo mucho que la hacían “sufrir”.
Nuestro trabajo de despedida a su madre fallecida comenzó en un sueño en que aparecía su madre. Mientras trabajaba en el sueño, su voz y su comportamiento cambiaron repentinamente; comenzó a llorar y su voz se hizo gimoteante y quejumbrosa. Le pregunté si tenía algún asunto inconcluso con su madre y dijo:
- Sra. R; Bueno… si sólo ella me hubiera querido, las cosas serian diferentes. Pero no lo hizo y… nunca he tenido un verdadero amor de madre (llorando).
- S (Steve Tobin): Pon a tu madre en esa silla y dile eso a ella. Sra. R: Si sólo hubiera cuidado de mí, yo estaría mucho mejor hoy día.
- S: Quiero que le digas eso a ella, no a mí. ¿Puedes imaginarte a tu madre allí, sentada frente a ti?
- Sra. R: Sí, la veo como era ella cuando todavía estaba viva. Madre, si sólo me hubieras querido. ¿Por qué nunca pudiste decirme que me querías? ¿Por qué siempre me criticabas? (un lamento, mas lágrimas).
- S: Ahora cambíate a la otra silla y actúa a tu madre. (Se cambia a la otra silla y no dice nada).
- S: ¿Qué sientes en la piel de tu madre?
- Sra. R: No-No-No sé… no sé qué hubiera dicho ella.
- S: Por supuesto que no lo sabes. Ya no está más aquí. Estás actuando la parte tuya que es tu madre. Sólo di lo que sea que estés vivenciando ahí.
- Sra. R: Oh, ya veo. Bueno, no sé qué decirle.
- S: Dile eso a ella.
- Sra. R M (como Madre): No sé qué dicirte. Nunca supe qué decirte. De verdad te quería, eso lo sabes. Mira todo lo que hice por tí y nunca me agradeciste (su voz suena defensiva y quejosa).
- S: Ahora cambíate y responde como tu misma.
- Sra, R (como ella misma): ¡Quererme! Lo único que siempre hiciste fue criticarme. ¡Jamás lo que yo hacía era lo suficientemente bueno! (su voz comienza a tornarse más quejosa). Cuando me casé con J. no estuviste de acuerdo, siempre me estabas diciendo lo que estaba haciendo mal con los niños. ¡Oh! nunca venías a decirme algo directamente, siempre estabas haciendo comentarios oblicuos o diciendo: “Ahora querida, ¿no sería bueno ponerle otra frazada al niño?” Me hiciste la vida miserable; siempre me preocupaba por tus críticas. Y ahora tengo todos estos problemas con J (se quiebra y comienza a llorar).
- S: ¿Oyes tu voz? Sra.
- R: Sí.
- S: ¿Qué oyes en ella?
- Sra. R: Bueno, supongo que sonaba como quejándome, como sintiéndome apenada, como sintiéndome enojada.
- S: Más bien, te siento auto-compasiva. Prueba esto: dile a tu madre, “Mira lo que me has hecho. Es culpa tuya”,
- Sra. R: Mira lo que has hecho. Eres la culpable de todo.
- S: Ahora anda cambiándote de sillas a medida que prosiga el diálogo.
- Sra. R M: Vamos, déjate de culparme por todo. Siempre te estás quejando de algo. Si hubieras sido mejor —si hubieras sido una hija decente—, no hubiera tenido que criticarte tanto.
- Sra. R: Oh, oh (voz muy baja) Maldición (balancea ligeramente su pierna derecha).
- S: Nota tu pierna.
- Sra. R: L-La estoy sacudiendo.
- S: Exagera eso, sacúdela más fuerte.
- Sra. R: (sacude más fuerte su pierna, comienza a parecer una patada).
- S: ¿Puedes imaginarte haciéndole eso a tu madre?
- Sra. R: No, pero es-es-toy segura que estoy indignada con ella.
- S: Dile eso a ella.
- Sra. R: ¡Estoy indignada contigo! ¡Te odio!
- S: Dile eso más fuerte.
- Sra. R: ¡Te odio! (se oye más fuerte, pero aun hay cierto grado de retención).
- S; ¡Más fuerte!
- Sra. R: iTE ODIO PERRA MALDITA! (Endereza la pierna y patea la silla).
- S: Ahora cambíate.
- Sra. R M: (Ahora con voz mucho más débil) M-me imagino que no te demostré mucho amor. De verdad lo sentía, pero también me sentía infeliz y amargada. Tú sabes todo lo que tuve que soportar con tu padre y tu hermano. Eras la única con quien podía hablar. Lo lamento… quería que fueras feliz… lo deseaba tanto.
- Sra, R: [Seguro que lo hiciste!… sé que me querías, Madre, sé que eras infeliz (su voz es ahora mucho más suave, pero suena real, ni quejosa! ni mecánica). Me imagino que hice cosas que también eran equivocadas. Siempre estuve tratando de sacarte de encima.
- Sra. R M: Sí, tú también eras bastante sarcástica conmigo, Y eso me dolía.
- Sra. R: Me hubiera gustado que me lo dijeras. Jamás imaginé que te dolería.
- Sra. R M: Bueno, ahora todo eso ya pasó.
- Sra.R: Sí, así es. Me imagino que ya no tiene sentido el que te culpe a ti. Ya no estás más por aquí.
- S: ¿Ahora puedes perdonar a tu madre?
- Sra. R: Madre, te perdono… de verdad te perdono. (Comienza a llorar de nuevo, pero ya no en la forma quejumbrosa de antes. Suena genuinamente apenada y llora por unos minutos).
- S: Ahora cambia de asiento.
- Sra. R M: Yo también te perdono, querida. Ahora tienes que seguir adelante. No puedes seguir culpándome para siempre. Cometí algunos errores, pero tú tienes tu propia familia y lo estás haciendo muy bien.
- S: ¿Te sientes preparada ahora para despedirte?
- Sra, R: Sí. Eso p-pienso (comienza a sollozar). Adiós, Madre, adiós, (se quiebra y llora durante unos minutos).
- S: ¿Qué sientes ahora?
- Sra. R: Me siento mejor. Me siento… como aliviada, como si me hubiera sacado un peso de encima. Me siento tranquila.
- S: Ahora que te has despedido de esta persona fallecida, ¿puedes ir y decir hola a la gente viva aquí al grupo?
- Sra. R: Sí, me gustaría.
(Va por la habitación, saluda a la gente, toca a algunos, abraza a otros. Muchos en el grupo están llorosos. Cuando llega donde su esposo, comienza a llorar de nuevo y le dice que lo ama y se abrazan).
Notas:
- * Reimpreso de Psychotherapy. Theory, Research and Fracttce, vol. 8, N° 2, verano 1971, pp. 130-155.
- ** “apegarse”. Hemos traducido de esta manera la expresión “hang on” que aparece en el original. Nos pareció la más cómoda entre otras posibilidades, tales como: estar pendiente, estar colgado, etc. (N. de los T.)
- Foto de Lisandro M. Enrique vía Flickr.
Título original: El Proceso de Despedirse*
Datos para citar ese artículo:
Tobin, Stephen A.. (2012). Cómo aprender a decir “adiós” (sin morir en el intento). Irradia Terapia México. https://psicologos.mx/aprendiendo-a-decir-adios-una-parte-importante-de-la-vida/ [Consultado el ].